En sus casi 125 años de existencia, el FC Barcelona solo ha tenido dos entrenadores alemanes: Hennes Weisweiler y Udo Lattek. Ambos llegaron precedidos de destacados éxitos en la Bundesliga y ambos decepcionaron. Esta es la historia.
Hennes Weisweiler (1919-1983) fue futbolista discreto en el Colonia y entrenador de éxito en el Borussia Mönchengladbach, donde se labró una sólida fama de formador de jóvenes estrellas, pero también tuvo un agrio enfrentamiento con la figura del equipo, Günter Netzer.
WW chocó frontalmente con Cruyff y tiró la toalla. Lattek no consiguió disciplinar a Schuster
Llegó al Barcelona en el verano de 1975 y topó con un Johan Cruyff que estaba habituado a mandar. Todo parecía ir como la seda (“lo primero que haré será ir a comer con Cruyff”, anunció), pero no tardaron en aparecer las diferencias. Weisweiler quería al neerlandés en la punta del ataque y a este le convenía más retrasar su posición. El alemán no era hombre de matices, y aún menos en la prensa de su país. En noviembre declaró en Alemania que “la directiva es demasiado blanda, algo típico en el fútbol español”. Y Cruyff tampoco se callaba: “Yo tengo mis teorías sobre el equipo, pero no puedo discutirlas porque él no tiene ninguna”.
En enero de 1976, Weisweiler, WW para la prensa, anunció: “Cruyff solo interesa de delantero centro”. Y en febrero se consumó la ruptura. Primero, el domingo 1, en casa contra el Athletic, Neeskens falló un penalti y cuando se pitó otro, Weisweiler ordenó que no repitiera Neeskens. Entonces Cruyff cogió el balón y le preguntó a su compatriota: “¿Tú lo quieres tirar? ¿Sí? Pues lo tiras tú”. Lo hizo y marcó. Días más tarde, Neeskens anunció que no volvería a chutar una pena máxima. El segundo capítulo llegó el domingo siguiente, en el campo del Sevilla. En el minuto 70, Weisweiler se atrevió a sustituir a Cruyff: “Estaba jugando mal”, justificó. Pocos días más tarde, Cruyff anunció que abandonaba el Barcelona y entonces unos 1.500 aficionados rodearon las oficinas del club, en la Masia, con pancartas a favor del fubolista como la que rezaba: “Abuelito WW, a los Alpes”.
Quince días más tarde, Montal anunció la renovación de Cruyff y Weisweiler hizo las maletas de forma fulminante. Años más tarde, el gerente azulgrana, Armand Carabén, resumía así el caso: “Tuve bastante con mi primera charla con Weisweiler para ver que estaba ante un auténtico Führer. Apenas nos habíamos conocido que me dejó claro su programa: implantar una disciplina de hierro, y para ello empezaría por cargarse a Cruyff. Lo primero que haré es que vea que aquí mando yo, me dijo”. Ganó Cruyff.
Cuando Udo Lattek (1935-2015) llegó al Barcelona, en el verano de 1981, su historial era aún más impresionante que el de Weisweiler. Lo había ganado todo con el Bayern, incluida la Copa de Europa, y mucho con el Borussia MG, aunque en su último club, el Dortmund, ya no había brillado con tanta intensidad.
La directiva azulgrana, entonces presidida por Josep Lluís Núñez, vio en Lattek el hombre idóneo para disciplinar al díscolo Bernd Schuster y emprender el camino de los éxitos que, se pensaba, iban a llegar sin la menor duda. Se incorporaron grandes fichajes (Víctor, Morán, Urruti y Gerardo, más Moratalla del filial). Lattek era un entrenador de principios, que sorprendió cuando le explicaron que el club se hacía cargo de las retenciones de Hacienda, y él se negó: “Mis impuestos los pago yo”.
Su primera temporada empezó a torcerse con la grave lesión de Schuster en San Mamés, en diciembre de 1981, y a partir de ahí llegó un cúmulo de desgracias y decisiones erróneas como solo el Barcelona parece ser capaz de encadenar. Estuvo cerca de ficharse al brasileño Toninho Cerezo, y en cambió llegó un desconocido (y luego inédito) Cleo Hickman. La lesión de Schuster se eternizó (quiso operarse en Alemania, creó un conflicto médico, no se recuperaba, no quería volver al quirófano...) A pesar de todo, el Barcelona encadenó un rumbo imparable y se plantó con la Liga ganada a seis jornadas del final. Y entonces sumó dos empates y cuatro derrotas. Un fracaso histórico.
A pesar de ganar la Recopa , el balance del primer año de Lattek era dudoso, y en la directiva azulgrana ya había quien aconsejaba un cambio de rumbo. Se consideraba que no era el técnico adecuado, que no lograba imponerse en el vestuario y que no había conseguido rehacerse del tremendo golpe sufrido poco antes de llegar a Barcelona, cuando perdió a un hijo de 15 años, enfermo de leucemia. “Yo más de una vez le había visto correr una lágrima por la mejilla”, explicó en su día Ángel Mur.
Sin embargo, se dobló la apuesta y llegaron Maradona, Perico Alonso, Marcos, Julio Alberto, Pichi Alonso y Urbano. Un equipo extraordinario que Lattek no logró controlar, especialmente a Schuster y a Maradona. En Alemania se publicaron unas declaraciones de Schuster calificando de borracho al entrenador, y Núñez tuvo que organizar una reunión con ambos en el domicilio del presidente para calmar las aguas. Luego, en un viaje a París, Núñez criticó al clan Maradona, y también hubo que reconducir la situación con tacto. En noviembre de 1982, Schuster lanzó un ultimátum: o Lattek o yo, mientras el entrenador explicaba que “es un chico muy difícil” y pedía ayuda a la directiva. Que si un día le había tirado las botas a la cara, que si de repente no aparecía en los entrenamientos, que no seguía las instrucciones de recuperación de los médicos... La directiva impuso varias sanciones a Schuster, y empezaron las negociaciones con un posible sustituto: César Luis Menotti. Por si faltaba algo, Maradona, con hepatitis, no jugaba desde diciembre. Finalmente, en los primeros días de marzo de 1983, Núñez planteó tres opciones a sus directivos: mantener a Lattek, situar a su ayudante, José Luis Romero, al frente del equipo o acelerar la incorporación de Menotti. Se aprobó la destitución de Lattek, y el 12 de marzo debutó el entrenador argentino. De un técnico alemán para controlar a Schuster a uno argentino para conseguir el máximo rendimiento de Maradona. Pero esa, ya es otra historia.