La guerra y las subvenciones han acelerado la transición ecológica

Haciendo progresos

Pueden que le hayan ahorrado diez años

Central nuclear y aerogeneradores en Francia

Central nuclear y aerogeneradores en Francia 

C. Moirent

Para muchos activistas, el abandonado pueblo alemán de Lutzerath resume la pesadilla de la crisis energética mundial. Los activistas bloquearon durante meses la demolición del lugar, después de que el ministro de Energía Robert Habeck permitiera a una empresa de energía derribar las casas de la localidad para ampliar una mina a cielo abierto de lignito (la forma más sucia de carbón). Cientos de policías, impertérritos ante la lluvia de artefactos pirotécnicos lanzados contra ellos, fueron desalojando manifestantes para abrir paso a una excavadora gigante. Ahora no queda nada del pueblo; y los últimos edificios han desaparecido.

En su pánico por impedir los cortes en el suministro eléctrico, los responsables políticos de Europa y Asia reabren minas de carbón, mantienen en activo centrales termoeléctricas contaminantes y firman acuerdos para importar gas natural licuado (GNL). Las petroleras gigantes de propiedad estatal, como la emiratí ADNOC y la saudí ARAMCO, están apartando cientos de miles de millones de dólares para aumentar la producción, mientras las compañías energéticas privadas obtienen enormes beneficios. Muchos gobiernos fomentan el consumo de esos combustibles sucios porque subvencionan el consumo energético para ayudar a los ciudadanos a pasar el invierno.

La guerra en Ucrania y el alza del precio de las energías fósiles han dado una importante ventaja a las alternativas renovables

Sin embargo, lo cierto es que el retorno del combustible marrón es una subtrama en una historia mucho más grande. Al hacer que el carbón, el gas y el petróleo sean más escasos y más caros  (pese a las recientes caídas, los precios se mantienen muy por encima de las medias a largo plazo), la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha dado a la energía renovable, generada en su mayor parte de modo nacional, una importante ventaja estratégica y económica. En realidad, al tiempo que apoyaba el año pasado la minería del carbón, Habeck, que pertenece a Los Verdes, también presentó planes para ampliar la energía solar y eólica, unos planes que incluyen la ventosa Renania donde se encuentra Lutzerath. En todo el mundo, las autoridades están elevando los objetivos en materia de energías renovables y apartando enormes sumas para financiar su desarrollo.

Semejante complejidad hace difícil discernir si el tumulto de los mercados energéticos favorece u obstaculiza la transición energética. Para evaluar el panorama general, The Economist ha analizado una serie de factores, como el consumo de combustibles fósiles, la eficiencia energética y el despliegue de las energías renovables. Nuestras conclusiones apuntan a que la crisis provocada por la guerra de Ucrania puede haber acelerado la transición ecológica entre cinco y diez años.

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Como indica la batalla de Lutzerath, el principal motivo de alarma es que el mundo está quemando hoy más carbón. Antes de la guerra, pareció que el apetito por ese combustible, que había alcanzado su punto máximo en 2013, se encontraba en continuado declive. Sin embargo, el año pasado, el consumo creció un 1,2% y superó por primera vez los 8.000 millones de toneladas. Los elevadísimos precios del gas han empujado a las compañías energéticas de Europa y algunas partes de Asia (sobre todo, de Japón y Corea del Sur) a un mayor uso de ese combustible. Los políticos han prolongado la vida de las centrales de carbón, reabierto las que estaban cerradas y eliminado los límites de producción. Todo ello ha provocado una pugna por el suministro, que se ha visto exacerbada por la prohibición europea de importaciones rusas. En China y la India, la producción aumentó un 8% y un 11% respectivamente en 2022, lo que ha disparado la producción mundial hasta una cifra récord.

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Imagen de archivo de una mina de carbón en Yinchuan, China 

Otras Fuentes

La Agencia Internacional de la Energía (AIE), organismo oficial encargado de las previsiones energéticas, pronostica que la demanda de carbón se mantendrá elevada hasta 2025 (aunque matiza que los vaticinios son especialmente difíciles en las actuales condiciones del mercado). Europa recibirá menos gas de Rusia y es probable que la oferta mundial de GNL siga escaseando, lo que significa que el carbón se mantendrá como opción alternativa del bloque comunitario. Probablemente aumentará el consumo de la India, lo cual incrementará la demanda. 

