A menudo escuchamos voces preocupadas por el fin del trabajo. Plantean un mundo hipotético donde todo el trabajo estará automatizado y, por lo tanto, ya no harán falta prácticamente trabajadores. Las empresas cada vez son más pequeñas no solo porque la producción está automatizada, sino también porque la venta y las tareas de coordinación y gestión también lo están. Los puntos óptimos de producción hasta tener rendimientos decrecientes también han subido debido a la gestión de datos en tiempo real y al uso intensivo de la inteligencia artificial, el cloud y las tecnologías de la información. Ahora es el tiempo de las gigafactorias, que suben las economías de escala a puntos que no habíamos ni soñado, pero claro, con menos gente, mucha menos gente. ¿Es pues el fin del capitalismo? ¿Será el capital, en forma de software, robots y gigafactorias, quien finalmente ganará la partida al trabajo?
Ahora bien, los bienes solo están limitados por aquello que los humanos de un determinado periodo consideran valioso. Eso cambia de generación en generación. Y el dinero es tan solo una medida de intercambio, una señal del valor relativo de cada bien. Lo que consideramos valioso, sin embargo, no está limitado por nuestras necesidades, sino por nuestra imaginación colectiva, el significado y el valor que damos a las cosas. En este sentido, hace pocos días, Mark Zuckerberg, el CEO de la antigua Facebook y actual Meta, anunció en una presentación de más de una hora de duración, su apuesta por el metaverso.
¿Qué es el metaverso y por qué es importante?
El metaverso no es otra cosa que un universo virtual del estilo de lo que vemos en los juegos o en la antigua Second Life, pero con la tecnología actual. Como sabemos, mucha de la innovación recae no tanto en la idea como en la implementación. La idea de una humanidad viviendo aislada y conectada únicamente de manera virtual es antigua. Ahora, tecnologías como la realidad virtual, la realidad aumentada, los avatares, los displays de alta resolución, la generación en tiempo real de imágenes y gestos realistas, las gafas de realidad aumentada/virtual de alta definición... empiezan a ser posibles. Empiezan a estar en un nivel tecnológico que permite construir un mundo virtual creíble y realista. Estaremos en un mundo totalmente nuevo para construir. Un mundo que a diferencia del físico no tiene limitaciones en términos de los objetos que se pueden construir, poseer o utilizar. De hecho, solo queda una, nuestro tiempo y nuestra atención. En pocas palabras, todo está por hacer y todo es posible.
Un elemento básico para que el metaverso sea posible es su economía. Como el mundo real, es baza en dos conceptos, el valor y la propiedad. El valor se materializa en productos y servicios, en bienes y servicios virtuales. Los bienes virtuales empiezan por nuestra casa virtual, los vestidos, complementos... y los servicios, para el transporte –teletransporte en el metaverso– o la educación y el entretenimiento. Básico en el metaverso es la propiedad de estos objetos y la capacidad de llevarlos de un metaverso a otro y mantener la propiedad o el derecho al uso. Igual que en el caso de los objetos y servicios reales, cuestan de hacer –quizá no de reproducir, pero si de crear– y, por lo tanto, tendrán un coste.
No se trata solo de productos y servicios, también tendremos experiencias. Algunas ya las conocemos, los juegos. Los juegos en metaversos, en mundos imaginarios, han estado disponibles desde hace décadas. Seguro, sin embargo, que el futuro nos sorprende.
Algunas de las piezas para establecer esta propiedad y las medidas de intercambio ya están aquí. Tecnologías como Blockchain y Ethereum con sus smart contracts permiten implementar todo eso y ligarlo en el mundo real. No solo eso, las licencias para utilizar un objeto o una obra de arte también están aquí en forma de los NFT, que no solo garantizan la autoría de un diseño o una obra de arte, sino que pueden permitir una retribución por su uso. La materialización de todo eso se ha vuelto acelerada, como muchas cosas, por la pandemia de la covid, que ha supuesto un experimento de dimensiones gigantescas sobre la virtualidad. De repente, todos hemos trabajado desde casa y elementos básicos para nuestra sociedad como la educación se han hecho desde casa. La covid ha dado verosimilitud y materialidad en los mundos virtuales.
Quizá uno de los elementos que ahora vemos más cerca es, paradójicamente, el mundo del trabajo, porque todos hemos teletrabajado. El mundo del trabajo ya tiene los elementos básicos para desarrollarse en el metaverso. Con un poco de imaginación podemos entrever como tecnologías como los hologramas y escenarios virtuales podrían contribuir. Y en buena medida, muchas de estas tecnologías están ya aquí debido, entre otros factores, a la covid.
