Todo el día sonriendo y terminó entre lágrimas, desconsolada, de cuclillas. Rompió a llorar porque había tenido el título en la punta de los dedos. Una acción a falta de seis segundos le impidió convertirse en campeona olímpica a los 17 años. Pero la aventura de Adriana Cerezo en Tokio resultó descomunal. Con una confianza impresionante. Con una fuerza maravillosa. Con un desparpajo brutal. Con todos estos ingredientes la taekwondista madrileña se convirtió en la primera medalla de la delegación española en Tokio. Bien pudo ser de oro, pero resultó de plata en la categoría de hasta 49 kilos. Al final la tailandesa Panipak Wongpattanakit la derrotó sobre la bocina por 11-10. Sólo faltaba un suspiro. Sin embargo, la derrota para terminar no resta mérito a una actuación portentosa de Cerezo.
De nuevo la fuerza de las mujeres, en este caso menor de edad. De nuevo el poder de las féminas, que continúan así en la senda de Río y Londres, cuando obtuvieron más botín que los hombres españoles. En poco más de un mes la madrileña, benjamina de la delegación del COE en estos Juegos, ha pasado de aprobar la selectividad con un nota soberbia de 13 sobre 14 a obtener un sobresaliente encima del tapiz. No fue sólo el hecho de que se embolsara el metal, sino comprobar cómo lo hizo y cómo vivió su primera experiencia olímpica.
La final
Tras todo el día sonriendo Cerezo terminó desconsolada y de cuclillas
Dicharachera, feliz, exultante y poderosa durante sus tres primeros combates. Fue devorando rivales con una suficiencia pasmosa, aunque en la final no pudo ante Wongpattanakit, de 23 años y que ya fue bronce en el 2016. Comenzó mandando Cerezo pero en el segundo asalto se vio relegada. Reaccionó después y se puso de nuevo por delante con 35 segundos en el reloj. “Dura, dura, más dura, levanta la pierna, rectifica, qué buena eres, tú puedes”, le iban gritando desde las gradas sus compañeros.
Ante la mirada desde el palco del presidente del COI, Thomas Bach, Cerezo rozó la jornada perfecta. Pese a su llanto no se olvidó de levantar la mano de su rival y de reconocer, con sana deportividad su triunfo.
Cerezo, que vive y estudia en Alcalá de Henares pero se entrena en el gimnasio Hankuk de San Sebastián de los Reyes, compitió como un ciclón. Primero hizo trizas a la serbia Tijana Bogdanovic, número 2 del ranking mundial y subcampeona olímpica, por un concluyente 12-4. Después arrasó a la china Jingyu Wu por 33-2. Su inicio de combate ante la asiática resultó demoledor con un golpe al cuerpo y tres patadas, dos a la cabeza y una al cuerpo, para marcar de salida la línea. No se trataba de una rival cualquiera sino de una doble campeona olímpica en Pekín y Londres. Por lo tanto aunque veterana (34 años) Cerezo derrotó de manera brutal a una leyenda de este deporte. No en vano la china está considerada la mejor de la historia en este peso. Wu se vio sorprendida porque, como dice la propia Cerezo, las asiáticas no la conocían porque nunca se habían topado con ella. Ahora no la van a olvidar fácilmente.
Buena estudiante
La subcampeona venía de aprobar la selectividad con una nota tremenda hace un mes
Ya en semifinales le tocó afrontar a la turca Rukiye Yildirim y no la encaró nada asustada. Al contrario con una sonrisa en la boca y cerrando el puño, como si saliera a jugar al recreo. Resultó un combate un poco más competido pero siempre dominado por la española, que aceleró en el último asalto. En el pabellón, el Makuhari Messe Hall, a unos 50 kilómetros de Tokio, había aparecido una joven desencadenada que se aseguraba la medalla al imponerse por 39-19.
Cerezo no pudo disfrutar de la compañía de sus padres sobre el terreno por culpa de la pandemia. Lo siguieron con euforia desde casa. Los progenitores tienen una tienda de decoración y ningún vínculo anterior con el taekwondo. El responsable de la afición de Cerezo por las artes marciales fue su abuelo José. Con él compartían películas de Jackie Chan y Bruce Lee y con él llegó al gimnasio, con 4 años. Al principio sus padres incluso desconocían lo que se llevaban entre manos la niña y el abuelo. Fue quemando etapas a enorme velocidad, aunque hace tiempo tuvo problemas de ansiedad en la competición. Cambió de entrenador y se recuperó con Jesús Ramal, que le aconsejó que practicara la meditación. A partir de ahora su rostro va a entrar en todos los comedores de España. Y no va a pasar nada inadvertido. Adriana Cerezo, que es simpatizante del Barça, tiene una luz propia que se desborda por los cuatro costados.