Tejiendo tecnologías
Transversal | Análisis
Hace diez días escasos cerró la vigésima edición del ISE, el Salón Internacional del Audiovisual. Desde que Amsterdam se le quedó pequeño en el 2020 y se trasladó a Barcelona, el certamen ha crecido hasta llegar a los 73.891 asistentes y los 82.000 m² de la edición de este año. Con el tiempo justo para desmontar unos stands y montar otros, dentro de quince días empezará el MWC, que en su última edición concentró a 88.500 asistentes en un espacio de 240.000 m².
Un eufórico Mike Blackman, el director general del ISE, manifestaba ya antes de saber las cifras finales que su sueño era superar el MWC, su referente y uno de los motivos de por qué escogió Barcelona. Uno alimenta al otro, el otro al uno, y ambos, a los ecosistemas tecnológico y audiovisual de Barcelona. Los anglófonos se inventaron el término coopetition (¿coopetición?) para designar la estrategia empresarial en la que las empresas participan en esfuerzos cooperativos y competitivos entre sí. El ISE y del MWC pueden alcanzar un mayor éxito trabajando juntos en algunas áreas, como la investigación o el desarrollo de estándares de la industria, y seguir compitiendo en expositores, asistentes, ponentes, novedades y repercusión mediática .
Una lectura superficial podría llevarnos a pensar que no son necesariamente competencia: el ISE se dirige a un público profesional del sector del audiovisual al que interesan las pantallas grandes, mientras que el MWC lo hace a profesionales de las telecomunicaciones que quieren pantallas cuanto más pequeñas mejor. En el caso del ISE son paredes, superficies y espacios, en el caso del MWC son móviles, relojes inteligentes, antenas y sensores.
Pero a medida que nos acercamos a las pantallas –o que nos alejamos– nos damos cuenta de que uno y otro tienen muchos puntos de solapamiento. En ambos casos las pantallas se vuelven invisibles; bien porque no las vemos, bien porque estamos inmersos en ellas y por tanto tampoco las vemos (lo de preguntar a un pez qué es el agua). Se tocan especialmente en el ámbito en el que las pantallas son a la vez gigantescas y diminutas: los visores de realidad virtual (RV) o de realidad aumentada (RA). A todos los efectos invisibles por su proximidad a nuestra cara, sus pantallas tienen un tamaño de entre 2,5 y 3,5 pulgadas, que a una distancia de un par de centímetros de nuestros ojos equivalen a una pantalla de cine (de los de antes).
Adiós a la tecnología profunda
Dentro de unos años, el diálogo cerebro-ordenador nos parecerá tan normal como lo es hoy el diálogo entre persona y ordenador
De hecho, una de las aplicaciones estrella que hemos visto –vivido– en esta última edición del ISE ha sido la de los visores de realidad aumentada (RA), visores que permiten ver el entorno con una capa añadida de imagen sintética en los que hemos empezado a ver –vivir– imágenes generadas por IA. Otra de las luchas compartidas por el ISE y el MWC es la que los enfrenta a la alargada sombra de Apple. Apple nunca participa en el MWC –ni en ninguna feria que no organicen ellos– y pese a todas las novedades que se presentan, el último modelo de iPhone acapara titulares con el premio de la GSMA al mejor terminal del año, que suele ganar. Invariablemente las novedades se miden con el último terminal de la manzana, por definición de la categoría de smartphone que Apple creó con el anuncio del iPhone en 2007.
Los caprichos de los tempos mediáticos han querido que el certamen coincidiera con la puesta a la venta del visor de RA de Apple, Vision Pro, que además de proyectar imágenes en nuestras retinas también proyecta su sombra. La expresión “si la experiencia ya es buena con este visor (de RA), imagínate con el Vision Pro de Apple”, fue uno de los trending topics de la feria. El precio desorbitado de 3.500 euros no parece un obstáculo para el sector del audiovisual, que seguro puede sacar mucho partido.
He dicho “visor” cuando debería haber dicho “computador espacial”, que es como la marca le llama. No es un visor, no son unas gafas, no es un avión: es un ordenador invisible. No es un tema semántico, es filosófico. Apple –como el ISE y el MWC– va en la línea de lo que el ingeniero Mark Weiser denominó ya en 1988 “computación ubicua”: la presencia de la computación siempre y en todas partes sin la necesidad de la mediación de aparatos físicos. Si todo es ordenador, nada lo es; si nada es ordenador, todo lo es. ¿Ven cómo la cosa va de filosofía?
Y si las tendencias de esta temporada en computación son a más invisible y a más ubicuo, no podemos dejar de hablar de la colección prêt-à-porter de Neuralink. Creada por Elon Musk y seis científicos, la empresa lleva desde el 2016 trabajando en las interfaces cerebro-ordenador; mecanismos de comunicación directa entre nuestro cerebro y las máquinas. Para entendernos, todo lo que hemos visto hasta ahora –pantallas, visores, espacios inmersivos, computadores espaciales– cae en el ámbito de la interacción humana con los ordenadores, física. Ahora Musk nos promete el ordenador invisible y ubicuo por excelencia: una conexión cerebro-ordenador por vía de un implante. Él mismo tuiteaba el día antes de la apertura del ISE (las moiras mediáticas otra vez) que el primer humano en recibir un implante de Neuralink en el cerebro se estaba recuperando bien. No sabemos nada más, pero hace un par de años ya vimos un vídeo de cómo un mono con un implante similar podía jugar al videojuego Pong sin tocar el mando, sólo pensando en mover la raqueta.
‘Trending topic’
Apple ha puesto a la venta el Vision Pro, un visor de realidad aumentada que proyecta en nuestras retinas imágenes y sus sombras
Si está leyendo este artículo en papel, en una pantalla de móvil o de iPad, seguramente pensará en los riesgos de tal tecnología. Si, en cambio, lo está leyendo un lector de texto porque está en la cama inmóvil por culpa de un accidente de columna o está afectado por una enfermedad del cerebro, estará contando los días que faltan para que el implante salga a la venta.
En 1991, Mark Weiser escribió un artículo titulado “The computer for the 21st century” que comienza con la frase: “Las tecnologías más profundas son las que desaparecen. Se entretejen en el tejido de la vida cotidiana hasta que no se distinguen”. En las próximas ediciones del ISE y del MWC tocará hablar de cómo las tecnologías se entretejen en el tejido, en este caso biológico, hasta que no se distinguen.