De la misma manera, el mundo de la enseñanza lleva muchos años en la virtualidad. Desde cursos en Coursera, Edx, Udemy... hasta todos los cursos síncronos o asíncronos que todos hemos hecho a todas las universidades del planeta no son otra cosa que la constatación no ya de que todo eso es posible, sino de que es inevitable. La inclusión de tecnologías como la realidad virtual o los mundos virtuales que nos permitan, por ejemplo, viajar a la antigua Roma o introducirnos dentro de un motor de explosión o del cuerpo humano para ver cómo funciona, ampliarán enormemente este campo.
Si en algún mundo todo eso ya hace tiempo que es una realidad y ha sido el campo de pruebas del metaverso, este es el de los juegos, particularmente el de los juegos en línea. Muy cerca de este mundo encontramos los espectáculos, las fiestas, los conciertos, el arte y, en general, una multitud de formas de entretenimiento que se verán mucho beneficiadas de tecnologías cada vez más inmersivas que confundan nuestros sentidos y nos hagan vivir lo virtual como si fuera real. Recordamos que ya tenemos pantallas que tienen más resolución que el ojo humano y audio que también tiene más resolución que nuestro oído. ¡Es decir, lejos del imposible y cerca del verosímil!
Si no habéis pensado en la política como un elemento más del metaverso, bien, es momento de hacerlo. Nadie renunciará a la capacidad de convicción y a la inmersión de estos nuevos mundos. ¿Esta vez sí? Si lo recordáis, en el 2017, Facebook (ahora Meta) empezó a trabajar en una nueva criptomoneda denominada Libra, cuyo lanzamiento estaba previsto para el 2020. En el 2020 le cambiaron el nombre a Decimos, pero todavía es un proyecto. ¿Pasará lo mismo con el metaverso?
WeChat, el WhatsApp chino, hace mucho tiempo que estableció WeChat Pay como el medio de pago más común en China. ¿Por qué WhatsApp no ha conseguido lo mismo? La respuesta la tenemos en el regulador y los intermediarios financieros presentes en el mercado. En China solo había los bancos del Estado, que francamente son un desastre. Es decir, había un hueco de mercado que WeChat y Alibaba aprovecharon para introducir WeChat Pay y Ali Pay. En los mercados occidentales no solo había unos reguladores que miraban con muchas reticencias este movimiento sino también las tarjetas de crédito, muy bien establecidas y que, con una tecnología inferior si se quiere, resolvían el problema aceptablemente bien.
Estos obstáculos no existen en la creación del metaverso. De hecho, su regulación, al menos inicialmente, estará en manos de empresas como Facebook, ya que no supone un cambio fundamental a lo que pasa en las redes sociales o en los juegos multiusuario. Ahora bien, la realidad es, o será, que la capacidad inmersiva del metaverso suponga un cambio radical en la interacción que ahora vivimos en las redes sociales. Eso puede ser especialmente importante para los más jóvenes.El estado de la tecnología que lo hace posible, la magnitud del cambio social, el nivel de preparación social debido a la pandemia de la covid y, obviamente, el inmenso mercado que el metaverso proporcionará y la voluntad de capturarlo primero que nadie, hacen del metaverso algo inevitable. No es un problema de si, sino de cuándo.
Ante este hecho tenemos dos tareas fundamentales. La primera, ser plenamente conscientes de esta nueva realidad e intentar influir en su creación, su marco regulatorio y, sobre todo, en su diseño de mercado. Aquí, hace falta colaborar con el inevitable y maximizar todo aquello que tiene de bueno e intentar minimizar todo aquello que pueda ser perjudicial. Pero no nos podemos permitir ir a remolque de la realidad, porque la nueva realidad es demasiado importante.
Nuestro segundo deber es ser actores y no solo espectadores. Participar en la captura de valor de esta nueva economía y, por lo tanto, beneficiarnos de su construcción. Por eso hay que apostar de una manera decidida por estas tecnologías que lo vertebran, especialmente si como la inteligencia artificial, la realidad aumentada/virtual, el cloud, los hologramas, el diseño de sistemas interactivos y tantas altas disciplinas son disciplinas básicas para el metaverso, pero también son de propósito general y, por lo tanto, pueden crear innovación a todo. Pero también, muy especialmente, hay que ser de los primeros en este nuevo entorno y por lo tanto ser de los mejores situados. Todo está por hacer y todo es posible, nos hace falta estar y apostar por un futuro que será inevitable.
Esteve Almirall es profesor de Innovación y experto en Smart Cities de Esade