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En la Mina se hacen volteretas

El reportaje

Gervasio Deferr mantiene en pie un brillante ejercicio social en la Mina: su escuela de gimnasia ya ha cumplido seis años

Gervasio Deferr, con una de sus alumnas, en su academia en La Mina 

(Laura Guerrero

Estamos en la Zona Esportiva La Mina, y vamos a acceder a la sala de gimnasia junto a Gervasio Deferr (35).

–Fíjese qué pasa con el techo –dice–. Verá que es más bajo de lo normal. Y ese es un problema. Cuando los chicos crecen, echan a volar sobre las paralelas. Y si vuelan muy alto, podrían acabar golpeándose.

Abre la puerta. Y entramos.

Y entonces Ana Mei (11) se le tira al cuello.

–¿Cómo estás, pequeña, guapa? –le dice Deferr, abrazándola–. Eres un bicho. Lo tienes todo, y vas a triunfar.

La niña no lo suelta.

Laura Guerrero, la fotógrafa, recoge imágenes a todo tren.

Y el cronista acaba preguntándole a la niña:

–¿De dónde vienes?

–De l’Hospitalet.

–¡Si está muy lejos!

–Lo sé, pero yo quería venir aquí, a la escuela de Gervasio. Y mi madre, también. Así que salgo deprisa del colegio y vengo corriendo. Aunque los viernes hay cola para llegar...

–¿Y cuáles son tus ejercicios preferidos?

–La barra de equilibrio –dice primero.

–Y el suelo –añade–. Y el potro.

Risas.

–Casi todos, ¿no?

–No, las paralelas no. Me cuestan los despegues.

Miramos a Deferr.

–¿Qué es un despegue? –le preguntamos.

Y el hombre agarra una de las paralelas, se separa sin tomar impulso, voltea. Se pone en vertical. Y sale volando del revés, para formar un mortal perfecto y clavar el aterrizaje.

Gervasio Deferr, que trata con infinita ternura a sus jóvenes pupilas, durante un descanso; “¡Lucía, vamos, sin miedo!”, vocea el técnico a una alumna durante un ejercicio sobre la barra de equilibrio; Ana Mei (11), que vive en l’Hospitalet, atraviesa la ciudad varias veces por semana para entrenarse en el Club de Gimnàstica La Mina Gervasio Deferr 

Laura Guerrero

¡Guau!

Ahora lo entiendo todo: cuando tienes un profesor como ese, le crees con los ojos cerrados.

–Esto es un despegue –responde–: el momento en el que utilizas tu fuerza para separarte de la barra y coger impulso. Ana aún es pequeña, y por eso le cuesta lograrlo. Pero lo hará, no lo dudo.

La niña sonríe y se va con los otros alumnos (más de una treintena, casi todas chicas, de entre cuatro y catorce años). Son las cinco de la tarde del pasado martes, y la clase empieza en media hora.

En el entretiempo, Deferr (“¿sabe que mi apellido es suizo?”, nos desvela) nos lleva a una sala anexa. Va a contarnos su proyecto en La Mina.

“Todo arrancó en 1992, cuando entré en el CAR de Sant Cugat –dice–. Allí conocí a Juan Carlos Ramos, que estaba en el equipo de lucha libre. Entre los luchadores y los gimnastas ha habido siempre mucha empatía. Ellos nos acogían, nos protegían. Luego, Juan Carlos se retiró e inauguró su escuela de lucha en la Mina. Era el año 2000...”.

Gervasio Deferr, con sus alumnas 

Laura Guerrero

El barrio era entonces otra cosa. Estaba mucho más desgajado de la ciudad. Noche tras noche, había carreras clandestinas de coches por las avenidas. Como si fueran autopistas alemanas. O circuitos de F-1. Los apartamentos de lujo de Diagonal Mar eran todavía un esqueleto de incierto futuro. El Fòrum, muy próximo, un proyecto. Había una tasa de analfabetismo del 4,6%. Sólo cuatro de cada diez niños conseguían el graduado escolar. El Plan de Transformación del Barrio de La Mina 2000-2010 estaba en una fase embrionaria.

