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Más peleas de pareja, menos salud

En familia

Cuidado con las broncas conyugales a grito pelado. Elevan el nivel de sudoración y adrenalina, el corazón pasa de 70 a 100 pulsaciones, la presión se eleva, el estómago se contrae, los movimientos se tornan nerviosos y la mente se nubla... Y no es igual para ellos que para ellas

Propias

La calidad de la relación de pareja parece tener efectos en la salud de sus miembros; una interacción armoniosa tiene un valor protector y, por el contrario, una dinámica conflictiva, con pocos de intercambios gratificantes da pie al malestar y reduce el atractivo que sentimos hacia el otro. A su vez, las riñas pueden derivar en patologías: trastornos de ansiedad, depresiones, adicciones. Resolver los problemas de manera eficaz dependerá de la actitud, del tono que se utilice en las discusiones y de que las soluciones sean razonables para los dos.

John M. Gottman, profesor emérito de psicología y sus colaboradores de la Universidad de Was­hington, llevaron a cabo investigaciones basadas en estudios de laboratorio. Se analizaron discusiones de pareja mientras se controlaban parámetros como el ritmo cardíaco, la sudoración, la emisión de hormonas, la presión y la respiración. Los mensajes hostiles acompañados de gestos y lenguaje no verbal, y las frases pronunciadas en un tono normal de voz pero que encierran viejas tensiones, llevan a una fluctuación vertiginosa del trazado electrocardiográfico de ambos, elevan el nivel de sudoración y adrenalina. El corazón pasa de 70 a 100 pulsaciones por minuto, la presión se eleva, el estómago se contrae, los movimientos se tornan nerviosos, el cuerpo se paraliza y la mente se nubla. Cuando esto sucede se llega a un punto muerto, crece la tensión y ya no se captan los mensajes del otro ni se entienden sus razones. Lo que pueden ser síntomas de ansiedad acompañados de cambios de humor, pueden derivar en trastornos psicosomáticos que descompensan la fisiología del organismo y pueden desencadenar enfermedades incluso de carácter grave e irreversible. Es lo que se define como un aluvión emotivo, una reacción psicológica que inunda el organismo y hace imposible la comunicación.

Existen diferencias en cuanto a la reactividad psicofisiológica: en ellos, los cambios en el sistema nervioso autónomo (véase texto adjunto) se dan con mayor facilidad y tardan más en recuperarse. Por eso, tratan de escapar del problema o renuncian a seguir dándole vueltas, algo que resulta muy frustrante para las mujeres. Ellas, por el contrario, suelen quejarse y protestar más para cambiar algo en la relación y es menos probable que se retiren pues por su naturaleza están mejor dotadas para sobrevivir en tales situaciones. Las emociones no suelen ser simétricas; el enfado y la hostilidad en ellas provoca enfado y hostilidad en ellos, pero el enfado en ellos deriva en miedo en ellas. El miedo en ellas genera más hostilidad y enfado en ellos.

La cuestión es si esta dinámica puede llegar a afectar a la salud, algo que empezó a estudiarse a mediados del siglo XIX con resultados sorprendentes. El primer sistema de estadísticas vitales del mundo surgió en Inglaterra, casi por casualidad, cuando el Parlamento creó la Oficina de Registro General en 1836 para contabilizar y archivar el número de nacimientos y muertes que se producían en el país. El primer compilador de esta oficina fue el médico William Farr, quien investigó las tasas de mortalidad de distintos oficios y profesiones, el modo óptimo de clasificar las enfermedades (su sistema se sigue empleando hoy en día) y los índices de mortalidad en los manicomios. Pero descubrió que las personas casadas vivían más tiempo que las solteras y las viudas. Esto contradecía las teorías sobre el tema, iniciadas en 1749 por el matemático francés Antoine Deparcieus, dedicado a investigar la longevidad de monjas y monjes. Tanto el matemático como otros estudiosos de la época creían que el celibato era signo de longevidad. Pero algunos investigadores ya habían insinuado que la supresión de una función fisiológica era perjudicial para la salud, y Farr estaba convencido de que había dado con la demostración de ese hecho tras sus estudios en Francia. En su artículo de 1858, titulado Influencia del matrimonio en la mortalidad del pueblo francés, que definió como la condición conyugal, analizó los datos de 25 millones de adultos franceses. Dividió la población en tres categorías: casados, solteros y viudos. Los resultados mostraron que los solteros morían, proporcionalmente y de forma significativa, más que los casados y menos que los viudos. Fue uno de los primero estudios que sugirieron que existe una protección de la salud dentro del matrimonio y que la pérdida marital es un factor de riesgo para la enfermedad.

