Vida de novela de una dama ilustrada
Sinfonía en rojo
Elisabeth Mulder, además de brillante poeta y excelente narradora, fue una notable articulista de prensa durante más de dos décadas. Y algunos de sus artículos se publicaron en La Vanguardia en unos momentos en que eran muy pocas, poquísimas, las mujeres que escribían en sus páginas. Más o menos como ocurría en toda la prensa de la época. Mulder redactaba ar- tículos sobre grandes escritores como Alexánder Pushkin, Robert Stevenson, André Gide, Marcel Proust, Somerset Maugham, David Herbert Lawrence, Stendhal o Saint-Exupéry. Pero a través de ellos descubrimos su visión de la vida, e incluso un atisbo de rebelión contenida sorprendente en unos momentos oscuros no sólo para la política, sino también para la cultura, donde lo que pasaba o había pasado fuera se percibía más como una amenaza que como una aportación.
Elisabeth Mulder era un caso muy raro. Su vida era una novela. Y es mérito de José Manuel de Prada haber puesto en valor a esta fascinante dama de la sociedad barcelonesa y de la Fundación Banco Santander haber recopilado en un libro una parte importante de su obra. Mulder no fue a la escuela, su educación estuvo en manos de preceptores. Por increíble que resulte, supo escribir antes que leer y fue capaz de ganar unos Juegos Florales con apenas quince años. Creció en la Barcelona modernista, pero sobre todo en un cafetal familiar en Puerto Rico. Aprendió piano con Enric Granados, hasta que el concertista pereció ahogado en el canal de la Mancha. Viajó por todo el mundo, cuando viajar era un lujo al alcance de unos pocos. Y se casó con un hombre treinta años mayor, que no le dio mala vida (y sí un hijo), entre otras cosas porque le duró poco. Y según Juan Manuel de Prada tuvo una relación estrecha (en cualquier caso más que amistosa) con la también escritora y deportista Ana María Martínez Sagi. De hecho, De Prada tuvo ocasión de conocer a Martínez Sagi al final de su vida, siendo el hilo que le llevó a conocer a nuestra autora. Mulder era una dama ilustrada, cosmopolita, adelantada a su tiempo. Una mujer de clase media, con un montón de paisajes en su memoria y una capacidad de transgresión en su presente. Lo dicho, un personaje perfectamente literario.
En La Vanguardia escribió una buena colección de artículos, algunos de los cuales se encuentran ahora compilados en el libro de Prada, titulado precisamente como el primer gran volumen de poemas de Mulder, Sinfonía en rojo. Una obra que fue presentada a los lectores por una mujer no menos interesante, María Luz Morales, que durante los primeros meses de la Guerra Civil llegó a ser directora de La Vanguardia. Era una periodista que pasó de escribir de moda y de cultura –en ocasiones firmaba con el pseudónimo de Felipe Centeno, seguramente para ser tomada en serio– a estar al frente de un gran diario que había sido incautado por un comité obrero. Para que vean su talante, a los cinco días de tomar posesión, echó a la papelera un editorial ofensivo contra los generales Godet y Fernández Burriel, que acababan de ser fusilados. La directora dijo que no lo publicaba porque estaba en contra de insultar a las víctimas y que sus familiares ya habían sufrido bastante. Poca broma con la dama. Morales fue no sólo la mentora de Mulder (y una insobornable amiga), sino que también escribiría junto a ella años más tarde una obra de teatro, titulada Romance de medianoche.
Uno de los primeros artículos que Mulder publicó en La Vanguardia se titulaba Posición del artista en el mundo actual y está escrito en 1949. La tragedia de la guerra española estaba muy presente en la vida del país, pues las cartillas de racionamiento, las cárceles llenas de presos políticos y los fusilamientos tras juicios sumarísimos formaban parte del retrato del momento. Pero la Segunda Guerra Mundial había martirizado Europa y el final era aún más cercano. Mulder se pregunta: “¿Dónde están nuestros poetas de guerra?”. Y advierte a los intelectuales de su tiempo que no pueden estar en esta zona de nadie de antaño, pues también ha sido bombardeada su torre de marfil. Cita a Stefan Zweig y su libro El mundo insomne como referente. Mulder les pide compromiso y concluye: “El artista, hoy, podrá contar muy poco, representar muy poco, estar prácticamente arrinconado. Pero es el único pulso autónomo que continua emitiendo, como si nada hubiera cambiado en la faz de la tierra, el apasionado latido de lo exclusivo y lo diverso. Como si nada hubiera cambiado. Esta es su miseria y esta es su grandeza.”
A mí, particularmente, me encanta un artículo titulado Doña Emilia y Virginia que, como dice la autora, en su tiempo doña Emilia sólo podía ser Emilia Pardo Bazán, y Virginia, Virginia Woolf. Es una columna de 1963, también en La Vanguardia, pero de gran actualidad. Se trata de una reivindicación del talento femenino, que suena a feminismo emergente, al menos en España. A la autora le fascina el talento de ambas, a la vez tan distinto. “Sería imposible encontrar dos mujeres de una misma profesión más absolutamente desemejantes”, escribe. Y añade que “profesionalmente sólo coincidían en una cosa: el aspecto crítico de su pensamiento.” Mulder analiza las dos autoras, pone en común su extensa cultura, su inteligencia natural, su personalidad arrebatadora y su espíritu moderno. Y sobre todo el haber sabido abrirse camino en un mundo de hombres, sin renunciar a nada.
Y recomiendo la elegía que hizo en otra columna de Alexánder Pushkin, la historia de un burgués elegante, con vocación de héroe, fascinado por las buenas formas, de vida novelesca, que representó la viva imagen del dandismo. El gran cronista del zar Pedro el Grande fue, además, biógrafo predilecto, pero ni esa proximidad le permitió evitar destierros y castigos. Pushkin, el autor de Borís Godunov, el rebelde indomable, el abanderado del romanticismo, despierta en Mulder un impulso arrebatador. También por su final: “Pero todo cuanto su vida tuvo de intensidad, de color, de fuerza vibratoria, lo pagó en moneda de brevedad, y cuando aún sus años no habían alcanzado la total madurez, pasó de un brinco a la orilla del silencio. Muy románticamente, desde luego: de un pistoletazo recibido en un duelo. No por el arte ni por la política: por los celos nada más, nada menos.”
Y no quisiera olvidarme de citar el artículo titulado E, que es un canto a la escritura, con Azorín como excusa. “El lenguaje es una aventura”, nos recuerda Mulder. La fatalidad del escritor no es una tragedia, sino la duda del autor ante la hoja en blanco, la angustia por la sed de la perfección, la inquietante fascinación de un arte misterioso y a la vez auténtico. Estas páginas son un canto a la literatura, un camino de perfección para encontrar la propia voz, que acaba surgiendo espontáneamente. Aunque se requiere voluntad incansable, instinto certero para acabar sintiéndose a gusto con un estilo y un espíritu que refleje su personalidad. Para concluir con algo que ella sabía bien: “Con el tiempo, uno sólo puede convertirse en lo que es.”
Hoy tenemos pues la fortuna de recuperar para el gran público una autora poco conocida, que es el testimonio de una serie de mujeres que levantaron su voz en los años negros del franquismo. Para reivindicarse ellas y para poner las bases para transformar un mundo donde la mujer solo tenía cabida como personaje subalterno.
Elisabeth Mulder
Sinfonía en rojo. Prosa y poesía selecta
Introducción y selección de Juan M. de Prada
Fundación Banco Santander. 401 páginas