El corazón puro del cartógrafo de la maldad
JOHN CONNOLLY Visitamos en Dublín al creador del detective Charlie ‘Bird’ Parker con motivo de la publicación de ‘Tiempos oscuros’, la nueva novela que muestra las peripecias físicas y metafísicas del expolicía de Nueva York
Todo aquel que se ha cruzado por el camino de John Connolly (Dublín, 1968) sabe que el hombre empecinado en cartografiar la oscuridad y de cuya imaginación han brotado sin descanso seres (mamíferos o sobrenaturales) a cual más terrorífico, es un trozo de pan. Regala cedés con la banda sonora de sus libros en las presentaciones, reparte obsequios entre el personal de sus editoriales cuando viaja de promoción, modera desde hace años un club de lectura en una prisión… Por eso no resulta extraño que ante la visita de este periodista a Dublín no se lo pensara dos veces a la hora de ofrecerse a recogerlo en el aeropuerto. Y es así que de pronto se encuentra uno a bordo de un Volvo rojo al que debe costarle lo suyo pasar la ITV cada año, con el escritor a su derecha, tres perros en la parte trasera –Shasha, Juno y Coco, rescatados de la perrera, por si tenían alguna duda– y un día previsiblemente encapotado tras las ventanas.
Mientras estudiaba literatura inglesa en el Trinity College, Connolly encadenó trabajos alimenticios como camarero en Lisdoonvarna, un pueblecito famoso por su festival para encontrar pareja, o en el departamento de paquetería de los almacenes Harrods –“creo que mis jefes no repararon en el peligro de tener a un irlandés ahí en un momento en que el IRA enviaba sin descanso paquetes bomba”–. Ya licenciado, ejerció tres años de periodista en The Irish Times, “pero no era lo mío, no destacaba –comentará más adelante–. Me resultó muy útil de cara a disciplinarme y quitarle florituras a mi prosa. Y como estoy convencido de que el desarrollo artístico necesita del impulso de cierta rabia y necesidad de demostrarle a los otros que se equivocan, el hecho de que no me pusieran al frente de la sección de Educación, porque mis superiores claramente no me creían al nivel, avivó un fuego creativo en mí que serviría en parte para mostrarles mi valía”.
Como todo periodista que se precie, el dublinés luchaba con una novela en sus horas libres, la seminal Todo lo que muere. Al contrario que el 99% de los novelistas irlandeses, iba a ser de género negro. Al contrario que el 99% de las novelas, iba a combinar el género negro con el fantástico. “Mis lecturas eran de misterio, obra de americanos e ingleses, y por mucho que coloqué a un detective en Maine, no pude escapar de mi condición de producto de una islita católica como Irlanda. Aquí tenemos una relación especial con el folklore y la mitología, a lo que se añade que las mejores novelas góticas las han firmado irlandeses. Nuestra desconfianza hacia el racionalismo, algo muy católico, infectó mi mundo”.
La primera parada es en el Phoenix Park, cuyas 707 hectáreas lo convierten en uno de los parques cerrados más grandes de Europa, cuya extensión duplica la de Central Park y acoge la residencia presidencial. Mientras los tres perros olfatean y se alivian por doquier, John Connolly –al que jamás he visto sin una cruz bizantina al cuello y sin lucir chaleco– habla de su fascinación por dos disciplinas cruciales para entender su obra: la psicogeografía –estudio del impacto de los entornos físicos, ya sean naturales o artificiales, en nuestras emociones– y el concepto derridiano de hauntology –que, en lenguaje llano, analiza cómo las manifestaciones del pasado proyectan su influencia sobre nuestro presente y futuro–. “Déjame, sin embargo, dejar la teoría abstrusa a un lado y que te explique dos experiencias infantiles que sospecho que marcaron mi interés en lo oculto. Recuerdo las vacaciones de verano en el campo en que oí hablar por primera vez de los fairy forts (fortines de hadas), esos montículos a los que no se lleva el ganado a pastar, y que con frecuencia se vallan, porque existe el convencimiento ancestral –¡aún hoy! –de que los habitan entes maléficos. Por otro lado, en la sala de estar de la casa donde crecí, cuyas paredes estaban cubiertas con el mismo papel pintado, como es tradición en los hogares irlandeses, se levantaba un espejo en el que, si te colocabas en un ángulo preciso, podías ver toda la estancia sin que se reflejara tu imagen. Era lo más parecido a sentirse un vampiro”.
En el despacho de Connolly, situado en la cuarta de las cinco plantas del edificio de estilo eduardiano en el que vive junto a su mujer y uno de sus dos hijos, no se ven espejos, sí en cambio muchas figuritas del universo de Dr. Who, dos cráneos, un sable de La guerra de las galaxias , espadas antiguas, un tocadiscos y diversos demonios y murciélagos de papel maché y trapo.
Vuela una hora hablando, entre otros temas, sobre la variada fortuna del ciclo Parker en el extranjero –los países protestantes le dan la espalda, Japón censura cualquier referencia gay...–, los vikingos que ejercieron de mercenarios para los reyes sajones y que le inspiraron la figura del Rey Muerto de Tiempos oscuros –“en mis libros parto con frecuencia de un 1% de verdad para meter un 99% de invención”–, cómo le inspiran las historias de fantasmas decimonónicas a la hora de perturbar a sus lectores, su rutina de quinientas palabras diarias, su aversión al pescado y la posibilidad de que exista un mal primigenio, más allá del entendimiento humano, que surgiera con el big bang.
Antes de despedirnos, John Connolly me entrega dos libros y dos cedés e insiste en llevarme en coche al hotel.
John Connolly
Tiempos oscuros
tusquets. traducción: vicente campos. 448 páginAs. 19,90 euros