Internarse en la Mina tenía sus riesgos. O eso se decía. Cuando Ramos montó su escuela de lucha, Deferr acudió a la inauguración.

“Medio en serio, medio en broma, nos dijimos: ‘Algún día trabajaremos juntos aquí’. Y ahí quedó la idea. Luego, en el 2008 (para entonces, Deferr sumaba dos oros olímpicos en salto, en el 2000 y el 2004, y una plata en suelo, en el 2008), nos lo planteamos mucho más en serio. Entendimos que había carencias de recursos y posibilidades en el barrio, sobre todo para las niñas, y decidimos darles una oportunidad. Dos años más tarde, ya estaba abriendo mi escuela de gimnasia y aeróbic en el barrio”.

Allí, desde entonces, pasa cada tarde. Y lo hace a título altruista: no cobra un euro. “Mi sueldo viene del CAR, donde entreno a los profesionales por las mañanas. Vengo de una familia con escasos recursos. Me apaño con poco. La gimnasia me lo ha dado todo. Prestigio y educación. Y títulos. También dinero, aunque no mucho. No me moriré de hambre. Con lo que me ha dado, me siento satisfecho. Así que creo que le debo algo. Por eso estoy aquí. Y por eso no cobro nada. Si lo hiciera, ¿dónde estaría la labor social? Ahora bien, en el club tenemos que cobrarle a los alumnos. De media, unos 50 euros mensuales: tengo tres entrenadores que sí viven de esto (entre ellos está Iván Parejo, doble campeón del mundo de aeróbic). Somos uno de los gimnasios más baratos de todo el país. No sale ni a un euro la hora”.

El Consell Català de l’Esport y el Ajuntamiento de Sant Adrià de Besòs ponen el resto: dan ayudas para material y ofrecen la sala de gimnasia.

La excelencia, dice, se encuentra en el CAR. “Y yo quiero formar a mis niños de la Mina para que alcancen esa excelencia y lleguen algún día al CAR. Pero tengamos muy clara una cosa: conmigo tienen que ser niños”.

Y cuando se es un niño, hay que estudiar. Cuando un alumno entra en el club, Deferr le pide las notas del colegio. “Quiero que me las enseñen, comprobar que van bien. No me vale que lo suspendan todo y sean campeones de España. No quiero cazurros, ni vagos. Los niños, tontos no son. Ninguno lo es. Queremos ofrecerles una herramienta, y que entiendan que harán gimnasia si antes hacen lo que tienen que hacer. Yo aquí soy un docente. No veo a una niña de siete años como a una gimnasta, sino como a una niña. Y al exigirles que estudien, estoy también exigiendo a los padres que se impliquen. Hablo con ellos. Voy a charlas en colegios. Hablo con algunos profesores. Quiero inculcarles respeto, puntualidad, compañerismo. Cosas que en estas zonas, a veces, son complicadas de inculcar”.

Son las cinco y media. Dejamos la charla y entramos en la clase de gimnasia. Suena You are the one that I want, hit de Grease. Hoy hay una treintena de alumnos (apenas cuatro niños). Deferr dice que ha matriculado a cerca de 80 gimnastas. La mitad de ellos procede de la Mina.

“Y muchos son los más respetuosos y puntuales”, dice, mientras señala a Naiara (13), vecina del barrio: “Vive en la peor zona de la Mina. Cada vez que pasa algo en el barrio, y vienen ocho furgones de los Mossos, me lo cuenta. ‘Gervasio, vaya lío anoche’, me dice. Pero no falla nunca”.

Empieza la sesión. A Deferr le asisten Óscar Escalante, Noemí Irurtia e Iván Parejo.

Una decena de niñas se sube a la barra, por turnos, para desplegar complicados ejercicios de equilibrio. Cuando alguna se cae, Deferr la coge de la cintura y la aúpa de nuevo.

–Tranquila, no tengas prisa. Arriba, sin miedo –le dice.

Se nos acerca una niña.

–Y tú, ¿qué haces aquí?

–Soy periodista, y las preguntas las hago yo.

–Qué aburrido –responde.

Y se va hacia el cajón de saltos.