“Tenía 15 años cuando el padre Julián me castigó por ser revoltoso en clase. Me sacó al pasillo y me advirtió: ‘no sé lo que voy a hacer contigo’. Al rato me dijo: ‘te voy a poner a arbitrar’. Como una especie de castigo, así empecé. Y desde los 15 no paré hasta los 45”, recuerda Alfonso Pérez Burull, árbitro ya retirado que permaneció en el máximo nivel entre 1997 y 2010. El cántabro es parte del colectivo más denostado del deporte español. Una especie en extinción, los árbitros, tan imprescindibles como criticados. Jueces y deportistas al fin y al cabo que cada semana conviven con el insulto, las descalificaciones y una enorme presión. La propia, la de sus superiores, la de jugadores, equipos, aficionados, medios de comunicación…
Hay un club que ha sacado los pies del tiesto y ha dudado de la honradez del árbitro”
La presión arbitral siempre ha existido, pero cada temporada se dan momentos puntuales en los que crece de forma exponencial. Eso complica la tarea de los colegiados, a pesar de que nunca han estado tan preparados como hoy en día. Fue con la llegada de Velasco Carballo al Comité Técnico de Árbitros (CTA) en el 2018 cuando se produjo una revolución gracias a la aplicación de autoanálisis exhaustivos y continuos que los han convertido en los más controlados de Europa.
El árbitro español está sometido cada año a cuatro exámenes físicos distribuidos a lo largo de la temporada. Pruebas de velocidad y resistencia junto con ejercicios de toma de decisiones inmediata con altas pulsaciones (ante una televisión deben sancionar una jugada tras varios esprints continuados). Atrás han quedado ya aquellos árbitros de los años setenta y ochenta con una dudosa condición física. En cada control se realizan además mediciones de grasa corporal que, si no superan, les impide arbitrar. Al contrario, ahora cuentan con preparadores físicos personales y sus entrenamientos diarios y sus datos biométricos quedan registrados a través de GPS para el escrutinio del CTA. Como si de ciclistas se tratase, se sabe dónde, cuándo y cuánto entrenan. Un control total.
El miedo al error te dura toda la vida, pero ahora hay más ayuda psicológica”
Pero si en lo físico la exigencia es alta, en lo técnico lo es todavía más. Cada comienzo de temporada hay exámenes teóricos sobre las reglas del juego y protocolo VAR que todos deben superar con un 70% de acierto. Además, cada viernes hay un seminario al que asisten todos donde se analizan las jugadas más importantes de la jornada y deben acertar cuál es la decisión correcta. Por no hablar, además, de que han de superar exámenes de inglés, exigencia que llega desde la FIFA.
La preparación es solo la primera pieza de un puzle más complejo, cuya parte más delicada es la evaluación continua. Después de cada partido, el árbitro debe autoevaluarse en menos de 24 horas y comentar las jugadas más importantes del encuentro. Pero hay tres valoraciones internas más sobre su trabajo. La primera, del informador arbitral presente en el campo, otra del observer TV, que ve el partido por televisión, y una última y crucial de la comisión técnica que componen Medina Cantalejo, presidente del CTA, Rubinos Pérez, Clos Gómez y Undiano Mallenco. Las puntuaciones obtenidas en estas evaluaciones tienen un impacto directo en las futuras asignaciones de partidos, cuyo responsable es el comité de designaciones, formado por Medina Cantalejo, Daudén Ibáñez, designado por LaLiga, y un último miembro elegido por LaLiga y la federación o por el CSD, que es el gallego Puentes Leira.
