El triste imperio de los sentidos

QUEDADO ESPECIAL

Una japonesa, lúcida, va directa al meollo del tema: “No, por favor, penaltis no”. Otro que va vestido de samurái con un pañuelo blanco enlazado en la cabeza mira al suelo, debe de estar rezando. Uno con la camiseta de Take Kubo, con cuatro cervezas vacías encima de la mesa, parece recitar haikus como la madre que le parió. Quizá de ver tanto anime , y después del primer penalti fallado en la tanda por Takumi Minamino, estoy seguro de que habrá un flashback del futbolista japonés a su infancia y, volando por el cielo qatarí que te vi, recogerá el rechace del portero de Croacia y con el poder de la amistad corregirá el error del patético lanzamiento. Y, claro, nadie habrá visto la trampa visual y Japón encarrilará el camino a los cuartos de final del Mundial.

No digas que fue un sueño pero lo fue. Un centenar de japoneses abandonarán el Belushi’s, magnífico bar de concentración futbolística, para llorar en silencio, que es como parece que ven siempre el futbol. Aplauden con las dos manos juntas y sin hacer demasiado ruido. Sólo gritan cuando el balón se acerca a las dos áreas, mucho más cuando está en la del rival, como exige en sus brillantes comentarios nihilistas Mariano Rajoy Brey.

El Belushi’s está en la calle Bergara, a un palmo de la Plaça Catalunya de Barcelona. Hacía años que no pasaba por aquí, probablemente desde que era socio de uno de los mejores videoclubs de la ciudad en los años 90. Ahora hay un hotel.

En el amplio bar, empapelado con pósters de conciertos de todo el mundo y de todas las bandas conocidas, los jóvenes japoneses (la media debe de ser de 25 años) han interiorizado el desenlace de El imperio de los sentidos, estrangulados antes de llegar al orgasmo después de una hora y media de sexo. Un final que debía ser feliz y ha acabado siendo una tortura.

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Aficionados japoneses lamentan la derrota de su selección, este lunes en Doha 

Yuichi Yamazaki / AFP

Eran heroicos gritando por encima de sus posibilidades con el gol en el primer tiempo de Daizen Maeda o aplaudiendo dulcemente a Toni Padilla, brillante comentarista de Gol Mundial, cuando le escucharon decir “los japoneses son muy listos”. Y lo son. Y buena gente, o al menos los que han estado viendo el futbol convocados a través de Instagram por Megumi y Ryo. Sólo hay una bandera japonesa en la sala sobre los hombros de un chaval, dos camisetas con nombres de futbolistas (Kubo y Mitoma) y un niño con sus padres. Poco más distinguiría a los seguidores del resto del público asistente si no fueran los rasgos orientales.

“Nipón, nipón, nipón” es el único grito de guerra. Al final, a mi lado, cuatro chavales en una mesa hablan en japonés, supongo de la eliminación. Recuerdo cuando le preguntaron a Chiquito de la Calzada, en una entrevista en la revista Interviú en el octubre de 1994, si había aprendido el idioma en los dos años largos que vivió en Japón. Chiquito respondió que lo hablaba peor que ellos, “que ya es decir”. No entiendo nada si no fuera por la amabilidad de la cónsul general adjunta Shoko Igarashi y la encargada cultural Anzu Maekawa que traducen e informan de que la mayoría de los jóvenes japoneses que han venido a Catalunya es por estudios que muchos se sufragan trabajando de cocineros. (No aparece la palabra sushi, lo juro).

Y entre tanta tristeza estoy por pedirle al eficiente director del Belushi’s que, en las pantallas del bar, ponga la letra del Brass in pocket de Pretenders y, agarrando el micrófono, cantaría como Scarlett Johansson en el karaoke de Tokio en Lost in translation. Porque todos los presentes pensábamos que esta tarde tocaba una de amor.

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