Las conclusiones de los estudios de Farr no son extrapolables a la sociedad actual ya que las tres categorías de parejas de su época no incluían las de nuestros tiempos (parejas que conviven; los llamados living apart together, es decir, cada uno en su casa; parejas homosexuales; divorciados...) Sin embargo, durante los 150 años que han transcurrido desde entonces, muchos científicos han continuado documentando las ventajas de vivir en pareja. Científicos suecos del Karolinska Institutet de Estocolmo concluyeron en el 2009 que estar casado o convivir en la mediana edad se asocia con menor riesgo de demencia. Estudiaron la evolución de 2.000 individuos alrededor de los 50 años, divididos en razón de su estado civil: solteros, casados, parejas de hecho, divorciados y viudos, durante los últimos 21 años. Un estudio sobre las causas de muerte en los Países Bajos encontró que en las diversas categorías, desde muertes violentas a homicidios y accidentes de coche a ciertas formas de cáncer, los no casados estaban en mayor riesgo.

Ahora bien, aunque tener pareja puede estar relacionado con la buena salud y el bienestar, las nuevas investigaciones ponen en evidencia que esto no es aplicable a las relaciones conflictivas, en las que las personas son más susceptibles de enfermar que aquellas que nunca han tenido pareja. Un estudio reciente sugiere que una relación conflictiva es tan nociva para el corazón como el hábito de fumar. Y contradiciendo los estudios que indicaban que los solteros tenían peor salud, se ha visto que los solteros tienen mejor salud que los casados que se han divorciado, lo que desestima la importancia que Farr dio a la institución del matrimonio. Hay relaciones sanas y relaciones tóxicas.

Ronald Glasser y Jan Kiecolt-Glasser, investigadores de la facultad de Medicina de la Universidad del estado de Ohio (EE.UU.) han llevado a cabo algunos de los estudios más interesantes, sobre la relación entre pareja y salud, en las últimas décadas. Se conocieron en una fiesta en el campus de la universidad y un año después se casaron. Fascinados por el trabajo que realizaban uno y otro, decidieron colaborar profesionalmente, lo que suponía un reto para un médico especializado en virología e inmunología y una psicóloga clínica especialista en asertividad y otros comportamientos. A comienzos de la década de los ochenta, entraron en contacto con la psiconeuroinmunología, que plantea la correlación entre el comportamiento, los sistemas inmunológico y endocrino, y el cerebro y el sistema nervioso. Una ciencia que permitía la puesta en común de sus respectivas disciplinas profesionales. Su acceso a una amplia muestra de estudiantes estresados facilitó sus primeras investigaciones sobre la presión que sufrían los estudiantes de Medicina. Tomaron muestras de sangre de un grupo al inicio del semestre y en medio o al final de los exámenes. Concluyeron que los sujetos de estudio experimentaban una reducción significativa de las llamadas células asesinas naturales, que son un tipo de linfocito que combate los virus y ayuda a prevenir el cáncer.

