Aunque han pasado ya muchos años desde que enamoraba a los espectadores con su rostro incomparable y su mirada gatuna, sigue disfrutando hoy del renombre que le han dejado sus tres nominaciones al Oscar, sumadas a un Globo de Oro y siete candidaturas a ese premio. Y si bien las nuevas generaciones nada saben sobre su participación en Las amistades peligrosas o Los fabulosos Baker Boys, más de 30 años atrás, ha logrado mantener su popularidad gracias a haber sabido alternar sus trabajos en películas independientes con las grandes superproducciones.
A los 62 años, con mucha estabilidad en su vida personal y familiar, Michelle Pfeiffer puede tomarse su carrera con tranquilidad y solo trabajar con cuentagotas: “Siento que hay muchos papeles interesantes para las actrices mayores de 60 años, incluso para las que ya han pasado los 70. Y los personajes suelen ser más interesantes que las protagonistas sexy de las historias de amor”, comentaba la actriz en una entrevista reciente. Buena muestra de eso es que en febrero de este año se estrenó en forma digital su más reciente película en Estados Unidos, French exit , por la que obtuvo su octava candidatura a los Globos y que por ahora no tiene fecha de estreno en España.
“Hay muchos papeles interesantes para actrices mayores de 60 años”, opina quien fue Catwoman
Aunque tiene muchos proyectos que esperan luz verde y la normalización de los rodajes, en estos días se conforma con filmar una nueva entrega de la franquicia de Marvel Ant Man , en la que tendrá otra pequeña participación como la Avispa. Dueña de una fortuna estimada en unos 210 millones de euros, que comparte con David E. Kelley, el poderoso productor televisivo al que conoció en una cita a ciegas en enero de 1993 y con el que se casó en noviembre de ese año, Pfeiffer sostiene que todo lo que le ocurrió en la vida ha sido mérito de cierto espíritu indómito que la ha guiado: “Eso fue lo que me llevó a probar suerte como actriz sin haber crecido en esta industria. Yo no conocía a nadie en el mundo del espectáculo y cuando llegué a Los Ángeles no tenía ninguna certeza de que iba a poder triunfar”, recuerda.
“Lo mismo me pasó cuando decidí que quería formar una familia. Yo siempre había querido adoptar, pero pensé que eso iba a llegar más tarde. Sin embargo, un día me di cuenta de que estaba cansada de esperar, y en 1993 adopté a Claudia Rose. Y cuando llegó el momento de lanzar mi compañía de perfumes, Henry Rose, también fue el resultado de un impulso. Yo siempre he sido muy buena en seguir las miguitas de pan e ir poniendo un pie delante del otro, descubriendo cómo se deben hacer las cosas a lo largo del camino. Es una mezcla de valentía y de inocencia, porque yo no siempre sé en lo que me he metido hasta que estoy en ello hasta el cuello y comprendo que he ido demasiado lejos como para dar la vuelta”, explica.
Algo así ocurrió cuando Azazel Jacobs, hijo del realizador experimental Ken Jacobs, le ofreció el papel principal en French exit , que basada en la novela de Patrick DeWitt cuenta la historia de una viuda adinerada que decide gastarse su último dinero en un viaje a París junto a su hijo adulto, interpretado por el ascendente Lucas Hedges. En su aventura, la mujer no duda en pagar 500 euros por una botella de vino o regalarle un montón de billetes a un desamparado con tal de llegar mas rápidamente al final de su fortuna. Michelle afirma que nunca pagaría una cifra semejante por un vino, ya que suele encontrar muy buenos por menos de 50 euros la botella: “En cambio, no me puedo resistir a un buen par de botas, que son mi debilidad, un bolso o un abrigo”, agregando que se lleva bien con el dinero y que es buena negociadora, porque siempre está dispuesta a marcharse cuando algo no le convence.
Sin embargo, admite que no siempre ha sido así: “Cuando llegué a Los Ángeles tenía que cuidar mucho mis finanzas porque de pronto hacía una película y me daban un cheque importante, pero luego tenía que cuidar ese dinero porque a lo mejor podía pasarme un año sin volver a cobrar, algo que no siempre es fácil para la gente joven”, recuerda.
Pfeiffer vive en Santa Mónica, un barrio elegante de Los Ángeles, y cuenta que sus hijos, Claudia, de 28, y John Henry, de 27, ya han abierto las alas: “No les veo mucho. Por suerte vinieron para las fiestas, lo cual fue maravilloso porque casi no les había visto durante todo el año. Viven en otras ciudades y han hecho sus vidas. Les extraño terriblemente, pero estoy muy orgullosa de que sean tan independientes y fuertes”, dice.