El futuro que está por venir
‘Years and years’, la serie que independiza Catalunya, finalizó en HBO con una lección sobre los peligros políticos y sociales
Te recomiendan una miniserie de la BBC con Emma Thompson, emitida en HBO, y aceptas. Ayuda que Years and years esté escrita por Russell T. Davies, uno de los guionistas más interesantes del Reino Unido, el hombre que creó Queer as folk y relanzó la franquicia de Doctor Who en el nuevo milenio. Comienzas y piensas que es un drama familiar del estilo de This is us. Al fin y al cabo, la familia Lyon tiene ingredientes para todos los públicos: tiene diversidad racial, sexual, funcional y distintas generaciones en las que sentirse reflejado. De repente, el tiempo acelera y se coloca más allá del 2019 en un futuro inmediato tan cercano y tan terrorífico que te quedas con un mal cuerpo increíble. Y, tras finalizar sus seis episodios, se puede confirmar: es una de las propuestas más estimulantes que se han emitido últimamente.
Para aquellos que todavía no estén ubicados, Years and Years ha llamado la atención porque, cuando se instala en el 2027, revoluciona España: en Madrid empieza a mandar un partido de extrema izquierda xenófoba, los Borbones se ven obligados a exiliarse a Mónaco, vuelve la peseta y Catalunya directamente se independiza en mitad de todo ese caos. Lo interesante del partido xenófobo es que se llama Nueva Esperanza, quiere expulsar a cualquier ciudadano que no tenga la nacionalidad y, para ilustrar estas personas cerradas de mente, la serie utiliza imágenes del sindicato policial Jusapol cuando se manifestaba en Barcelona en el 2018.
Davies hace un trabajo excelente a la hora de ubicar en el presente a los Lyon, una familia de clase media y trabajadora. La abuela (Anne Reid) vive en una casa inmensa que se le cae a trozos y los cuatro nietos viven distintas realidades. Stephen (Rory Kinnear) y su mujer Celeste (T’Nia Miller) viven en la opulencia financiera de Londres; Daniel (Russell Tovey), que es homosexual, trabaja con refugiados; Rosie (Ruth Madeley) es una madre soltera con espina bífida y sed de populismo, y Edith (Jessica Hynes) es una activista de trinchera. Pero pronto tienen que enfrentarse a nuevas situaciones: la batalla comercial entre China y Estados Unidos se convierte en un conflicto nuclear, los bancos se colapsan, la tecnología elimina puestos de trabajo y el cambio climático amenaza con arrasar con todo. En cada episodio, con coros de fondo, toca adelantarse en el tiempo para ver como esta realidad es cada vez más inquietante mientras ellos echan de menos ese pasado en el que las noticias eran aburridas.
Uno de los elementos más fáciles de entender es ver el ascenso de Vivienne Rook (Emma Thompson) de tertuliana televisiva a política haciendo gala de un populismo exacerbado. Representa la capacidad de una sola persona de dirigir la conversación política de todo un país porque los medios le dan coba, porque funciona en televisión, porque da visitas. ¿Su fuerte? Disimular su ignorancia con discursos sobre “lo que preocupa a la gente”. Le importa un pepino el conflicto entre Israel y Palestina (porque no son británicos) pero sí se preocupa por la cantidad de horas que los jóvenes pasan delante de pantallas. Se vende como una política incómoda, antisistema, cuando en realidad nadie conoce sus intenciones ni los poderes que la financian. Bebe de Trump, del Brexit, de la ultraderecha y de más de un partido de la Península.
Posiblemente sea la serie que necesiten los espectadores para despertar en tiempos de fake news, terraplanistas que prefieren obviar toda ciencia y votantes que buscan candidatos salvadores a costa de las minorías. Y es que el futuro que muestra es demasiado verosímil. Cuando el creador habla del éxodo masivo de homosexuales de Ucrania por una ocupación rusa, en realidad denuncia las purgas contra homosexuales en Chechenia, a las puertas de Europa. Cuando coloca en el centro de la narración a un refugiado, lo que hace es recordarnos que cualquier día podríamos estar nosotros en una balsa. Cuando habla del populismo maniobrado por un capitalismo feroz, nos advierte sobre los riesgos de mercantilizar nuestros derechos. Y, sobre todo, alecciona sobre la necesidad de presionar a los políticos y de ser responsables de nuestros actos, incluyendo el consumo diario.