Más adelante centraron su atención en los conflictos domésticos. Se preguntaron acerca del papel que desempeña la relación de pareja en la salud y los efectos del estrés marital. Con una muestra de 76 mujeres, identificaron las que tenían relaciones conflictivas y aquellas que, separadas o divorciadas, atravesaban un periodo difícil a nivel emocional. Utilizando pruebas sanguíneas, rastrearon el nivel de producción de anticuerpos y otros indicadores de la actividad inmunológica. Los resultados mostraron que aquellas inmersas en relaciones infelices o que permanecían emocionalmente atadas a sus exmaridos tenían respuestas inmunes significativamente más bajas que las que eran felices en su relación (o ya fuera de ella). A continuación, quisieron averiguar qué pasa en el organismo minuto a minuto, hora tras hora, cuando las parejas viven en una dinámica de hostilidades. Utilizaron una muestra de 90 parejas recientes y aparentemente felices, a quienes, mediante un catéter en la vena, tomaban muestras de sangre a intervalos regulares. Aquellas que mostraron un comportamiento más negativo y adverso durante las discusiones experimentaron la mayor disminución de las funciones del sistema inmunitario durante las 24 horas que duró el estudio.

El siguiente paso fue averiguar si las hostilidades en la pareja pueden tener efectos duraderos en la salud. La muestra estaba compuesta por 42 matrimonios de al menos trece años de antigüedad, hombres y mujeres de entre 22 y 77 años. Utilizaron un pequeño dispositivo plástico, usado por los dermatólogos, que produce ampollas en el brazo. Midieron el tiempo de cicatrización de las heridas y la conexión entre el estrés y el proceso de curación. Convocaron a las parejas en dos ocasiones: en la primera, fueron protagonistas los reproches: cada miembro de la pareja debía expresar en qué quería que el otro cambiara. Dos meses después intercambiaron opiniones, en forma amigable, sobre el dinero o la educación de los hijos. Observaron que las heridas cicatrizaban más lentamente cuando los reproches eran los protagonistas. Las parejas más hostiles presentaron un proceso de cicatrización más lento. Concluyeron que el estrés producido por una vida de desencuentros disminuye la producción de citoquina, una proteína generada por los glóbulos blancos que interviene en la curación.


Ahora bien, no es cierto que las parejas que discuten más tengan más riesgo de enfermar pues aquellas que evitan los enfrentamientos y reprimen sus sentimientos e impulsos somatizan igualmente. En la convención anual de la Asociación Americana de Psicología del pasado año, se expusieron diversos estudios sobre las consecuencias positivas de las discusiones en pareja. En uno de ellos, llevado a cabo con 225 parejas estadounidenses, concluyeron que el enfado y las discusiones son elementos necesarios para resolver los problemas.

James McNulty, investigador de la Universidad de Florida (EE.UU.), concluyó que "si uno de los miembros de la pareja hace o dice algo que ofenda al otro y está en sus manos resolver el conflicto creado, será más beneficioso para ambos censurar esa actitud y no perdonar hasta que se solucione, si quieren ser felices a la larga".