Sin embargo, ese aumento se verá atenuado por un incremento del uso de energías renovables, y más allá de 2025 la suerte del carbón no parece muy prometedora. En Estados Unidos, Qatar y otros países se van a poner en marcha nuevos proyectos de GNL que aliviarán los mercados gasísticos. Al mismo tiempo, el auge de la energía eólica y solar reducirá el apetito por los combustibles fósiles, sobre todo en China. La AIE estima que ese país alcanzará en 2025 una capacidad de generación renovable capaz de suministrar 1.000 teravatios-hora, equivalente a la generación total de energía de Japón en la actualidad.

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Mientras tanto, la capacidad de producción mundial existente, tanto de petróleo como de gas, está cerca de su límite. Rusia no tiene fácil reorientar las exportaciones de gas; sus plataformas petrolíferas, faltas de personal y recambios, quizás no tarden mucho en producir menos de lo que producen ahora. Pese a que los países ávidos de energía se han dedicado a firmar acuerdos a largo plazo para importar GNL (lo cual los obligará a importar combustible fósil durante varias décadas más), los volúmenes siguen siendo modestos. 

Europa ha consumido entre un 6 y un 8% menos de electricidad que el año anterior gracias al clima temperado y una mayor eficiencia energética

Las empresas de hidrocarburos obtienen pingües beneficios, pero decae la inversión en nuevos proyectos. Ese gasto se mantiene muy por debajo de los niveles de hace una década, y un dólar de inversión parece llegar hoy menos lejos: el gasto de capital por barril de producción, una medida de los costes de exploración y producción, ha aumentado un 30% desde 2017. En ambos casos, la demanda sostenida en medio de una oferta que aumenta poco (quizá incluso decae) debería mantener elevados los precios.

Los precios altos hacen que los consumidores y las empresas intenten reducir su dependencia de los combustibles fósiles. El año pasado, la economía mundial consumió un 2% menos de energía (medido a partir de la cantidad de energía utilizada para producir una unidad de PIB), el ritmo más rápido de mejora en una década. Los esfuerzos por lograr un menor consumo resultan más evidentes en Europa, algo favorecido en los últimos meses por unas temperaturas inusualmente suaves. La combinación de un clima temperado y una mayor eficiencia energética ha hecho que el continente haya consumido este invierno un 6-8% menos de electricidad que el anterior. El capital se moviliza a gran escala en todo el mundo para lograr que la economía sea más austera. El año pasado, gobiernos, hogares y empresas gastaron 560.000 millones de dólares en eficiencia energética. Ese dinero se destinó principalmente a dos tecnologías: los vehículos eléctricos y las bombas de calor. Las ventas de los primeros casi se duplicaron en 2021 y 2022.

La inversión mundial en activos eólicos y solares aumentó en 133.000 millones de dólares y superó por primera vez la inversión en pozos de petróleo y gas

Sin embargo, la eficiencia no es suficiente. Se buscan también fuentes alternativas de energía, sobre todo en Europa. Entre diciembre de 2021 y octubre de 2022, los precios de los contratos de los proyectos eólicos y solares fotovoltaicos del continente se situaron de media un 77% por debajo de los precios mayoristas de la electricidad. A 257 euros por megavatio-hora (MWh), el precio medio en Alemania en diciembre, una planta solar típica tarda menos de tres años en ser rentable frente a los 11 años a 50 euros por MWh, el precio medio al contado entre 2000 y 2022. En términos globales, la instalación en los tejados de paneles solares, utilizada por hogares y empresas para recortar sus facturas, aumentó en un 50% el año pasado. También se pusieron en marcha proyectos eólicos terrestres capaces de suministrar una cifra récord de 128 GW, un 35% más que el año anterior.

Esos indicadores sólo abarcan una fracción de la actividad que ha tenido lugar desde la guerra, porque seleccionar un emplazamiento, obtener permisos y diseñar grandes parques eólicos o solares puede llevar muchos años. Un indicador más representativo (y más alentador incluso) es la cantidad de dinero que fluye hacia los nuevos proyectos. El año pasado, la inversión mundial en activos eólicos y solares pasó de 357.000 millones de dólares a 490.000 millones, con lo cual superó por primera vez la inversión en pozos de petróleo y gas, tanto nuevos como existentes. La consultora Rystad Energy estima que la inversión seguirá aumentando a lo largo de los próximos dos años. Al mismo tiempo, la restricción de los combustibles ha acelerado la política de energía limpia en las mayores economías del mundo. 

