Ryanair, ¿por qué los objetos se hacen pequeños?
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Las aerolíneas y los supermercados promueven un mundo menguante en busca de la eficiencia infinita
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Qué decir de la estrecha relación entre la capacidad de una sociedad para acceder a la energía a bajo coste y el tamaño de los objetos. En las economías más energéticamente saciadas y derrochadoras --llámense Estados Unidos o Abu Dabi-- los coches, los luminosos e incluso las personas, valga esto último como tontería, suelen ser más grandes. Y parecida tendencia puede apreciarse también en el ámbito inmobiliario, a la vista del encogimiento de las viviendas cuando hace acto de presencia la especulación, ahora perimetrada en “zonas tensionadas”, como las que describe aquí Maite Gutiérrez. En la semana en la que el Gobierno anuncia límites a los alquileres temporales -lo cuenta aquí Jaume Masdeu- podríamos decir sin ninguno fundamento científico que hay momentos y lugares en los que los objetos crecen y otros en los que decrecen. Podríamos incluso hablar de algo así como de un principio de Gulliver que altera nuestra relación con las cosas en función de si nos hallamos en el país de los enanos, dominado por la escasez, o en el de los gigantes, henchido de abundancia.
Lo que ya hemos podido comprobar todos a pie de supermercado es esta obstinada reduflación que empequeñece desde hace ya más de dos años los envases y que condujo en su momento al propio Biden, ahora sometido a su particular shrinkflation electoralista, a apelar al Monstruo de las Galletas. El mismo fenómeno aparece en cualquier negocio orientado hacia la escala y el low cost, resuelto en una delirante pelea por arañar hasta el último céntimo de margen. Es esto en lo que estarán pensando ahora mismo cientos de turistas mientras intentan averiguar si su maleta es lo suficientemente pequeña para que Ryanair la considere un bulto y pueda viajar en la cabina, sin necesidad de facturarse con sobrecoste en la bodega (lo de bodega suena a vinoteca). ¡Juraría que la última vez cupo sin problema! ¿Qué ocurre, Ryanair? ¿Soy yo que me hago más grande o es el mundo el que empequeñece?
Bustinduy contra el 'low cost'. Una de las batallas de este verano es la que le ha planteado con mucho sentido de la oportunidad estival el Ministerio de Consumo, dirigido por Pablo Bustinduy, a las aerolíneas. Ha multado con 150 millones de euros a cuatro de ellas, todas de bajo coste, por cobrar el equipaje de mano. Son easyJet, Volotea, Vueling y, cómo no, Ryanair, como informan Fernando H. Valls y Noemi Navas. El Gobierno, contra esta laminación infinita que “democratiza” los vuelos hasta tocar el nervio del producto.
Dilemas del primer mundo. He aquí el gran dilema contemporáneo que afronta cualquier persona que desee viajar a un lugar lejano. ¿Dónde empieza el equipaje de mano y dónde el facturado? La industria de las maletas dedica ingentes esfuerzos a poner en el mercado recipientes capaces de burlar el recargo de las low cost, que se revuelven a su vez reduciendo las dimensiones en un bucle diabólico que un día de estos acabará limitando el equipaje de mano a una cajita de lentillas. Aquí, una relación de dimensiones permitidas por aerolíneas y diez modelos de mochilas para sortearlas.
Ryanair es más que una aerolínea. Detrás de todo se hallan por supuesto sofisticadas técnicas comerciales y también esta alocada idea irlandesa de conseguir que todos podamos viajar barato por Europa. Ryanair, sea dicho, es la primera aerolínea en España y mueve al año 200 millones de personas en Europa. Este verano lo está dando todo en El Prat. Conforma, junto a Eurovisión y el Erasmus, la diplomacia blanda de este continente salvaje acostumbrado a matarse. No lo hacemos entre otras cosas por culpa de esas tres cosas. Bueno, de eso y de la Eurocopa.
La decisión de Consumo ha puesto en pie de guerra a las aerolíneas, inmersas tras la pandemia en un proceso de explosiva recuperación y consolidación -Air Europa e Iberia esperan su momento después de la aprobación esta semana de la compra de ITA por Lufthansa--. El Ministerio la justifica en una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE) del 2014 en la que el abogado general concluyó que el equipaje de mano “debe considerarse un elemento indispensable del transporte de los pasajeros”, por lo que “no puede ser objeto de un suplemento de precio”.
La respuesta de las aerolíneas. Las empresas están dispuestas a litigar y dicen que la sanción de Consumo vulnera su libertad para fijar tarifas. También argumentan que ya permiten subir con un bulto a bordo, pero no debe exceder un peso y unas dimensiones concretos, de lo que informa Maite Gutiérrez. He aquí la inevitable y arbitraria necesidad de acotar los términos. La regulación laboral, los derechos civiles y el tratado de Tordesillas no dejan de ser eso mismo, una línea trazada sobre el suelo para determinar dónde acaba una cosa y empieza la siguiente.
Un verano por las nubes. Mientras transcurren estas batallas en los cielos del ajuste de costes, los turistas --que es lo que somos todos cuando no nos hallamos quejándonos de los turistas-- ya habrán podido comprobar lo caro que se ha puesto todo este verano. Ryanair, sin ir más lejos, informa de que el precio de sus billetes subió un 21% en su último ejercicio fiscal. Roma y París siguen a la misma distancia kilométrica, pero ahora están un poco más lejos en términos económicos. Los objetos empequeñecen y las ciudades se alejan. Y del precio de los hoteles ya hablaremos otro día.
La aceituna de American Airlines. Para las aerolíneas de bajo coste, este tipo de disputas no son menores. En estos detalles se juegan su modelo de negocio de precios bajos, servicios a la carta y uso intensivo de los aviones. Aunque el ejemplo ya esté pasado de moda, antiguamente era común citar el caso de American Airlines como paradigma de la eficiencia de costes. La aerolínea logró importantes ahorros al quitar una aceituna de su menú de a bordo. Lo que en su momento se presentaba como un caso de estudio en las escuelas de negocio no era en realidad más que el inicio de esta desaforada carrera por reducir, menguar y escatimar objetos.
En su viaje a Liliput, Gulliver se encuentra con diminutos y guerreros indígenas. Podrían llenar todos ellos un vuelo de Ryanair de forma muy eficiente. En otro momento, llega al país de Brobdingnag, habitado por gigantes, donde él se convierte en el juguete de una niña. En fin, la demostración de cuán relativo lo es todo. Nada es grande ni pequeño si no es en comparación con otra cosa. Jonathan Swift es una fuente de inspiración que llega nuestros días. En otro de los viajes, el protagonista conoce unos caballos al tiempo civilizados, sucios y embrutecidos, al igual que los humanos. Se llaman los yahoo. Sí, como aquel buscador y servicio de mensajería de los primeros tiempos de internet. Muchos de nosotros, gulliveres contemporáneos, viajaremos este verano por otro país, el de Booking, pendiente por cierto de una multa de Competencia de 486 millones.
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