Los inicios de la presidencia Trump justifican el espanto que despertó su victoria; quienes creían que no pasaría de meras bravuconadas, comprueban ahora su hostilidad, propia de un narcisismo superlativo y una nula empatía. Unos temores abundantes en la Unión Europea que, de repente, se ve forzada a transitar de la juventud a la madurez, una vez su protector le echa de casa a patadas. Pero ni tienen que hacerse realidad los peores presagios ni, en su caso, culpar de nuestras desgracias a los republicanos.
Una de las mayores amenazas de la Casa Blanca es el desampararnos en el ámbito de la defensa. Y, si bien su abandono nos enfrenta de repente a nuestras fragilidades, no deberíamos perder de vista que el gasto anual en defensa del conjunto de países europeos se sitúa por encima de los 300.000 millones de euros; una cifra muy inferior a la estadounidense pero claramente superior a la de China y, mucho más, a la de Rusia. Así, al margen de un mayor gasto, sólo con la coordinación de nuestros ejércitos la mejora resultaría ya determinante.
Europa puede iniciar una etapa de madurez, consciente de que el riesgo está en casa
Otro de los garrotazos de los que se nos advierte son la imposición de aranceles a las exportaciones europeas. Si se concretasen, nuestras empresas no se verían especialmente afectadas en comparación con lo que vienen padeciendo por las barreras que Europa se viene auto imponiendo. Así lo señalaba recientemente Mario Draghi recordando cómo el FMI estima que la propia regulación interna equivale a un arancel del 45% para las manufacturas y del 110% para los servicios.
Acerca de la inteligencia artificial y el riesgo cierto de quedarnos al margen en esta colosal batalla tecnológica, Europa también depende de sí misma. El liderazgo norteamericano se sustenta en una enorme inversión pública acompañada de un sector privado proclive a asumir riesgos y, todo ello, soportado en un denso tejido científico y universitario. Europa también dispone de notables recursos que, lamentablemente, no orientamos a nuestras emprendedores, como confirma el BEI al señalar que el 60% de las tecnológicas emergentes que son adquiridas en la UE acaban en manos extranjeras.
Finalmente, resulta fundamental que Europa no se deje llevar por el mal entendido liberalismo del otro lado del Atlántico y se reafirme en que su crecimiento económico debe ir de la mano de la equidad social. Así, debemos avanzar en ámbitos como, por ejemplo, la armonización impositiva. Resulta lamentable que en el seno de la Unión aún persistan pseudo paraísos fiscales que facilitan la elusión tributaria a ese dinero global que se mueve alegremente.
Europa no debe temer a Trump y los suyos. Por contra, puede iniciar una etapa de plena madurez, consciente de que el verdadero riesgo está en casa, en el dejarse llevar por los intereses cortoplacistas de los estados miembros. Buen momento para recordar al perspicaz ministro Pío Cabanillas cuando atinó con aquel “¡al suelo que vienen los nuestros!”.