Nada durante 3,8 kilómetros, pedalea durante 180 kilómetros, corre un maratón. Presume durante el resto de tu vida
Lema del primer Ironman, Hawai 1978
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Judith Corachán (40) fue madre hace un año y medio.
¿Y qué?
La vida sigue igual.
Sigue siendo una triatleta profesional, una mujer del Ironman.
Así que entrega a su criatura en la guardería en Sant Boi, donde vive, cada día a las nueve de la mañana, y luego hace lo que siempre ha hecho. Se entrena. Nada en la piscina del CN l’Hospitalet, o se sube al rodillo y pedalea, o busca el cauce del Llobregat y venga, a trotar.
(Y los sábados, la tirada larga en bicicleta; y los domingos, la tirada larga de trote).
Si le pregunto por qué lo hace, me responde:
–Esta vida me hace feliz. El Ironman forma parte de mi vida.
Y si le pregunto si es realmente una profesional del Ironman, entonces dice:
–Digamos que compito en la categoría profesional. Pero en el día a día soy entrenadora personal y también madre.
(...)
En una noche de 1977 vuelan los cuchillos en la isla de Oahu, en Hawai.
Un grupo de corredores ha disputado la Oahu Perimeter Relay, eterna carrera por relevos de 216 kilómetros a pie, y en la ceremonia de premios, John Collins, oficial de los marines, abre un debate.
Dice:
–Según he leído en Sports Illustrated, Eddy Merckx tiene el mayor consumo de oxígeno jamás medido, así que podemos decir que los ciclistas son los deportistas más resistentes del mundo.
¡Se abre la caja de Pandora!
Se forman corrillos. Entre canapés y copas de vino, ya no se habla de otra cosa. La noche hawaiana se vence con un reto salomónico.
Los tertulianos se comprometen a enlazar tres pruebas en una: la Travesía Waikiki Roughwater (3.86 km), la Vuelta a Oahu en bicicleta (180,25 km) y el maratón de Honolulu. Se citan para el año siguiente allí mismo, en Oahu. El 18 de febrero de 1978, quince marines comparecen en la salida. Son hombres de hierro dispuestos a explorar en su interior.
Nace el Ironman.
La herencia
“Somos los herederos de la gente del correr que ya ha disputado un maratón”, dicen altos directivos de Ironman
(...)
Al terminar este relato, Agustí Pérez y Carlos Martín, altos ejecutivos de Ironman South EMEA (España, Andorra, Portugal e Italia), contemplan el auditorio de este seminario organizado por el Esade Alumni Sport Business Club. Centenares de oyentes, incluida La Vanguardia, les escuchamos desde abajo. Ha caído la noche en este miércoles en la escuela de negocios de Esade.
Llueve a base de bien.
A los hombres y mujeres de hierro –decenas de miles de ellos disputan algún Ironman cada año–, la lluvia les trae sin cuidado. Abrazados, antes del bocinazo de salida, escuchan el discurso motivador de Paul Kaye, suerte de gurú que les espiritualiza:
–¡Sois gladiadores, sois guerreros, sois hombres de hierro! –vocea Paul Kaye a 3.000 deportistas embutidos en neoprenos.
En Esade, Marc Menchén, fundador y CEO de 2Playbook, modera la charla: se vuelve hacia Judith Corachán y le pregunta:
–¿Qué lleva a una triatleta de distancias medias a plantearse un Ironman?
–Cuando entras en el triatlón, siempre oyes hablar del Ironman. Siempre soñé con acabar uno. Ironman es la distancia, el icono, es el peso de la palabra, aunque me costó terminar el primero. Antes tuve dos intentos fallidos. Ahora ya forma parte de mi vida. Y estar en la salida como una profesional es lo máximo.
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Judith Corachán, triatleta profesional, en Barcelona
Judith Corachán es una clásica de la disciplina, una Ironwoman (llamémosla por su nombre) totalmente integrada en la cultura del ultrafondo, un universo elaborado bajo la marca Ironman, hoy un fenómeno deportivo que engloba a 150 pruebas anuales del Ironman 70.3 (equivalente a medio Ironman), y también las Ironman Pro Series (maneja seis millones en premios), 45 carreras de la UTMB World Series (carreras de montaña, con 130.000 corredores), nueve pruebas de la Rock&Roll Series (175.000 atletas) o cinco pruebas de las Epic Series MTB.
¿Impresiones en redes?
400 millones.
¿Seguidores?
Más de doce millones.
–El Ironman es una experiencia transformadora para cualquiera que entre en ella –dice Carlos Martín–. Quien la prueba se mete dentro, la incorpora a su día a día. El Ironman ha absorbido a Jenson Button, Luis Enrique o Álvaro Arbeloa.
–Tenemos a consejeros delegados disputando nuestras pruebas. Lo hace el hombre más rico de Polonia –dice Agustí Pérez.
–La marca Ironman en sí es una de las más tatuadas del mundo –dice Carlos Martín.
–Ha trascendido como un símbolo global de superación y conecta emocionalmente con una comunidad, y además se ha democratizado, cuando antes solo lo disputaban unos pocos valientes y amateurs. En el Ironman se crea una sensación de hermandad –dice Marcel Muñoz, directivo de empresas tecnológicas y triatleta amateur–. Y para los que lo practicamos, es una ayuda en la vida. En mi caso, las veinte horas de entrenamiento semanal me generan orden, una estructura en la vida y más energía. Es un reto motivacional.
Tras consolidarse en Estados Unidos y Canadá, Ironman, producto de los marines, iba a desembarcar en Europa en el 2014.
–Hoy hay decenas de ciudades interesadas en nosotros; hace unos pocos años, muy pocos sabían qué era un triatlón –dice Agustí Pérez.
(Para este año, 18 ciudades europeas acogerán un Ironman, incluida Calella, en el Maresme; los cincuenta hombres con más puntos y las 35 mujeres se ganarán la invitación a los Campeonatos del Mundo; en este 2025, el Mundial masculino será en Niza y el femenino, en Kona, Hawai).
–Al fin y al cabo, somos los herederos de aquella gente del correr que ya ha disputado un maratón –concluye Agustí Pérez.
Y si los maratones tiran fuerte, los Ironman, también.
(El Ironman de Calella reúne a 3.700 participantes; cada uno de ellos trae una media de 2,5 acompañantes. El 90% son extranjeros. Es un perfil de practicante de clase alta, en muchos casos con ingresos superiores a los 100.000 euros anuales. En total, se genera un impacto de doce millones de euros).