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Las ‘munitionettes’

Fútbol sin fronteras

Las trabajadoras de las fábricas de municiones inglesas cubrieron el vacío de fútbol tras el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914

Las jugadoras del Dick, Kerr Ladies, equipo fundado en 1917

Popperfoto / Getty

El pichichi de todos los tiempos en el fútbol inglés no es Jimmy Greaves, ni Bobby Charlton, ni Alan Shearer, ni Gary Lineker, ni sir Stanley Matthews. Es Lily Parr, que marcó más de mil goles en todas las competiciones, a lo largo y ancho de una carrera que se extendió treinta y un años a partir de 1920, al poco de acabar la Primera Guerra Mundial. Lily Parr era una mujer.

Si el fútbol femenino vive ahora un apogeo y más de cincuenta mil aficionados acudieron a Wembley a ver la final olímpica entre los Estados Unidos y Japón, eso no es nada en comparación con el boom que experimentó entre 1914 y 1921. Con los clubs ingleses y escoceses diezmados por la conflagración, la liga suspendida y batallones compuestos íntegramente por futbolistas que luchaban y morían en el Somme, la demanda de balón la cubrieron las mujeres.

La gran estrella fue Lily Parr, una jugadora de 1,81 y formidable apetito que marcó más de mil goles

No sólo reemplazaron a los hombres en trabajos peligrosos e insalubres que hasta entonces les habían sido vetados, sino también a la hora de jugar al fútbol y llenar los estadios. Las fábricas textiles, las minas de carbón y los altos hornos constituyeron equipos femeninos, pero los mejores y más importantes fueron los de las fábricas de municiones. Sus jugadoras, llamadas las munitionettes, empezaron siendo vistas como una curiosidad, pero no tardaron en seducir con su técnica y sus habilidades a un público machista. El día de San Esteban de 1920, 53.000 aficionados llenaron el Goodison Park de Liverpool para un partido entre las Saint Helens Ladiesy las Dick, Kerr Ladies. En este último equipo, el mejor de todos los tiempos, jugaba Lily Parr, que entonces era una adolescente de quince años, y chutaba con tanta fuerza que de un disparo rompió el brazo a una portera que intentó bloquear el chut.

Tras el final de la guerra, cuando los hombres recuperaron sus viejos puestos de trabajo y los equipos se recuperaron de las pérdidas en el frente, las mujeres fueron traicionadas. Los clubs, temerosos de la amenaza que constituían, se pusieron de acuerdo para prohibir que jugasen en cualquier estadio bajo la autoridad de la Federación, un veto que tan sólo se levantó en 1971, y que congeló durante medio siglo el desarrollo del fútbol femenino en el Reino Unido. Los mismos que habían llenado estadios para verlas en acción y aplaudido sus goles y sus regates, se sacaron de la manga informes médicos sobre las consecuencias negativas del deporte para su salud y su “capacidad de procrear”. Algunos comentaristas cínicos incluso criticaron que se había gastado demasiado dinero en ellas. Con Alemania derrotada, el mensaje estaba claro: el lugar de la dama británica volvía a estar en casa.

Con el final de la guerra se produjo una injusticia de dimensiones históricas con las mujeres

Fue una injusticia de dimensiones históricas, que ignoró la enorme contribución de las mujeres al fútbol, al entretenimiento, a la moral de la población y a mantener la economía del país al tiempo que seguían atendiendo a sus familias. Millones de hombres murieron en el frente, pero 900.000 mujeres trabajaron en las fábricas de municiones, en condiciones terribles, y desarrollaron enfermedades que acortaron sus vidas y afectaron a su fertilidad (en 1917, el ochenta por ciento de las armas del ejército británico era producido por ellas). A las munitionettes se las llamaba canarios, porque todas tenían el cabello amarillo. No porque fuesen necesariamente rubias, sino porque el sulfuro de los explosivos teñía de ese color cualquier parte del cuerpo que estuviera expuesta a ellos.

El mejor de aquellos equipos fue el Dick, Kerr Ladies, fundado en 1917 e integrado por trabajadoras de la fábrica de municiones propiedad de William Dick y John Kerr en la ciudad de Preston, al norte de Manchester, que jugaba con una solidaridad, camaradería y espíritu de sacrificio propio de tiempos de sufrimiento y posguerra. Tras la prohibición federativa al fútbol femenino, siguió jugando en terrenos extraoficiales y efectuó giras por Francia, Estados Unidos y Canadá, recaudando fondos a efectos caritativos, y en 1937 ganó el llamado Campeonato Femenino de Gran Bretaña y el Mundo a las Edimburgh City Girls por 5-1. Por aquel entonces Lily Parr tenía ya 32 años y era una estrella incuestionable, reconocida en las calles y portada de periódicos.

Lily Parr, hija de un trabajador de una fábrica de cristales, medía 1,81m, era la cuarta de siete hermanos, y desde pequeña se interesó por el fútbol y el rugby. Su fuerza y su apetito eran formidables. En su primera temporada marcó 43 goles, y al final de su carrera, en 1951, había superado el millar. Tras retirarse, trabajó en un hospital para enfermos mentales y murió a los 73 años.

Precio desigual

El centenario del armisticio ha servido para recordar el enorme precio que el fútbol pagó por la guerra. La presión sobre los jugadores para alistarse fue enorme, y en los descansos de los partidos, en 1914, los reclutadores del ejército saltaban al césped en el descanso para apelar al patriotismo. Fue un precio desigual, sin embargo. En Escocia, el Hearts of Midlothian quedó diezmado, y el Falkirk, el Hibernians y el Raith Rovers sufrieron enormes pérdidas. En cambio el Greenock Morton vivió su mejor época, quedando segundo en la liga tras el Celtic y ganando al Rangers la final de un torneo especial para recaudar fondos.

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