El sistema inmunológico

El sistema inmunológico va al vaivén de los enfados. Cuando la gente se refiere a la pareja, piensa en el amor, la compañía... pero no se dan cuenta de que la salud de la relación está unida al bienestar del organismo. Para entender cómo influye el matrimonio en la salud, los científicos han estudiado el sistema inmunológico de las parejas durante conflictos serios, han realizado escáneres del cerebro para estudiar los efectos de sostener la mano del cónyuge e incluso han estudiado cómo una dinámica conflictiva puede incrementar el riesgo de enfermedad coronaria. “Cuando se magnifican los problemas, acaban habiendo agresiones, alejamientos e indiferencias que marcan espacios de soledad y de angustia y aparecen problemas”, afirman los investigadores del Instituto de Medicina del Comportamiento de la Universidad de Ohio. El estrés es consecuencia inevitable de una pareja en la que dominan las discusiones. He aquí algunos testimonios recogidos en la consulta:
“Ahora me encuentro pagando las consecuencias del estrés mantenido en el tiempo y sufro una alergia en la piel con hinchazones incluidas y algunos otros trastornos autoinmunes. La solución no son los medicamentos. Sé que tengo que relajarme, pero es que me ocurre incluso cuando no estoy nerviosa. Practico meditación zen, pero esto no termina a pesar de haber salido ya de la situación estresante hace tiempo”, explica Carme, de 49 años, tras la finalización de una relación conflictiva que duró 20 años.
“Estuve casada con una persona de afecto contenido, que recordaba cada pequeño detalle, que empezaba cada discusión removiendo problemas de veinte años atrás o más y que pretendía que el mundo girase alrededor suyo porque se lo merecía. Cuando rompimos, perdí 20 kilos, mi presión arterial bajó, y mi nivel de felicidad aumentó; mi vida en general es más pacífica. Mi salud es ciertamente mejor!”, dice Lucrecia, de 52 años.
“He aprendido que la clave es la relación y no la institución, a pesar de los comentarios de familiares y amigos, algunos de los cuales se han divorciado y han tenido depresiones debido a los problemas maritales. Estoy felizmente unido a mi pareja y no veo la necesidad de arruinar nuestra relación con un documento legal”, comenta Pere (37).
“Con una compañera con quien se puede comentar o discutir asuntos o problemas sin llegar a extremos de histeria, alguien responsable, cariñoso y generoso. Una pareja insegura y complicada puede hundirte. Y la relación con la salud? Constantes constipados, dolores de cabeza, desarreglos digestivos, noches sin dormir…yo viví esto y veo amigos míos atrapados en relaciones con mujeres que escasamente pueden hacerse cargo de sí mismas”, comenta Andreu, de 52 años.
“Mi salud mejoró enormemente tras el divorcio, cuando dejé de vivir situaciones estresantes, paradójicamente, mi exmarido empezó a enfermar después de la separación. Por alguna razón, el estrés no afectaba su sistema inmunitario, sólo el mío”, señala Montse, de 50 años.
“Desafortunadamente hay gente que permanece en relaciones poco saludables por el hecho de vivir en compañía. Personas con baja autoestima y bajo la amenaza de sufrir disfunciones crónicas”, comenta Paula, de 39 años.

Trastornos psicosomáticos

El sistema nervioso está compuesto por el central (SNC) y el autónomo (SNA). El central comprende el encéfalo y la médula. A través de él nos relacionamos con el exterior, percibimos a través de los órganos de los sentidos y respondemos moviéndonos, hablando, etcétera. Y por el sistema nervioso autónomo (SNA), que es una especie de ordenador que rige las funciones internas del cuerpo (la frecuencia cardiaca y respiratoria, la contracción y dilatación de los vasos sanguíneos, la digestión, la salivación, el sudor, la acomodación visual, el tamaño de la pupila, la secreción de glándulas exocrinas y endocrinas, la micción y la excitación sexual). Tiene conexión con el área prefrontal, que es el área de la afectividad. Por ello, cualquier alteración emocional origina una desviación hacia sus dos grandes ramas: el sistema nervioso simpático (SNS), que prepara el organismo para reaccionar ante situaciones de estrés, y el parasimpático (SNP), que mantiene el cuerpo en situaciones normales, nos relaja y hace que nuestro organismo se recupere del estrés. Un gran disgusto puede poner en marcha de forma anómala el SNA hacia el simpático (ansiedad o estrés) o hacia el parasimpático (abulia, falta de expresividad, depresión). Las personas tienen tendencia hacia uno u otro, bien desde su nacimiento o por aprendizaje a lo largo de la vida. Si la emoción es duradera se puede generar un trastorno psicosomático: úlcera, estreñimiento-colitis, tensión muscular, desequilibrio hormonal, etcétera. Los centros superiores del SNA que recogen los mensajes sobre las necesidades del cuerpo son los que deciden si acelerar o no el corazón, respirar más de prisa o más despacio... pero podemos precipitar estos mensajes con pensamientos, alterando nuestro ordenador central. Una persona estresada mandará el mensaje al SNA, que producirá tensión muscular, taquicardia y aumento de la frecuencia respiratoria.