Este 2021, del que tanto se espera, y que, al paso que va, igual nos decepciona, es el año en el que Isabel II cumple 95 años y su marido, Felipe de Edimburgo, nada menos que 100. Las celebraciones se preparan para junio porque los ingleses tienen esas cosas; si tu cumpleaños cae en época de meteorología destemplada lo pasas a verano y listos. Eso o te vas a Mallorca a celebrarlo. Por ciento, en 1989, la reina de Inglaterra cerró su primer viaje de Estado a España con una visita privada a la isla balear, invitada por el entonces rey del mambo Juan Carlos I. La prima Lilibeth, como la llamaba su real anfitrión, se lo pasó en grande y, por primera vez en su vida, comió en un restaurante, junto a Juan Carlos y Sofía .
Durante su estancia en Mallorca, la reina Isabel, pernoctó en el Britannia, el barco donde los primeros días de agosto de 1981 Carlos y Diana habían empezado su luna de miel en Gibraltar, una decisión que, al ser anunciada, provocó la protesta del Gobierno, encabezado por Leopoldo Calvo Sotelo, que obligó a los Reyes Juan Carlos y Sofía a suspender su presencia en la boda de los príncipes de Gales. El viejo Britannia amarró en Porto Pi junto al Fortuna, el mítico yate que el rey Juan Carlos había estrenado en 1979 como regalo del rey Fahd de Arabia Saudí, sin que, en aquel momento a nadie se le ocurriera poner el grito en el cielo por semejante presente que, tirando por lo bajo, costó lo que ahora equivaldría a unos seis millones de euros.
El yate pasó a ser propiedad de Patrimonio Nacional, el organismo que gestiona y mantiene las residencias que habita la familia real y también las que ya no usa pero que, en su día fueron propiedad de los anteriores reyes de España. Aquel Fortuna acabó siendo el yate averías y, con los años fue sustituido por otro que se compró gracias a la colecta de empresarios hoteleros mallorquines que apoquinaron unos 25 millones de euros. Ese obsequio, justificado en compensación al valor añadido que suponía para la economía balear la presencia de la familia real en Mallorca, fue un regalo envenenado y el rey Juan Carlos acabó devolviendo el yate a sus benefactores que, sin saber qué hacer con él, lo acabaron malvendiendo al empresario ibicenco y exministro de Exteriores Abel Matutes.
El Fortuna ha acabado siendo una metáfora en estos tiempos en los que el ahora llamado emérito tiene tan mala suerte, precisamente por ponerse en duda el origen de una fortuna de la que nadie sabe muy bien cuánto es cierto y cuánto leyenda. Todavía hay quien repite cual loro una información de The New York Times que, con todo el papo y copiando a Forbes, cuantificó en 1.800 millones de euros la fortuna del rey Juan Carlos a quien se le atribuía la propiedad del Palacio Real de Madrid. Por no ser suya, no lo es ni La Mareta, la casa de Lanzarote que le regaló Hussein de Jordania y que traspasó a Patrimonio. La Mareta, donde han pasado sus vacaciones varios presidentes del gobierno, se perfila ahora como posible residencia del rey Juan Carlos si, algún día, consigue volver a España.