Los medios llevaban unas semanas de aparente calma económica, quizás reflejando el hastío de la ciudadanía por la retahíla de negativas noticias y discursos de profetas del apocalipsis. Y cierto que hay razones para su hartazgo: los últimos años con esperanza fueron los ya muy lejanos dos mil, una ilusión que desvaneció la crisis financiera. Y aunque la recuperación 2013-2019 nos alivió un tanto, el golpe a la moral colectiva no se reabsorbió más que en parte y en esas estábamos cuando apareció la covid, la insuficiente recuperación de 2021 y, finalmente, la guerra. Un rosario de choques sobre las expectativas que más que justifica el cansancio que se detecta.
Lamentablemente, la realidad económica ahí está. Y sus signos son los esperables dada la transferencia de renta al exterior provocada por la crisis energética, el alza de precios y un euro que se ha devaluado sensiblemente respecto del dólar. Por ello, no ha sorprendido la caída de la actividad industrial europea a su nivel más bajo desde finales de 2020, anticipando la contracción del PIB que se postula para el último trimestre y que, probablemente, se prolongará hasta marzo.
Es en este contexto en el que hay que ubicar lo decidido ayer por el BCE: nueva alza de tipos de interés (75 puntos), hasta el 2,25% para el más relevante y aviso que nos esperan nuevos aumentos de tipos hasta que la inflación no revierta al 2% esperado en el medio plazo; endurecimiento de los préstamos a largo plazo a la banca, lo que elevará el coste del crédito a empresas y hogares; y aplazamiento a diciembre para iniciar la discusión sobre el ritmo de reducción de los 5 billones de euros de deuda acumulados en su balance.
En estos tiempos de constante anormalidad, lo que eran recetas claras hace unos años ahora no lo son. Nuestra banca central está atrapada en un círculo indeseable: malo si sube tipos y comienza a retirar liquidez, lo que de momento evita; y peor si no lo hace. Y entre los problemas que afronta no es menor la dificultad de transmisión de sus alzas de tipos de interés a los mercados, tanto porque las críticas a las subidas (Meloni, Macron, la finlandesa Marin) frenan decisiones más rápidas y severas, como porque las compras del BCE han absorbido porciones relevantes de deuda pública de calidad (alemana, holandesa…), reduciendo el colateral disponible en los mercados.
Nuestra banca central está atrapada en un círculo indeseable: malo si sube tipos y peor si no lo hace
Las adquisiciones anteriores de deuda emergen ahora como indeseables: lo que era nuestra salvación ayer deviene hoy un problema que no es menor. Es lo que tiene haber transformado radicalmente el histórico carácter de la banca central: de prestamista de la banca en última instancia a, indirectamente, prestamista de los gobiernos y propietaria de una parte no menor de la deuda pública en circulación. Y, con ello, de garantes de la estabilidad de los mercados a potenciales desestabilizadores.