Somos mujeres deportistas, pero somos mucho más que eso
Megan Rapinoe
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Con nosotros se sientan Xavi y Rosa, los padres de Laia Aleixandri (22), y en un momento de la conversación, me dicen:
–Cuando Laia acababa Sexto de Primaria en el colegio Las Palmeras, repartieron un cuestionario entre las criaturas y le preguntaron a la niña: ‘¿Qué quieres ser de mayor?’. ¿Se imagina su respuesta?
–¿...?
–Pues que Laia escribió: ‘futbolista’.
–Y ustedes, ¿qué pensaron?
–Vaya camino más largo que nos queda por delante...
(...)
Laia Aleixandri nos escucha y sonríe, pues este partido, el del fútbol profesional, lo ha ganado (y muchos más).
‘¡Aquí estoy!’, me dice su mirada.
Y le da un buen sorbo al botellín de agua.
Laia Aleixandri es una estrella del fútbol y una estrella en su familia, pero ojo porque ahora mismo estamos en las instalaciones municipales de El Prat de Llobregat y en la tarde de este sábado la familia ha ido a ver a la hermana de Laia, Gemma, que juega al baloncesto y suma canastas en el CB Prat.
–Es que la niña, Laia, vivía para el fútbol, es que dormía abrazada a su pelota... –me dice Xavi Aleixandri, el padre.
Y me muestra la foto de la niña durmiendo abrazada a su pelota.
–¿Y es así? –le pregunto a Laia Aleixandri, y ahora que hable ella.
–Me pasaba los días en el pasillo –me cuenta–. Ponía de portero a mi abuelo, o a mi abuela, o a mi hermana, que lo odiaba. Y a mí me bastaba con que me devolvieran un pase. Y no olvido el día en el que mi padre me llevó al Camp Nou.
–¿Por qué?
–Yo tenía tres años. Y no había niñas entre el público. Y le dije a mi padre: ‘¿Por qué la gente dice tantas palabrotas?’. Y él me contestaba: ‘Ya se arreglará...’.
Cuando jugaba con los chicos no tenía ningún problema; siempre me elegían entre los primeros”
Y se le ilumina el rostro al recordarse a sí misma en la Plaça de la Vila de su Santa Coloma de Gramanet o en sus veranos en Rellinars, peloteando rodeada de niños (que no niñas), clavando el codo y metiendo el hombro, complejo ninguno, y peloteando más tarde ya en un campo reglamentario, a veces de central y otras de mediocentro, primero en el Arrabal-Calaf, luego en el Sant Gabriel y al fin, ya solo rodeada de chicas, en el Barça B, el Atleti y la selección española.
(Laia Aleixandri está entre las quince firmantes del comunicado que hace semanas cuestionaba al seleccionador Jorge Vilda, “pero es un tema delicado y prefiero no tratarlo hoy”, me pide)
Y prefiere hablar del City, que es donde juega ahora, desde el inicio de este curso.
–Ayer estaba paseando por Santa Coloma y me maravillaba ver a tantas niñas con uniformes de fútbol. Cuando yo era niña, la gente se paraba a verme jugar, sorprendida.
–¿Y los chicos?
–Ningún problema. Siempre me elegían entre los primeros.
–Y cuando se fue de casa al Atleti, con 16 años... –le digo.
Y Rosa, la madre, baja la mirada.
–Hombre, cuando la niña se te va de casa... –dice Rosa, la madre.
–Aquel primer año en Madrid fue difícil –dice Laia Aleixandri–. Lo daba todo en los entrenamientos pero no se me abrían las puertas de la titularidad. Y era el último año del Bachillerato (estudia Marketing), y murió mi abuela...
Pero aguantó aquel primer año y cuatro más, siempre en progresión, al final imprescindible en su Atleti, hasta que sintió que lo había dado todo y allí no le quedaba nada por hacer y se volvió hacia Inglaterra y se topó con el City y le dijo a Moisés, su novio: “¿Nos vamos?”.
Y Moisés, empresario en telecomunicaciones y marketing, y agente de futbolistas, dijo que sí, pues podía teletrabajar.
Así que ahora Laia Aleixandri y su pareja se han buscado un apartamento a diez minutos de la ciudad deportiva del City y de eso vive ella, del fútbol y de sus sueños, y disfruta de los amaneceres paseando a Luke, su caniche toy, y juega en el Emirates del Arsenal o en Villa Park, ante 50.000 espectadores, y mete el codo y el hombro como en su infancia, pues la Premier es muy física.
–¿Y Guardiola? –le pregunto.
–Es super cercano. Se pasa a ver nuestros entrenamientos, conversar con él es como estar en casa. Su filosofía invade el club.
Y los padres asienten, solícitos: en realidad, la niña no está en su casa, pero ha alcanzado su sueño.
Y corriendo se va la familia, que enseguida juega Gemma, la baloncestista.