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Máxima será reina

La princesa de Orange ha superado con éxito la prueba y ya nadie recuerda el estigma Zorreguieta

La pareja superó el obstáculo que suponía el pasado del padre de la novia como ministro de Videla

El príncipe holandés y la economista argentina se conocieron en 1999 en la feria de Sevilla

La princesa Máxima posó, vestida con un diseño de Valentino, con motivo de su 40 cumpleaños celebrado el 17 de mayo del 2011

Propias

La vida de Máxima Zorreguieta cambió para siempre un día de primavera de 1998. Sevilla puso el marco incomparable en el que se encontró con su príncipe azul, el rubicundo Guillermo Alejandro , primogénito y, por tanto, sucesor de la reina Beatriz de Holanda. La economista argentina y el heredero holandés coincidieron en la capital andaluza invitados ambos a la feria de Sevilla por una amiga común. Guillermo, como el resto de los herederos europeos, había llegado a la treintena soltero.

El demoledor efecto lady Di había paralizado los planes de boda de los príncipes de Europa que, con mayor o menor acierto, iban de flor en flor: ahora una modelo, ahora una cantante, ahora una chica con pasado difícil. Ninguno parecía dispuesto a casarse con una princesa o quizá las princesas, conocedoras de las ataduras de la corte, querían un príncipe, y ellos seguían buscando.

Guillermo Alejandro, a quien todo el mundo llama Álex, no era aún el hombre que ha llegado a ser y en su juventud destacaba más por su aspecto de pelirrojo rollizo, algo blandengue. Pero un día se cruzó con Máxima, también llamada Max, con la música de las sevillanas de fondo y el aroma de las flores de azahar agitando los sentidos. Fue, dicen, un flechazo en toda regla. Máxima, aún antes de llegar a Amsterdam, tenía pinta de holandesa e incluso de futura reina holandesa. De cuerpo rotundo, sonrisa tipo Julia Roberts, con sangre latina, nacida en Buenos Aires y residente en Nueva York, cosmopolita y de buena familia. Quién da más.

La feria se acabó pero comenzó la fiesta y pocas semanas después del primer y arrebatador encuentro en Sevilla, Guillermo Alejandro viajó a Nueva York para seguir viendo a su amada. La Gran Manzana es perfecta para ir de incógnito y nadie supo de esa relación a distancia hasta que llegado el invierno en el hemisferio norte, en Argentina se hizo verano. En su tierra natal, con el paisaje de los lagos de la Patagonia de fondo, Máxima recibió una oferta que no pudo rechazar. Ella, una economista de éxito, que a los 25 años ya era la responsable para América Latina de HSBC y que en aquel momento era la vicepresidenta ejecutiva de ventas de Deutsche Bank en Nueva York, sabía que su carrera en la banca acababa si aceptaba la propuesta de aquel decidido príncipe holandés, pero dijo sí y su vida empezó a cambiar.

Mientras Max y Álex vivían su idilio patagónico, la noticia de su encuentro pasó de las páginas de los medios argentinos a las de Holanda con un titular inquietante. "La hija de Jorge Zorreguieta enamora a un príncipe". Un pecado original que estuvo a punto de dar al traste sino con el amor, sí al menos con los planes de boda. Argentina se había despertado de la pesadilla de la dictadura de Videla. A Jorge Zorreguieta no se le habían encontrado más responsabilidades que la de colaborar, como técnico, en aquel gobierno como ministro de Agricultura, pero llevaba la letra escarlata de los cómplices. En Holanda, como en la mayoría de las monarquías parlamentarias, los herederos pierden su derecho al trono si se casan contra la voluntad del Parlamento. Y el Parlamento, consultado por la reina Beatriz, primero dijo no. Si Guillermo quería casarse con Máxima debía renunciar al trono pero el príncipe no se rindió y pidió a varios representantes políticos que conocieran a Máxima y su postura respecto a la dictadura de su país.

Máxima había dejado su puesto en Nueva York y se había trasladado a Bruselas a las oficinas de Deutsche Bank. En la capital belga, a poco más de cien kilómetros de Amsterdam, Máxima vivió casi un año, desde mayo del año 2000 a marzo del 2001, esperando que se aprobara su boda, un tiempo en el que aprendió el idioma, la historia y las costumbres de Holanda y, en el que, sobre todo, logró ganarse el respeto de parlamentarios y periodistas holandeses que finalmente entendieron que Máxima no debía pagar los pecados de su padre. Con una condición, Jorge Zorreguieta era una persona non grata y, por tanto, Máxima debía renunciar a su familia si quería ser princesa de Orange. Fue su primer sacrificio. Los padres no estuvieron en su boda, celebrada en Amsterdam, el 2 de febrero del 2002, ni estarán el próximo martes en la ceremonia de entronización. No han estado ni en los bautizos de sus hijas, Catalina Amalia, Alexia y Ariadna, aunque Jorge Zorreguieta y Carmen Zerrutti han visitado privadamente a su hija en Holanda y ella, con su marido y sus hijas, ha viajado en repetidas ocasiones a Argentina. Nunca desde que el 30 de marzo del 2001 se hizo público el compromiso matrimonial ha aparecido una foto de Máxima con su padre, un sacrificio con el que cumple su compromiso y sus obligaciones como princesa de Holanda.

Máxima se ha convertido en estos últimos once años en una holandesa más, con una popularidad que bate récords. No se le conocen críticos ni dentro, ni fuera de su país. El martes se convertirá en reina consorte, un puesto para el que parece haber nacido.