Hay mucho runrún con los centros de datos. Un boom, podría decirse: obras en marcha, proyectos por doquier, anuncios que suelen no ser más que globos sonda. Afloran inversores –les llaman nuevos entrantes– que buscan negocio fresco en un sector que no es el suyo. Unos y otros se guían por una regla: no construyas (ni mucho menos equipes) un centro de datos si antes no has contratado un cierto número de clientes que lo justifiquen.
La inteligencia artificial ha alterado la normalidad del sector: el gran volumen de datos y el entrenamiento de sus modelos son intensivos en potencia eléctrica (de disponibilidad heterogénea) mientras la inferencia, donde se toman decisiones basadas en esos datos, exige perentoriamente conectividad. Esto explica en parte por qué hay tantos proyectos en España y Portugal, países con electricidad barata, renovable y donde los usos de la IA apuntan más a las dos primeras fases que a la tercera.
La IA ocupa titulares y excita la imaginación, pero el intercambio de datos convencional y la distribución de contenidos van a seguir creciendo: son las dos claves de un negocio boyante. Aun así, o por eso mismo, persiste una suspicacia: ¿se está preparando otra burbuja? “El crecimiento es muy real y lo estamos viendo en España. MAD4, nuestro nuevo datacenter de Madrid, es cinco veces mayor que el que inauguramos en el 2019 y toda su capacidad está contratada, aunque no todos los clientes la están usando todavía”, resume Robert Assink, director general de la filial de Digital Reality, una de las multinacionales líderes en esta industria.
El nuevo centro de la compañía en Madrid quintuplica el que se inauguró en el 2019
La geografía manda mucho y España es pieza esencial en la interconexión entre continentes. De Virginia a Bilbao por cable submarino, a Marsella por tierra y de nuevo por el Mediterráneo hacia Oriente Medio y luego a sus cabeceras asiáticas. Es la vía más rápida de tráfico de datos y servicios digitales, con un crecimiento exponencial.
Mediterráneo es la palabra clave. Al desembarcar en Europa, Digital Realty se instaló en Marsella hace diez años y hoy gestiona centros de datos en Roma, Zagreb, Atenas y Tel Aviv. Abrirá uno en Creta en abril y mientras, desarrolla otro en Sant Adrià de Besòs, con 14 megavatios de potencia, al lado de la Barcelona Cable Landing Station (BCLS) donde amarran cables de esa autopista (sic) mediterránea de datos. “Nuestra inversión en Barcelona es de 200 millones de euros, de los que ya estamos ejecutando la mitad para entrar en servicio a comienzos del 2026 y luego duplicar su capacidad”, dice Assink. De hecho, aparte de conectar con la red submarina, el centro de Sant Adrià formará un triángulo con instalaciones de terceros en la Zona Franca y en Collserolla, respondiendo a la demanda de operadores, servicios cloud y redes de distribución de contenidos digitales en la zona metropolitana. “Lo que hemos vivido en Marsella –prosigue– creemos que se va a reproducir en Lisboa (terminal del cable Medusa) y en Barcelona. En un sitio neutro de entrada y salida de tráfico, los proveedores de servicios han provocado que crezcan las interconexiones, el almacenamiento y el intercambio con otros actores. El dato gana valor cada vez que alguien se lo entrega a otro, este a un tercero y así de seguido”.
La actual abundancia de anuncios de intenciones no avala en realidad las sospechas de burbuja
¿La abundancia de capacidad podría provocar una bajada de precios que redujera esa rentabilidad que atrae a los inversores? “Podría, pero hoy por hoy las inversiones son tan altas que nadie invierte si no tiene asegurados unos ingresos, por lo que no hay sobrecapacidad a la vista. Digital Realty ha cerrado el año en España –15.000 conexiones activas– con un 25% de crecimiento en ingresos. Nuestro modelo es muy estable porque consiste en construir una capacidad que parcelamos en trozos: si dejáramos de construir, nuestro crecimiento sería marginal. Así que seguiremos invirtiendo”.