Cuando Luis Miguel Dominguín toreaba en Arles, Nimes o Vallauris y sabía que en el tendido estaba Pablo Picasso le invitaba a beber del botijo de su cuadrilla porque el agua venía de España. El pintor, que nunca quiso regresar a la España franquista, le preguntaba: “¿Seguro que es agua de Lozoya?”. Y el torero respondía: “La he traído en un avión especial al aeropuerto de Montpellier para que puedas beber agua de Madrid”.
Esa era la complicidad entre dos genios de artes tan distintas como la pintura y la lidia. Y de esa relación trata la exposición Picasso/Dominguín, una amistad en el Museo de las Culturas Taurinas de Nimes (donde permanecerá hasta el 23 de septiembre). Forma parte del proyecto Picasso-Mediterráneo, impulsado por el Museo Nacional Picasso de París que entre el 2017 y el 2019 ha programado una cuarentena de exposiciones en distintos países.
Picasso (1881-1973) y Dominguín (1926-1996) mantuvieron una intensa relación durante quince años y colaboraron en proyectos como el libro Toros y toreros (1961), con ilustraciones del pintor y prólogo del torero. Un ejemplar numerado y firmado forma parte de los fondos de este museo de la ciudad más taurina de Francia, que cuenta también con obras de otros artistas y una sala dedicada unicamente al torero José Tomás. Un museo situado a escasos metros de las Arenas de Nimes y detrás del recién inaugurado Museo de la Romanidad. Para la presente exposición, el Museo Picasso de París ha prestado óleos, acuarelas y dibujos de Picasso sobre tauromaquia, en muchos de los cuales la figura esbelta y los pases toreros remiten sin duda a Dominguín. También pueden verse cerámicas decoradas por Picasso, vestidos de torero que lució Dominguín y numerosas fotos de sus encuentros, especialmente de Lucien Clergue y Edward Quinn. Entre las piezas más relevantes de Picasso destacan dos óleos, Naturaleza muerta en la cabeza de un toro (1958) y Torero (1971), y un carnet de dibujos (1959). Entre estos últimos figura el que se ha utilizado como cartel de la última feria de Nimes, que se celebra en sus Arenas romanas y que cada año se encarga a un pintor conocido (en 1998 lo hizo Miquel Barceló y antes Eduardo Arroyo).
Un capítulo interesante son las cartas y telegramas que se intercambiaron Dominguín, Picasso y Jean Cocteau, que fue quien los presentó en 1950. Una de las cartas enviadas a Picasso, en 1960, está escrita a mano por Dominguín en una hoja que contiene un poema mecanografiado de Rafael Alberti titulado Un solo toro para Luis Miguel Dominguín.
Antes de conocerse, a Picasso no le gustaba especialmente la manera de torear de Dominguín. Lo consideraba “un torero para la plaza Vendôme”. Decía que era demasiado chic, muy técnico, frío, “endomingado”. A él le gustaba Chicuelo II, un torero que se jugaba la vida en cada pase, y eso era lo que reflejaba en sus cuadros, como el que pintó en 1933 titulado La muerte del torero. Cuando Picasso coincidió con Domingo Dominguín, en una corrida en Nimes en la que participaba su hermano Luis Miguel, le espetó: “Escucha Domingo, me han dicho que Luis Miguel es un señorito, medio fascista, un hombre de mujeres. ¿Es verdad?”. Y Domingo, que había sido también torero y era miembro del Partido Comunista Español en la clandestinidad, como Eugenio Arias, el peluquero de Picasso que también les acompañaba, le respondió con rotundidad: “No hagas caso. Ningún hijo de Pilar y de Cruz, el blasfemador, puede ser así”. Unos meses después, en Arles, Picasso asistió a otra corrida de Dominguín, y este a pesar de saberlo prefirió dedicar el toro al poeta Jean Cocteau, quien le ofreció como regalo un reloj, “de oro falso” decía Dominguín, quien también se jactaba de haber sido el único torero capaz de no brindar un toro a Picasso en Francia (aunque posteriormente sí lo hizo). Y cuando por primera vez se sentaron juntos en una mesa estuvieron prácticamente sin hablarse. “Los dos nos observábamos como hacen los toros antes de atacar”, dijo luego Dominguín, que a sus 25 años ya mostraba sus dotes de provocador frente a un maduro Picasso, de 70.
