Hasta siempre, Bolt
ATLETISMO MUNDIALES DE LONDRES
El mito de la velocidad cierra su trayectoria retirándose, con el isquiotibial roto, en la última carrera de su historia
A veces,
en baños sucios,
él ve tres caras
observándole:
la suya,
la de un hombre de pelo gris
de maduro comportamiento
y la del joven mocoso
que ganó el primer premio
Arvind Krishna Mehrotra,
‘Approaching Fifty’
El curioso que se desplaza hacia el Estadio Olímpico puede leer el poema de Mehrotra. Cuelga del vagón, en el metro de Londres.
El verso invita a la introspección. Anoche, Usain Bolt (30) salió de la habitación, cerró la puerta y apagó la luz. Lo hizo cojo. Acababa de romperse los isquiotibiales cuando trataba de recuperar dos posiciones, en la última recta del relevo corto (ganaron los británicos, sorprendiendo al cuarteto estadounidense, con el ogro Gatlin y el joven Coleman entre ellos, que fue de plata).
Nunca, en ocho años, había perdido Bolt en esta distancia. Nunca, en cuatro apariciones. Así de contundente era, hasta ahora, el dominio jamaicano en la velocidad.
¿Y qué?
No importa.
Algún día, al mirarse en el espejo, Bolt identificará al joven mocoso que ganó el primer premio. El cincuentañero en el verso de Mehrotra.
Pero volvamos al presente. Se intuyen tiempos oscuros en el ámbito del atletismo, apuntan algunos, ahora que las marcas desfallecen, los nombres se desfiguran y las nuevas estrellas titilan bajo luces que van y vienen.
No sabemos muy bien qué nos va a deparar Wayde van Niekerk. Christian Coleman aún se halla en proceso de maduración. Genzebe Dibaba se ha diluido. Mo Farah no volverá a pisar un tartán: le quedan los maratones,
la ruta. No genera hipnosis Lavillenie.
Y los mitos del pasado se vienen arriba.
–Para trascender, no basta con batir el récord del mundo y ganar un oro. Hace falta algo distinto. Y una personalidad magnética.
Eso lo dice Michael Johnson, el último en lograr el doblete 200-400 mundial, hace ya mucho, 22 años: un tipo que nunca se distinguió por la humildad.
Michael Johnson está hablando de sí mismo. Y también de Usain Bolt.
Eso mismo piensa Javier Sotomayor, cuyo récord de la altura aún luce ahí arriba: 24 años tienen sus 2,45 m. Si le preguntan por aquella época suya, cuando a su alrededor brillaban Carl Lewis, Steve Cram, Jackie Joyner, Heike Dreschler o Mike Powell, entonces Sotomayor responde:
–¡Pero ahora está Bolt!
Hasta ayer, la respuesta era válida. Hoy ya no cuela.
Bolt se fue anoche. Y nada le hará volver.
En realidad, será mejor así. Su decadencia es incuestionable.
Lo dice el devenir de sus marcas: desde el pico de Berlín 2009 –9s58 en 100 m; 19s19 en 200; vamos a ver cuánto duran esas plusmarcas–, cada uno de sus triunfos ha sido inferior al precedente. En Londres, ni siquiera ha podido ganar el 100. Había sido bronce hace una semana, en unos discretos 9s95. Con ese registro, se hubiera caído del podio en el 2015, en el 2013 e incluso en el 2009. Cinco hombres le hubieran superado en Tokio, en 1991: Lewis, Burrell, Mitchell, Christie y Fredericks...
Hay voces interpretando que su adiós ha llegado tarde. Se habla de la presión de los patrocinadores. Se insiste en que Bolt apenas ha preparado estos Mundiales, los de su homenaje: de hecho, antes de aparecer en Londres, solo había competido en tres foros. Y a regañadientes, incluso vetando a sus rivales, como a Andre de Grasse, en Mónaco. Hay un último detalle: aquí, Bolt ha obviado los 200 m, en realidad su distancia natural.
–Estoy cansado –comentaba a quien le visitaba en Kingston.