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La Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos destina 369.000 millones de dólares a subvenciones para la tecnología verde; la Comisión Europea ha presentado una Ley de Industria Cero Neto, que proporcionará al menos 250.000 millones de euros a compañías de tecnología limpia y que adelanta de 2030 a 2025 el objetivo de duplicar la capacidad solar instalada en la Unión Europea. También se han ampliado las ambiciones nacionales. En julio, Alemania elevó del 65% al 80% su objetivo de participación de las energías renovables en la generación de electricidad para 2030. El XIV Plan Quinquenal de Energía de China, publicado en junio, fija por primera vez un objetivo para la cuota de renovables en la generación de electricidad (un 33% en 2025). Los gobiernos provinciales del país también ofrecen cada vez más incentivos ecológicos.

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Gran parte del dinero se gastará de forma ineficiente. La Ley de Reducción de la Inflación viene acompañada de una serie de estipulaciones Made in America. En respuesta a ello, la Comisión Europea planea flexibilizar las normas sobre ayudas estatales. Esa política industrial agravará un problema ya existente: la inflación de los costes. La guerra de Rusia en Ucrania ha subido el precio de metales como el aluminio, el cobre y el acero, cruciales todos ellos para la fabricación de cables, turbinas y paneles. Aunque los precios de algunas materias primas están bajando, los costes se ven empujados al alza por la subida de los tipos de interés; un problema particular para los promotores de parques solares y eólicos, que requieren más capital inicial que las centrales eléctricas normales. Y a la factura se suman los elevados costes de transporte y energía, así como la escasez de personal. 

Namit Sharma, de la consultora McKinsey, calcula que en 2030 la Unión Europea tendrá que cuadruplicar el número de personas que desarrollan, construyen y gestionan las centrales ecológicas necesarias para cumplir sus objetivos. Todo eso significa que los promotores situados en la cúspide de la cadena de suministro verde no están ganando mucho dinero. Varios gigantes de la energía eólica marina han anunciado recientemente que realizarán enormes amortizaciones de proyectos. En teoría, los promotores podrían repercutir en los consumidores los mayores costes pujando por los proyectos potenciales a precios más altos. 

Ahora bien, en la práctica, eso se ve dificultado por las nuevas normas nacionales y el diseño de las subastas. Europa ha adoptado este invierno un impuesto sobre las ganancias inesperadas de los generadores de energía renovable y un tope a los precios mayoristas de la electricidad. En Alemania, el nuevo sistema de subastas de energía eólica marina obliga a los licitadores a competir por lo que están dispuestos a pagar para ejecutar los proyectos, un sistema conocido como "subasta inversa". Las interminables disputas por los permisos diluyen aun más los beneficios.

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En un universo alternativo y menos proteccionista, los enormes paquetes de gasto de Estados Unidos y Europa tendrían un mayor impacto. Sin embargo, incluso en nuestro mundo caído, siguen siendo muy importantes: son suficientes, según las previsiones consultadas por The Economist, para acelerar la transición energética entre cinco y diez años. El aumento de la inversión y unos objetivos más estrictos deberían crear una enorme capacidad de generación renovable. En total, la AIE estima que la capacidad mundial de energía renovable aumentará en 2.400 GW entre 2022 y 2027, una cantidad equivalente a toda la capacidad instalada hoy en China. Esa cifra supera casi en un 30% las previsiones de la agencia en 2021, publicadas antes de la guerra. Las energías renovables representarán el 90% del aumento de la capacidad de generación mundial durante ese período.

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Con la potenciación de la energía verde y la caída el uso de combustibles fósiles, las emisiones de dióxido de carbono parecen destinadas a reducirse con mucha mayor rapidez de la prevista hace tan sólo 12 meses. La firma de datos S&P Global cree que las emisiones procedentes de la combustión de energía alcanzarán su punto máximo en 2027, un nivel al que el mundo habría seguido produciendo en 2028 en ausencia de guerra. Rystad calcula que las emisiones procedentes sólo de la generación de electricidad y calefacción podrían tocar techo este mismo año. Eso se debe a que es poco probable que la reciente fiebre por asegurarse combustibles fósiles dure mucho o que posea la suficiente magnitud para contrarrestar el auge ecológico. Para ilustrarlo, volvamos a Alemania. El destino de Lutzerath quedó sellado por un compromiso. El acuerdo permitirá que dos centrales de carbón que debían cerrarse en 2022 funcionen hasta marzo de 2024. A cambio, dos centrales más grandes se retirarán en 2030, ocho años antes de lo previsto.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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