Terminamos el año 2024 con una propuesta del Gobierno para reformar el Estatuto de los Trabajadores que incluye medidas como la reducción de la jornada semanal máxima a 37,5 horas, que está generado debate.
Uno de los principales argumentos esgrimidos contra la reducción de la jornada laboral es que afectará la viabilidad económica de las empresas. Sin embargo, esta afirmación ignora que la productividad ha aumentado significativamente en las últimas décadas, mientras que los salarios reales han permanecido estancados. CC.OO. cifra el crecimiento de la productividad real en España en un 13% entre 2018 y 2023, y de los salarios reales solo en un 4%.
Reparto
El progreso social no radica únicamente en el aumento de la producción, sino en cómo se distribuyen los beneficios que genera
Quizá las empresas deberían buscar otras formas de mejorar la productividad que vayan más allá de la contención salarial. Un informe de Cotec de 2023 sobre la I+D+i en España, señala que la inversión sobre el PIB para el sector empresarial supera solo en siete centésimas la de 2008 (0,81%, frente al 0,74%), un bagaje muy pobre en el que parece que las organizaciones patronales no ponen excesivo interés.
Los avances tecnológicos, particularmente en el campo de la inteligencia artificial (IA), pueden suponer un incremento de la eficiencia en muchas tareas, y en este contexto, mantener jornadas laborales extensas no es una cuestión de necesidad económica, sino que parece más bien de resistencia a distribuir de manera justa los beneficios de la productividad.
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La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz
Una verdad incómoda es que numerosas empresas no actúan de manera proactiva para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores o concebir la organización como instrumento para generar un impacto positivo en la sociedad o el medio ambiente. Ya decía Milton Friedman que “la responsabilidad social de las empresas es incrementar sus beneficios”. La modificación del comportamiento empresarial en estos ámbitos viene básicamente por dos caminos, o por leyes o por presiones sociales que de no ser atendidas podían afectar la cuenta de resultados.
Hace un siglo, la jornada de ocho horas o la eliminación del trabajo infantil fueron, como hoy la reducción de la jornada semanal, vistas como amenazas para la economía. Y la resistencia patronal fue enorme. Sin embargo, estas medidas fueron esenciales para crear sociedades más equilibradas y, paradójicamente, economías más robustas.
Este es un debate antiguo, valdría la pena recuperar las tesis de Lafarge cuando señalaba que el verdadero progreso social no radica únicamente en el aumento de la producción, sino en cómo se distribuyen los beneficios que genera. En este sentido, la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas no solo es factible, sino que está respaldada por un cambio estructural en la forma en que trabajamos. Decía Lafarge que “el trabajo es una condición necesaria para la felicidad, pero no en su exceso, sino en su equilibrio. No hay mayor fuente de desdicha que la alienación del hombre en jornadas interminables”.