1202

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Cuando el presidente Kennedy dijo en 1962 aquello de “hemos decidido ir a la Luna no porque sea fácil, sino precisamente porque es difícil”, EE.UU. acumulaba un total de 15 minutos de experiencia espacial. Era la del vuelo de Alan Shepard de mayo de 1961, más parecido a un viaje del hombre bala que a la órbita de la Tierra, como Yuri Gagarin había realizado apenas un mes antes. Siete años y medio después, Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisarían la Luna mientras Michael Collins (DEP) la orbitaba durante 21 horas en el módulo orbital.

¿Sabía Kennedy el riesgo que asumía haciendo aquella declaración? ¿Sabía que harían falta 400.000 profesionales entre directores, diseñadores, científicos, técnicos, médicos y otros para realizar la empresa? Toda la información que tenía era la de sus asesores, que le decían que antes de diez años EE.UU. estaría en disposición de llegar a la Luna, aunque no lo sabían a ciencia cierta. ¿En qué se basaban a la hora de hacer una afirmación de tanto riesgo? En la exigua experiencia astronáutica es obvio que no, y en la confianza en las tecnologías disponibles en aquel momento es obvio que tampoco; no es que aún no existiesen, es que no sabían ni qué tecnologías serían necesarias para llegar a la Luna.

Aquellos EE.UU. de la guerra fría se movían en un entorno de incertidumbre knightiana, el término que se utiliza en economía para referirse a un riesgo que no es medible, un concepto cuasi filosófico que pone el énfasis en el límite de nuestro conocimiento y en la imposibilidad de conocer los acontecimientos futuros. El nombre deriva del economista de la escuela de Chicago Frank Knight, que habló de ella en su libro Risk, uncertainty, and profit (1921).

Kennedy y sus expertos no tenían ni idea del riesgo que comportaba ir a la Luna, pero tenían muy claro el riesgo de no hacerlo: que lo hiciera la URSS. Y eso en plena guerra fría tenía consecuencias celestiales, pero principalmente de terrenales. Cinco años antes, el 4 de octubre de 1957, la URSS había puesto en órbita el Sputnik, el primer satélite artificial de la historia. Un día los norteamericanos se despertaron con un ingenio soviético que pasaba cuatro veces al día por encima de sus cabezas. Utilizando el concepto del matemático y filósofo Nassim Taleb, el Sputnik fue un cisne negro: un evento que es una sorpresa para el observador, de un gran impacto y que una vez pasado se racionaliza de manera retrospectiva, como si fuera esperable.

Reto colectivo

En tiempo de incertidumbre hemos sido Armstrong; en tiempo de confinamiento, Collins; pero siempre tuvimos la certeza de que un día seríamos Aldrin

La incertidumbre knightiana de la carrera espacial se fue reproduciendo de manera fractal. Los 13 minutos del descenso de Armstrong y Aldrin en el módulo lunar son el testimonio más vivo. El módulo iba demasiado rápido y había riesgo de alunizar en ­terreno desconocido, las comunicaciones con la Tierra comenzaron a fallar y el ordenador de a
bordo (tenía la potencia de un reloj digital) se colgó mostrando el mensaje de error 1202, que nunca nadie había visto antes. ¿Quién está preparado para un 1202? ¿Quién sabe el riesgo que conlleva? Armstrong, el piloto mejor preparado del mundo, no lo sabía. Elegido para la gloria por su cabeza fría y capacidad de ­reacción, dicen los que le oyeron decir por radio: “Leedme el 1202”, que fue la primera y última vez que su voz denotó cierta urgencia.

Finalmente, el error 1202 era un “no puedo con tantos datos y si no te importa me apago y me reinicio”, que si da rabia cuando lo dice su portátil, imagínese que se lo dice el vehículo que le está a punto de estampar en la Luna a 120 km/h. Poca gente conocía el riesgo real de la misión. Su jefe, Gene Kranz, declararía décadas más tarde: “O aterrizábamos en la Luna, o nos estrellábamos en el intento o abortábamos”, tan sencillo como eso. “Las dos últimas opciones no eran buenas”, remachaba.

Medio siglo exacto después, el ordenador volvía a mostrar el error 1202, esta vez era el ordenador Tierra. Armstrong éramos todos. La covid fue un evento sorpresa para el observador, de un gran impacto y que una vez pasado racionalizamos de manera retrospectiva. Nassim Taleb se empeña en afirmar que la pandemia actual no es un cisne negro, pero si no lo es se le parece poderosamente. Aquello de “si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, probablemente sea un pato” también vale para los cisnes. Y como ocurrió en la carrera espacial 50 años antes, la incertidumbre knightiana también se fue reproduciendo de manera fractal a todos los niveles. Instituciones, autoridades médicas, medios y ciudadanía pasamos de gestionar la incertidumbre à la Armstrong a gestionar la certeza à la Co­llins , que encerrado dentro de su módulo orbital a 300.000 km de la Tierra fue el humano más aislado de la especie. Todos fuimos Collins.

Poca gente conocía el riesgo real: o aterrizábamos después de la pandemia, nos estrellábamos en el intento o abortaríamos. A pesar de que los Trump, Bolsonaro, Boris Johnson precovid y John Magufuli (presidente de Tanzania) eligieron la tercera vía –negar la mayor–, esta no era una opción. Estrellarse en el intento, es decir, no tener éxito en el desarrollo, fabricación y distribución de la vacuna tampoco lo era. La única opción para la gloria era aterrizar después de la pandemia, aunque como en el caso del módulo lunar fuera en un lugar no previsto.

El guion

Aterrizábamos en la Luna, nos estrellábamos en el intento o abortábamos, pero las dos últimas opciones no eran buenas

Personas, empresas, instituciones y mundo hicimos un 1202, un “no puedo con tantos datos y si no te importa me apago y me reinicio”. Un salir y volver a entrar de dos años que habrá desplazado la llegada del hombre a la Luna como el mayor hito de la humanidad. En el 2012, Buzz Aldrin se quejaba de que después de llegar a la Luna le habían prometido colonias en Marte y todo lo que le habían dado era Facebook. Era una protesta por haber perdido la capacidad colectiva de luchar por los grandes desafíos que tenemos como especie.

En enero del 2021, dos días antes de su 91.º cumpleaños, Buzz Aldrin colgaba una foto en Twitter recibiendo la primera dosis de la vacuna. La acompañaba un texto que decía: “Quiero agradecer a todos los científicos, los sanitarios y los funcionarios que han trabajado sin descanso para desarrollar y distribuir la vacuna en un tiempo récord y de manera segura en todo el mundo”. Todos somos Aldrin.

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