Al paso del km 30, que es cuando se presume que aparece el hombre del mazo, diez africanos y cuatro africanas aún pelean por la victoria del maratón de Barcelona.
La noticia es magnífica.
Nos dice que los organizadores de la prueba están haciendo los deberes. Lo hacen en la contratación de corredores de élite –año tras otro caen los récords; entre los hombres ya se acarician las 2h04m, y entre las mujeres se ha roto la barrera de las 2h20m–, y también en la atención al atleta.
La Zurich Marató Barcelona goza de la etiqueta Gold Label, distinción que la sitúa en una segunda división en el ránking de mejores maratones mundiales. Por encima de ella solo se encuentra la etiqueta Platinum, allí donde lucen las seis majors (Berlín, Boston, Chicago, Londres, Nueva York y Tokio), y también otras maravillas como Ámsterdam, Sydney y València.
En Barcelona, se disgregan al fin ambos grupos de africanos y africanas y se imponen el bareiní Marius Kimutai (2h05m06s) y la etíope Zeineba Yimer Worku (2h19m44s), y a ambos registros les acompaña el récord de la prueba (en el caso de las mujeres, la rebaja es de tres minutos y medio).
La jornada es notable, y eso parece ya inevitable. Al embrujo internacional que brinda la ciudad, se le une la bendición del trazado.
Dentro de sus capacidades, ya todo está estudiado.
¡Lejos quedan aquellos días en los que el maratoniano avanzaba desde Mataró, carretera nacional adelante, para entrar en la ciudad desde el norte y, casi a hurtadillas, proyectarse hacia Montjuïc antes de reptar fatigosamente ladera arriba hasta alcanzar la meta en el Estadi Olímpic!
Hoy se trabaja de otro modo.
El trazado está alcanzando su límite de posibilidades.
Año tras año, los técnicos lo revisan meticulosamente. Lo analizan con escuadra y cartabón, dónde se reduce el desnivel, dónde se perfilan las avenidas más anchas, sin curvas, bien asfaltadas, campo para correr. Incluso se camufla el ascenso por Paral·lel, hoy considerado un Everest.
Miles de curiosos prueban suerte. En esta ocasión, lo han hecho 11.450 maratonianos (el 55% de ellos, foráneos), y ese dato nos remonta a cifras prepandémicas.
El futuro
Pese a sus récords, la prueba necesita hallar su identidad: ¿hacia dónde va? ¿Debe seguir buscando el límite en cuanto a marcas, o plantearse otras perspectivas?
Aun así, altimétricamente, Barcelona es un reto. Quien quiere llanear debe avanzar en paralelo al mar o a Collserola.
Todo runner barcelonés lo sabe.
Esas circunstancias, y el presupuesto de la prueba, le impiden elevarse hacia cotas mayores. Eliud Kipchoge, Kenenisa Bekele o Brigid Kosgei se mueven en cifras imposibles para un proyecto como el barcelonés.
Tampoco se aventuran los mejores maratonianos españoles. Ayad Lamdassem, Daniel Mateo, Javi Guerra y las sorprendentes Marta Galimany y Meritxell Soler prefieren buscar las mínimas olímpicas en recorridos que les generen mayores garantías deportivas y mayores réditos económicos: València y Sevilla son sus destinos predilectos.
O Berlín, o Londres.
El aluvión de marcas (los cuatro primeros batieron el récord masculino; también lo hicieron cuatro mujeres) eleva a Barcelona un paso más: se suman cuatro ediciones rompiéndose récords. Sin embargo, la prueba necesita hallar su identidad: ¿hacia dónde va? ¿Debe seguir buscando el límite en cuanto a marcas? ¿O tal vez debería proyectarse en otra dirección, apostando por duelos entre atletas locales y aspirando a la cifra de 20.000 participantes?