Levitar es posible... en el Real
ESCENARIOS
El público de Madrid se abandona a la ópera del siglo XXI con la muy zen ‘Only the sound remains’, de Kaija Saariaho
Sin palabras. Pues efectivamente, y como indica el título del último estreno del Teatro Real, sólo el sonido permanece. El sonido de la partitura llena de fluctuantes atonalidades de la finlandesa Kaija Saariaho.
La suya no es una pieza que permita ser descrita. O al menos como se comentan otras óperas del siglo XXI. Compuesta sobre dos historias del teatro noh japonés, Only the sound remains apela, de algún modo, a nuestro yo real. Crea de manera silenciosa un espacio zen de quietud y concentración –¡o evasión!– en el que abstraerse del ruido y la velocidad, para traspasar la impermeable barrera de lo superficial y viajar a ese remoto mundo interior de las emociones verdaderas. Parar y sentir lo que de verdad sientes, esa es la máxima de esta ópera.
No debería ser tan difícil levitar. Y sucedió anoche de forma excepcional en el Real… por donde de verdad pasó un ángel. Y tenía nombre: Philippe Jaroussky. El contratenor francés –al que se escuchó con algo de amplificación y con interesantes efectos de sampler– era sólo un eslabón de una fabulosa cadena de elementos que llevaron al público –al menos a quienes no huyeron en la media parte– a una experiencia trascendente. ¿Qué es el arte si no?
Ahí confluían, además de la intimista partitura de Saariaho, la ritualista reggia de Peter Sellars, siempre en una dimensión metafísica. También la escenografía traslúcida de la cotizada pintora etíope Julie Mehretu, y la sutil intervención instrumental, con cuatro voces del ensemble estadounidense Theatre of Voices y el cuarteto de cuerda finlandés Meta 4 Quartet, más la percusión, la flautas de Camilla Hoitenga y la media docena de kantele, el instrumento finlandés, que con distintas afinaciones contribuyó a crear el misterioso sonido
de los espíritus entrando y saliendo de este mundo. ¡Es el teatro noh!
Hablamos de una ópera contemporánea (se estrenó en el 2016 en el Festival de Ópera Avanzada de Holanda) que requiere sólo dos cantantes en escena –más una bailarina, Nora Kimball-Mentzos, de las primeras afroamericanas que se unió al ABT en los 80– y no más de una docena de músicos, pero que resiste a llamarse ópera de cámara por la necesidad de espacios grandes en los que hacer viajar la música envolvente, es color vocal que se proyectaba ayer por todo el teatro. Y todo ello dirigido por el propio Ivor Bolton, el titular del Real.
Pero vayamos a las historias de esas dos óperas en una: Tsunemasa y Hagoromo son dos cuentos que Ernest Fenollosa rescató de la literatura japonesa y que más tarde Ezra Pound tradujo al inglés. La primera es sombría, la segunda más luminosa. El joven guerrero y laudista Tsunemasa ha perdido la vida tras matar a alguien en la batalla. Su espíritu intranquilo regresa del infierno durante la ceremonia que se dedica en la tradición japonesa a las almas que no han dejado este mundo en paz. Intenta penetrar pero sólo el rastro de su voz queda cuando emprende una perturbadora salida.
La segunda historia (tras el entreacto y el refrigero) fue algo genuinamente japonés: un pescador –un carismático bajo-barítono afroamericano Davone Tines– halla en la playa una capa de plumas colgando de un pino. Le encanta, lo quiere. Pero aparece el ángel Jaroussky para recordarle que el manto es suyo. Ni hablar, dice el pescador. Si me lo devuelves te bailaré una de las danzas sagradas del cielo. Primero baila y después te lo devuelvo… “La desconfianza es cosa de los humanos. En mi mundo no existe el engaño...”
La desconfianza tampoco es cosa de Joan Matabosch, que se ha atrevido a programar siete funciones de esta ópera, un encargado junto con Amsterdam o Helsinki. Llegando
al final, se podía notar cómo el ritmo de la respiración de la platea del
Real había bajado varios enteros. La música contemporánea había ganado la partida.