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Pasión mediterránea

Cuesta describir la compleja y rica personalidad de Carmen Alborch, una de los perfiles más interesantes que ha dado la sociedad valenciana desde el inicio de la transición política. Porque se trataba de una mujer llena de matices, y cada uno de ellos valdrían, por sí mismos, para escribir un artículo. Porque fue rebelde, inconformista, comprometida, coherente, feminista, solidaria, demócrata; pero también vital, apasionada y cariñosa; todo esto aderezado de un enorme atractivo personal. Pero los que la conocimos desde los años ochenta del pasado siglo so­lemos comentar que ella simbo­lizaba, mejor que nadie, la modernidad, en todos los sentidos. Esa modernidad que ella proyectaba en los años del blanco y negro, de la sociedad asfixiada, en la que al­gunas mujeres como ella co­menzaban a romper esquemas, a reclamar una igualdad que aquella dictadura ahogaba y a exigir, luchando en todos los frentes, el paso a la democracia.

Ahora, visto en perspectiva, parece un dato frío señalar que fue la primera decana de la Facultad de Derecho de València o la primera mujer directora del IVAM, museo que ella ayudó a prestigiar y a proyectar en el mundo. Sería bueno ubicarse en ese contexto histórico, cuando la democracia seguía temblando por el terrorismo y los movimientos golpistas. En el primer caso, logró ser decana en una ­facultad que por aquellos años
aún arrastraba un inquietante ­aroma conservador y machista. En el IVAM fue otra cosa; porque en la bombonera cultural ella desarrolló una de sus grandes pasiones: la cultura. Cada inauguración de una exposición era un acontecimiento en toda la ciudad, un evento social al que todo el mundo quería acudir, en el que todos querían estar cerca de ella, de Carmen Alborch. De alguna manera, ella lograba ser más interesante que los artistas vanguardistas que acudían a las inauguraciones.

Y Carmen, feminista y a la vez seductora, que como ella decía nunca fue contradictorio; con su larga melena rojiza, sus calculadas minifaldas y su carácter arro­llador, generaba enormes complicidades, en todos los sectores. Nunca, como ejemplo, la derecha valenciana la criticó. Nunca pudieron. Ella, socialista, feminista, demócrata y a contracorriente, se ganó el respeto de todos, pues su coherencia era aplastante. Cuando la vida social no la arrastraba, amaba estar con sus padres, con sus buenos y fieles amigos, y entregarse a la lectura y a la escritura. Su tri­logía, Solas, Malas y Libres, escrita entre los años 2002 y 2009, fueron su aportación a su visión femenina y feminista, una reflexión sobre la mujer tras varias décadas de lucha contra el patriarcado y los convencionalismos generados en torno al machismo hegemónico.

Carmen Alborch fue ministra de Cultura en la última legislatura de Felipe González, en el año 1993. Después, fiel siempre al PSOE, siguió yendo a Madrid como dipu­tada o senadora. Los socialistas la forzaron a medirse con Rita Bar­berá como candidata al Ayuntamiento de València en un intento desesperado por reducir el poder y el mercado electoral de la exdirigente popular. Fue un error.

Carmen Alborch pasó sus últimos años sin cejar en su activismo político y feminista, pero su no­toriedad pública se vio reducida, lo que para ella era casi un alivio. Un cáncer apareció hace un tiempo en su cuerpo, restándole facultades; aunque ella vivió hasta los últimos días la vida con auténtica pasión mediterránea.

La pudimos ver por última vez en público el pasado 9 de Octubre, en la Diada Valenciana. El president Ximo Puig le concedió la Alta Distinción, uno de los muchos homenajes que recibió en los últimos años. Ella, digna, sonriente y entregada, se mostró muy cariñosa y reivindicó el feminismo como forma de vida. Carmen Alborch ha muerto, pero muchos no queremos borrar de nuestra memoria a esa mujer que en los años de la movida valenciana caminaba por el barrio del Carmen ante la admiración de todos, con esa sonrisa provoca­dora y con esa conversación que te podía atrapar durante horas. Con ella desaparece una de las personas de las que los valencianos más orgullosos pueden estar. Así fue reconocido ayer por todo el mundo, sin excepciones. Y así debe ser.