Los líderes europeos continúan decidiendo y ya han nombrado a los responsables de la Comisión (Von der Leyen), Consejo (Costa) y política exterior (Kallas). Aparentemente, todo muy normal: buena cara al mal tiempo electoral, siguiendo aquello de no hacer mudanza en tiempos de tribulación. Pero la realidad es otra, y la resaca del 12 de junio continúa muy presente: creciente irritación de la Italia de Meloni por su exclusión (habrá que esperar y ver sus consecuencias) y preocupantes elecciones en Francia.
Ahí, las encuestas apuntan a un 20% del voto para el partido de Macron, del 28% al 30% para el Nuevo Frente Popular (izquierdas) y del 32% al 35% para el Reagrupamiento Nacional de Le Pen. Un escenario de difícil gobernabilidad que arroja sombras para un país central de la UE y en el que el euroescepticismo ha emergido de nuevo con fuerza (¿recuerdan su no, en 2005, al referéndum sobre la llamada Constitución europea?).
El horizonte tras las elecciones de Francia es, en el mejor de los casos, de parálisis
Además, los programas de la extrema derecha y del frente de izquierdas tienen un denominador común: reducir carga fiscal y elevar gasto. En román paladino, previsible deterioro de unas finanzas públicas con excesos de déficit y deuda (en 2023, 5% y 110% del PIB, respectivamente), para las que la Comisión ha abierto expediente. Y Francia, como todos los países de la UE, debe presentar en septiembre un programa creíble de reducción a cinco años de ambos desequilibrios. ¿Qué propondrá el nuevo Gobierno?
Si los resultados son los previstos por las encuestas, veremos un aumento de las primas de riesgo de la deuda francesa, que los mercados han comenzado ya a descontar: respecto de la alemana se ha elevado de los 50 a los 75 puntos básicos, cerca ya de los máximos de 2012. Nada extraordinario… todavía. Pero si una nueva mayoría alcanza el gobierno eso no va a quedar ahí. Porque el panorama social francés no permite esperar que las promesas electorales no vayan a cumplirse, aunque sea sólo en parte y en el corto plazo: los severos conflictos sociales de los chalecos amarillos o de la reforma de las pensiones recuerdan lo que puede suceder. Veremos qué sucede el domingo, pero los nubarrones que se acumulan sugieren algo más que una tempestad de verano: el horizonte tras las elecciones es, en el mejor de los casos, de parálisis, tanto en Francia como en la UE.
En caso de extrema necesidad, al BCE siempre le queda el Transmission Protection Instrument (TPI), mecanismo que permite comprar la deuda pública suficiente como para contener las primas de riesgo de países en dificultades financieras, sea Francia y/o algunos de sus vecinos, en particular Italia. Porque el contagio no es descartable, como ya vimos en 2011/12. El único problema del uso del TPI es la obligada exigencia de profundas reformas y severos ajustes. ¿De nuevo, austeridad? Pues quizás sí. ¿La aguantarán los franceses? On verra .