El estilo rudo, simple, incluso chuleta de Dominguín gustaba a Picasso que en este sentido era también bastante directo. Tras publicar Toros y toreros, Picasso le llamó para decirle que el libro era un éxito editorial y el torero le espetó: “Lo ves, animal, lo que interesa es mi texto. Tus dibujos, aunque en cinco lenguas, son siempre lo mismo”. Y Picasso le respondió: “Coño, tienes razón, tienes razón”. En otra ocasión Picasso le pidió que escribiera un tratado de tauromaquia, como Pepe Hillo lo había hecho en el siglo XVIII, y fue aun más claro: “Los toros no saben leer”.
Existe toda una leyenda sobre la relación entre estos dos artistas. Luis Miguel tenía entrada directa en las mansiones de Picasso, no tenía que pedir hora. Se cuenta que una de las primeras veces que acudió a Vallauris, al ver que estaba la puerta entreabierta entró sin llamar y sorprendió a Françoise Gillot, entonces compañera del pintor, saliendo del baño.
Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé, con quien se casó en 1955, visitaron a menudo a Picasso en la villa Californie, donde entonces vivía con Jacqueline Roque, y luego en el castillo de Vauvenargues. Decía Luis Miguel que él ya conocía este castillo de antes por haber sido invitado por la novia de un gángster marsellés que conoció en el casino de Montecarlo pero que había tenido que escapar por piernas ante la llegada del capo. Picasso fue padrino de Paola, la hija pequeña de Dominguín y Bosé, y tanto ella como sus hermanos Miguel y Lucía hicieron estancias en casa de los Picasso mientras Luis Miguel recorría el mundo toreando. Pero tras el conflictivo divorcio entre Dominguín y Lucía Bosé, al parecer por la escandalosa relación del torero con su prima Mariví Dominguín, Picasso tomó partido por la actriz italiana y no quiso volver a verlo.
Picasso nunca llegó a hacer un retrato de Dominguín y sin embargo su silueta escuálida parece repetirse en numerosas escenas taurinas. Jacques Durand dice, en el catálogo de la exposición, que en los dibujos refleja al matador “con sus piernas de compás, su mirada de garza desdeñosa o mantis religiosa”.
Luis Miguel, que tuvo también una relación cordial con Franco y participó en alguna de sus cacerías, intentó en vano que su amigo Pablo volviera a España. También le propuso diseñar y pintar una plaza de toros en la Casa de Campo de Madrid, que hubiese sido además su museo, pero el alcalde de Madrid se opuso. Esta idea estaba relacionada con el proyecto del arquitecto catalán Antoni Bonet i Castellana de construir una plaza de toros cubierta. Bonet residía en Buenos Aires pero visitaba a Picasso e hizo que él y Dominguín firmarán en 1962 tres planos, que se muestran en la exposición, como si se tratase de un proyecto colectivo. Picasso albergaba la esperanza de construirla en Vauvenargues; Dominguín en Madrid, pero finalmente Bonet desistió.
Otra propuesta fallida de Dominguín fue para que en la Exposición Universal de Nueva York Picasso expusiera sus Meninas junto a las de Velázquez. Otra de sus obsesiones era que Dalí y Picasso se reencontraran. En el museo Picasso de París se conserva un telegrama de 1953 –no expuesto en Nimes– enviado por Dalí y Dominguín mientras tramaban una corrida surrealista a la que querían invitar al artista malagueño. Pero Picasso fue fiel a sus principios y ni quiso reencontrarse con Dalí, ni quiso regresar a España mientras viviese Franco.