Nos falta un Al Pacino
Sin líder
Me di cuenta del problema del Espanyol sentado en la butaca de un cine mientras veía El Irlandés. Obra maestra que se alarga media hora de más sin explicación aparente. Pero qué sabré yo si así lo decidió el genio de Martin Scorsese. Lo bueno es que durante ese tiempo añadido pensé en lo enorme que es Al Pacino y en su capacidad para devorar todo lo que le rodea. Cuando Al (o Alfonso, que es como se llama realmente) aparece en pantalla, cuando oyes su voz aún joven y enérgica, todo lo demás pierde importancia.
En el fútbol pasa algo similar. Es fácil detectar un jugador así de poderoso mirando la crónica de un partido. Si un nombre sale repetido más de tres veces, es un candidato. Si esto ocurre casi todas las semanas estás ante un Al Pacino. Lo que vendría a ser un egocéntrico del juego, que es un rasgo que define a los futbolistas que marcan realmente la diferencia. Como ejemplo, un extracto de las veces que se mencionó a Raúl Tamudo en una crónica escogida al azar (por recordada), del partido Espanyol-Real Madrid disputado el 20 de octubre de 2007 y publicada al día siguiente en La Vanguardia:
“Dos goles de Riera y Tamudo, inspiradísimos […]. Su violenta entrada a Tamudo en el centro del campo […]. Tamudo y Luís García amenazaban una catástrofe blanca […]. Tamudo conectaba una vaselina mágica para humillar a Casillas […]. Otro guiño a Luis Aragonés, el seleccionador, que si albergaba alguna duda sobre qué Raúl (Tamudo) le conviene […]”.
Hablamos de Tamudo, el mayor icono de la historia reciente del Espanyol, pero algo similar nos ocurrió con muchos otros: Daniel Osvaldo, Sergio García, Gerard Moreno, Mario Hermoso, Borja Iglesias... Y hoy, ¿quién es nuestro Al Pacino? Les respondo yo: no tenemos ninguno y, por eso, el equipo se hunde en la tabla lastrado por una plantilla repleta de actores secundarios que parecen saltar al campo con la única idea de cubrir el expediente. Porque no hay jugador que a estas alturas haya asumido verdaderos riesgos. Ninguno ha querido ser el actor principal de este Espanyol y convertirse así en el culpable de las derrotas y en el responsable de las victorias que están por llegar. La comodidad de llamarse Alfonso frente al riesgo de presentarse al mundo como Al y acaparar todas las miradas. Quizá el único que ha hecho un leve amago de tirar del carro es Sergi Darder, pero toda su genialidad antoniafontiana no luce, sometida, como está, a su talante tristón y a una irregularidad que resulta desquiciante.
Necesitamos un líder, protagonista hasta final de temporada de todas las crónicas del Espanyol. Un ególatra que remate tres veces a puerta por partido y meta una de vez en cuando, que provoque faltas cerca del área, que en cada balón disputado amenace con romper la nariz de los jugadores contrarios, que juzgue todas las decisiones del árbitro y se lo haga saber, que mande a los compañeros ferozmente durante el encuentro y los abrace al acabar. En definitiva, que viva cada partido como si fuera una batalla. Ahora mismo el único que cumple con estos requisitos de la terna de futuribles fichajes no es irlandés, pero sí uruguayo y se llama Christian Stuani. Su vuelta sería otra maravillosa historia que nos regalaría el fútbol: la del hijo pródigo que vuelve a casa, perdonado solamente por parte de la afición, para salvar al Espanyol de caer en el abismo. Sería un protagonista ideal para la épica película que nos queda por vivir hasta final de temporada. Una peli en la que todo serán finales, pues ya no tenemos tiempo para los inicios. Y de la misma forma que a Al Pacino en El Irlandés, a Stuani o al que sea que venga le tocará salir a mitad de película. Pero qué más da, a los tipos como ellos les encantan las apariciones estelares.