Nos llegan árbitros con niveles de ansiedad, exigencia y presión altos y miedo a fallar”
“El miedo al error te dura toda la vida”, reconoce Eduardo Iturralde González, hijo y nieto de árbitros, que dirigió casi 300 partidos en Primera entre 1995 y 2012. “La diferencia es que antes estaba mal visto pedir ayuda para estos problemas a un psicólogo deportivo. ‘Pero si esto es para locos’, te decían. Ahora ese profesional les dice: ‘te sientes así por el error y puedes tomar este camino’. Antes éramos completamente autónomos”, relata. En los últimos años, la preparación psicológica se ha convertido en crucial para estos profesionales. Para convivir con el error, con la presión mediática y con la ansiedad es necesaria una fortaleza mental y emocional significativa. Los árbitros participan en programas de entrenamiento mental que incluyen diferentes técnicas de visualización y respiración para ayudarlos a mantener la calma en situaciones intensas. Un altísimo porcentaje trabaja el aspecto mental con psicólogos propios. “Lo normal es que lleguen con un nivel de ansiedad, exigencia y presión altos y miedo a cometer errores”, asegura Jorge Carril, psicólogo de la consultora Deportivamentes. Para Carril, “la gestión emocional es fundamental para los profesionales porque es una manera de reconocer emociones como la ansiedad y aprender a regularlas para bajar su intensidad”.
El psicólogo, con nueve años de experiencia tratando a árbitros de todas las categorías, asegura que “es bastante común que haya árbitros que se bloquean durante los partidos. Ha cometido un error y lo atrapa en el pasado. En lugar de centrarse en la jugada siguiente, se centra en el pasado y se bloquea. Al quedarse en el pasado intenta darle una solución, piensa en lo que pensará la gente, se victimiza y aparece la ansiedad. El fallo atrapa y no te permite avanzar”, explica a este medio.
Para Iturralde González, “afrontar el error es lo jodido. Llegas corriendo, decides en caliente, con las pulsaciones a tope y con todo el estadio gritando. Pero no todos lo afrontábamos igual. Algunos nos encerrábamos en el hotel, solos, que quizás era lo peor que podíamos hacer. La ayuda nos hubiese hecho falta”, asegura. “Yo fui el primer inquilino de la nevera”, bromea Pérez Burrull. “El linier y yo nos liamos en una decisión. Sí, le das vueltas, en el campo no te paras a pensar, pero después sí. Vas a ver la tele y…”, recuerda.
A la par de esta profesionalización a todos los niveles, los árbitros han visto aumentar mucho sus ingresos. Actualmente, los españoles son con diferencia los colegiados mejor pagados de Europa. El sueldo fijo es de 12.500 euros mensuales (que suponen unos 150.000 al año más 25.000 de derechos de imagen), cantidad a la que hay que sumar variables como los 4.800 euros por partido de Primera y los 7.000 por cada encuentro de Champions. Los árbitros FIFA (internacionales) pueden llegar a ganar más de 300.000 euros anuales. El dinero sale de los clubs a través de LaLiga. “Cuanto más gana una persona, más independencia tiene”, defiende Iturralde ante estos elevados emolumentos.
En las últimas semanas, el foco se ha puesto de nuevo sobre el colectivo tras una carta del Real Madrid que ha pedido cambios profundos en un sistema, en cambio, elogiado por la FIFA, que eligió España por disponer del centro VOR más modernizado para que sus árbitros preparasen el Mundial de Qatar. “Tienes que aceptar que duden de ti, lo importante es que tú estés seguro”, explica Iturralde, a quien le molesta que se dude de la honestidad de los colegiados. “En los 300 partidos que he arbitrado, he pitado lo que he visto. ¿Me he equivocado? pues mucho, pero todos los árbitros son honestos, todos”, asegura. De la misma opinión es Pérez Burrull, que explica así la polémica referente al Real Madrid: “El único problema que ha habido este año es que ha habido un club que ha sacado los pies del tiesto. Hubo un error, lo sabemos todos. Pero un club se ha permitido dudar de la honradez de los árbitros”.
La implantación de la tecnología VAR ha provocado que los colegiados tengan una gran ayuda en la toma de decisiones, pero también una mayor exposición. “El VAR es algo que no inventa el arbitro”, apunta Burrull. “La tecnología está muy bien para situaciones concretas. Con el fuera de juego ya no hay discusión. Pero el componente sustancial del arbitraje es subjetivo”, desarrolla. Iturralde añade que es consciente de que la polémica y el colegiado seguirán de la mano siempre. “El fútbol empezó sin árbitros, y como no se ponían de acuerdo buscaron a alguien para que decidiese. Y nos dijeron que ellos lo iban a aceptar, pero somos un cortafuegos muy buenos. Nuestros errores parece que son siempre intencionados y los del resto son inherentes al ser humano”, concluye.