¡Sin novedad, señora baronesa!
Opinión
El BCE hizo públicas ayer sus proyecciones de precios y crecimiento para 2024-25: en ambos casos, revisión a la baja. Dada la moderación del IPC, aquellas apuntan a una inflación del 2,3% para 2024, 2,0% para 2025 y 1,9% para 2026, acompañada también de reducción en la subyacente. Unas perspectivas que, lastimosamente, vienen acompañadas de un crecimiento del PIB que se sitúa en niveles más que modestos: avances del 0,6%, 1,5% para 2025 y 1,8% para 2026.
En este contexto de precios y crecimiento, los analistas del sistema financiero de la eurozona (ECB Survey of Monetary Analysts) esperan la primera rebaja de tipos en junio (del 4,50% al 4,25%) y nuevas caídas en la segunda mitad del año (hasta el 3,5% de diciembre) en la dirección del 2,75% que se postula para finales de 2025.
La cercana reducción de tipos de interés es una buena noticia
Esa combinación entre moderación en el crecimiento de los precios y muy modestos avances del PIB definen el marco y los límites de lo decidido ayer por el BCE. Porque aunque el bajo crecimiento exigiría un descenso rápido de tipos, ese movimiento lo impide la persistencia inflacionaria y los temores a su rebote por el fuerte avance de los salarios. Por ello, decisión salomónica: esperar a ver cómo evolucionan precios en los servicios y costes laborales, y decidir en mayo el ritmo de la esperada disminución de tipos.
Aunque haya consenso sobre lo que terminará haciendo el BCE, no lo existe sobre si su actual política (es la cuarta reunión en la que los tipos se mantienen) es la que hoy necesita la eurozona. Se tiene la impresión que los halcones continúan al frente de las decisiones del banco y que los partidarios de mayor relajamiento, básicamente los banqueros centrales del sur, no tienen ya mando en plaza. Probablemente ello sea cierto, aunque es una evaluación que hay que matizar: la política del BCE desde 2012 a verano de 2022 (tipos de interés, crédito a la banca y compras de deuda pública) se dirigió a ayudar a la banca y las finanzas públicas de los países mediterráneos. Tras diez años de laxitud monetaria, se entiende que los más severos banqueros del centro de Europa aguanten las presiones de moderación. Aunque no parece que será por mucho tiempo.
Alegrémonos. Ello permitirá un cierto alivio de la presión sobre las finanzas públicas españolas, más que necesaria dada la recuperación de la disciplina fiscal que impone Bruselas, y mejores expectativas y costes más reducidos para el crédito a hogares y empresas, que también lo necesitan. Un horizonte que, de cumplirse la profecía, situaría 2023 y la primera mitad de 2024 como el período más duro del choque inflacionario y de la inevitable y severa respuesta del BCE.
La cercana reducción de tipos de interés es una buena noticia. Por una vez, y a pesar de todos los problemas por los que hemos transitado, podríamos sumarnos al “¡no hay novedad, señora baronesa”.