La hiperactividad de Donald Trump –montañas de decretos presidenciales, marchas atrás, choques con la justicia, amenazas, declaraciones que no se sabe si van en serio o simplemente se trata de un juego macabro– hacen difícil calibrar cuál es la situación real de la política de EE.UU. y del mundo. Quizás se trate de eso, de marear con un flujo incesante de hechos y palabras, hasta aturdir a los receptores y dejarles sin entendimiento ni capacidad de reacción.
Como resultado de todo eso, una espesa niebla cubre la agenda presidencial. ¿Seguirá violando las leyes y presionando a los jueces mientras expande los poderes ejecutivos de la presidencia y reduce al mínimo las competencias legislativas y judiciales? ¿Aplicará sus ideas y las de su asesor sin escrupulos políticos ni comerciales, Elon Musk, a la administración del Estado? ¿Podrá seguir adelante con su plan de expulsar a millones de inmigrantes? ¿Aspira a un tercer mandato presidencial, reformando la Constitución? ¿Realmente está dispuesto a abrir una guerra comercial con el resto del mundo? Un programa que se presume demasiado ambicioso para un solo mandato de cuatro años, el que en la política estadounidense se considera como el del pato cojo, encarnación en la que inevitablemente Trump vive desde el primer día. La cuenta atrás corre muy rápida para el.
De momento, ya ha comenzado a construir las bases de una grave crisis cuyas expresiones más visibles hasta el momento están siendo los tropiezos con los jueces federales, la creciente inquietud de parte de la población y la ira de sus socios internacionales más añejos. Y los chinos, uno de los grandes quebraderos de cabeza del imperio, han decidido no quedarse quietos. Le han dado la bienvenida con Deepseek, esa especie de caballo de Troya con alcance y consecuencias aún desconocidas.
En el terreno interno, las primeras encuestas rastrean un cierto cambio de ánimo de la población. Según los datos recogidos en una encuesta de la Universidad de Michigan, con la persistencia de la inflación, pese a las promesas del nuevo presidente, la confianza de los consumidores ha empezado a bajar drásticamente, hasta niveles de siete meses atrás, en uno de los peores momentos de la anterior presidencia de Joe Biden. La política comercial que está comenzando a aplicar Trump, con los aranceles a las importaciones de terceros países, no hará más que sostener esa tendencia al alza de los precios y, por lo tanto, dará más argumentos a la Reserva Federal (Fed), el banco central de EE.UU., para mantener e incluso subir los tipos de interés. Malas noticias para los estadounidenses endeudados. Pero, además, la subida de tipos, junto con las rebaja fiscales que ha prometido, forzarán la subida del valor del dólar, con lo que el teórico objetivo final, reducir importaciones y crear empleo en la industria del país, se quedarán en un mero deseo.

Un momento del asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021
No se puede descartar que para superar el impasse, el mandatario necesite un evento inesperado
En este contexto, Trump se puede encontrar con una rápida caída de su popularidad. Y no hay que olvidar que su pasada victoria de noviembre se debió muchísimo más a la pérdida de votos de los demócratas de Kamala Harris que a la subida de los propios. La mayoría de los norteamericanos no compró su mensaje. Aunque ciertamente tampoco se opuso.
Las trabas que está encontrando en la justicia para la mayor parte de sus medidas son otro inconveniente que puede generar una creciente frustración en la recién estrenada administración. Asimismo, tendrá que contar con la resistencia de los socios europeos. Es cierto que estos acaban cediendo siempre. Amagaron con resistir la presión de EE.UU. sobre Rusia a cuenta de la aproximación de esta última a la OTAN para acabar convirtiéndose en los más belicosos. Ahora que Washington ha dado el giro final que ya Biden había venido insinuando, también se resisten. Pero acabarán comulgando. Y si al final asumen aumentar los gastos en armamento, la parte del león será para comprárselo al amigo americano. Pero todo eso llevará su tiempo y a corto plazo complicará la acción de Trump. Incluso esa idea de un tercer mandato, con la que tontea y también tantea, en mítines y reuniones, cual Julio César rechazando, tal día como ayer y hasta tres veces, la corona de laurel que representaba sus aspiraciones a ser rey, y que ya le proponen algunos de sus más fervientes seguidores, podría ser una tentación para reconducir un curso político amenazado de descarrilamiento, casi inviable. Requeriría una mayoría de dos tercios en el Congreso y de tres cuartas partes de los estados de la Unión.
En resumen, el inquilino de la Casa Blanca tiene por delante un calendario político corto y mucho más complicado de lo que pensó durante su feliz noche del pasado 5 de noviembre.
La historia ha ofrecido en ocasiones salidas inverosímiles a políticos abocados a situaciones de estancamiento y que les brindan en bandeja la exigencia de amplios poderes para superar las trabas hacia la consecución de sus objetivos. Uno de los más escalofriantes fue el incendio del Reichstag, el parlamento alemán, en febrero de 1933, menos de un mes después del acceso de Adolf Hitler a la cancillería. La conmoción que causó esa calamidad permitió a los nazis desmantelar la república de Weimar y otorgar todos los poderes al nuevo dictador.
La confianza del consumidor de EE.UU. ha bajado con fuerza por las expectativas de inflación
Obviamente, la historia no se repite y a veces rima. Y ni los protagonistas de aquella época son como los de ahora, aunque también puedan parecerse. Pero nunca deben descartarse acontecimientos imprevistos y suficientemente graves que cambien el sentido de la historia. Una especie de remake del asalto al Capitolio.