La resaca emocional todavía perdura en Roma. La despedida el pasado domingo de Francesco Totti brindada por la afición romanista en el Olímpico y en la ciudad entera estuvo a la altura de lo esperado. Se cerró una etapa única en el club, en la que el mejor futbolista de su historia deja de ser ese niño que durante 28 años ha disfrutado con un balón y la misma camiseta para convertirse en hombre. “Es como cuando tu madre te despertaba para ir al colegio e interrumpía un bonito sueño. Un sueño al que ya no podías regresar por más que quisieras. En este caso, es la realidad”, decía durante el discurso sentimental que ofreció tras el partido.
Pero antes de llegar al clímax de la noche, hay mucho que contar. La jornada se vivió intensamente desde primera hora de la mañana. En la estación de Termini ya se agrupaban las primeras magliette con el ‘10’ que llegaban de todos los rincones de Italia; incluso algunas del resto de Europa. Porque Totti es cultura popular, pero su magnitud ha hecho ganar muchos adeptos para la causa en todo el mundo. Ya por el Trastevere, esa imagen se multiplicó por mil. Ni en Westminster había tantas máscaras de Guy Fawkes en la escena final de V de Vendetta como camisetas de la Roma con el mítico dorsal.
Es como cuando tu madre te despertaba para ir al colegio e interrumpía un bonito sueño. Un sueño al que ya no podías regresar por más que quisieras. En este caso, es la realidad”
Pero el barrio que acaparaba la atención por un día en la città eterna era el modesto San Giovanni. En concreto, la Via Vetulonia, la calle que vio nacer al legendario jugador y que para los romanistas ya puede considerarse un lugar de peregrinaje. Delante del número 18 estaba instalado el equipo del canal 24 horas de la Rai. Justo enfrente, su escuela y el primer campo –ahora es un gimnasio- en el que Francè dio sus primeras patadas al balón. Muy cerca de allí está el quiosco de Constantino. Viejo amigo de la familia, denotaba agotamiento estos días con tanta pregunta sobre Totti. Nos habló de lo tímido y educado que era y de la tristeza que siente por su adiós. “Me sabe mal porque es el capitán del equipo. Pero tiene 40 años… es el momento de dejarlo”, aceptaba resignado.
Antes de contemplar el enorme mural dibujado por el artista callejero Lucamaleonte, es parada obligada el restaurante Roma 1927 de su amigo Giulio. Inundado de camisetas y de fotos de la Roma y de su Capitano, nos desvela algunos secretos del fenómeno, como el famoso gol de cucchiaio (remate de cuchara, al estilo Panenka) que marcó con Italia en la tanda de penaltis contra Holanda en las semifinales de la Eurocopa 2000. “Nos lo dijo en Amsterdam el día antes, pero pensábamos que no lo haría”, cuenta todavía incrédulo antes de ponerse serio para hablar del post-partido contra el Génova. “Es una mezcla de emociones lo que siento. Te vienen muchos recuerdos a la cabeza… son 25 temporadas juntos, con esta camiseta. Ningún jugador del mundo ha hecho lo mismo. Además, siempre ha sido un tipo muy humilde. Siendo romano, Francesco ha representado a toda una ciudad. Es motivo de orgullo”.
Giulio agradece que haya renunciado al éxito que hubiera tenido lejos de la capital italiana a cambio de reconocimiento en su casa, donde ha creado un vínculo incomparable con los hinchas de su ciudad, algo jamás visto. “Podía haber ganado muchísimo fuera, pero su victoria ha sido jugar con una sola camiseta durante toda su carrera. Hoy la gente le devolverá ese amor incondicional que nos ha dado”; subrayaba.
De camino al estadio se podían distinguir los que no eran italianos, como Dominik, que como buen suizo previsor tenía en mente la escapada desde hacía un año, aunque no se decidió hasta que logró convencer a su amigo Florian a última hora para que lo acompañara. Como la gran mayoría que son fans de la Roma fuera del país transalpino, lo son por Totti. ¿Qué sucederá sin él? “Después de lo que nos ha dado, no puedo hacer otra cosa que apoyar todavía más a este equipo”, decía el primero con rotundidad.
Podía haber ganado muchísimo fuera, pero su victoria ha sido jugar con una sola camiseta. Ningún jugador del mundo ha hecho lo mismo, por lo que es motivo de orgullo”
Les acompañaba Valentina, una chica argentina que corría por Italia y que se animó a ver el mejor partido que podía elegir, y Oliver, un profesor alemán con el que también coincidieron en el metro. Su historia estaba bien orquestada: cuando salió el calendario de la temporada de la Serie A, calculó que ese último fin de semana de mayo sería probablemente la última vez que podría ver a Totti en acción. Así pues, no tuvo dudas: el viaje cultural de fin de curso con sus alumnos sería en Roma. Obviamente, el domingo era día libre. “Había hecho este viaje con un profesor mío que era fan de la Roma en 1994. Totti ya jugaba. Ahora cierro un círculo”, explicaba orgulloso.
Los aledaños del estadio estaban a rebosar de tifosi que se dirigían al templo en el que durante tanto tiempo han venerado a su ídolo. Querían decirle adiós y darle las gracias por todo. Una imagen completamente festiva, sin olvidar que había en juego la segunda posición que daba acceso directo a la Champions. Todo el mundo puso su mente en blanco por un momento cuando antes del partido Totti salió disparado hacia la Curva Sud para aplaudir a los suyos, que lo recibieron con el mosaico Totti è la Roma (Totti es la Roma) cantando a capela “c’è solo un capitano” (sólo hay un capitán).
Todo ello pareció descentrar al equipo, que en el minuto 2 ya perdía. Saliendo desde el banquillo en la segunda parte, aportó su último granito de arena, arrancando el “oh” de la grada casi cada vez que contactaba con el balón. Incluso estuvo cerca del gol, pero De Rossi, su veterano heredero, llegó medio segundo antes para el remate.
Sufriendo –como no podía ser de otro modo-, la Roma terminó venciendo en el tiempo de descuento. Entonces se desató la locura en el Coliseo moderno durante unos minutos, hasta que los ojos desorbitados de los tifosi volvieron a su posición natural. Había llegado el momento de la despedida. Esa que nunca nadie pensaba que llegaría, pero que era inevitable. Maldito tiempo.
Entre los fans extranjeros, se encontraba un profesor alemán que planificó el viaje de fin de curso de sus alumnos en Roma para poder ver el último partido de Totti
Era la hora de derramar lágrimas. Las primeras, las del propio Totti. Con la banda sonora de Gladiator de fondo, empezó a dar la vuelta al estadio conteniendo como podía la emoción. En la grada no había ningún tipo de disimulo. Deportivamente era el día más triste de las 70.000 almas que durante más de una hora después del partido lloraron desconsolados la gran pérdida que significa para el fútbol. Desde trabajadores con pañuelo en mano a niños sollozando mientras se abrazaban a sus padres. También a sus abuelos, pues Totti ha comulgado con tres generaciones.
A medio recorrido, el emblema de la Roma, más incluso que la emblemática Loba capitolina, tuvo que parar. Contaba con la compañía de su mujer y de sus tres hijos, que suficiente trabajo tenían por contener el llanto como para calmarlo. También estaba rodeado de cámaras y de fotógrafos, muchos de ellos con su camiseta. ¿Para qué esconder una obviedad? Finalmente llegó otra vez a la Curva Sud. Un hombre –que no un chico- sorteó la seguridad para tirarse encima de él apasionadamente. Lo separaron, pero Totti fue a abrazarle. Otro gesto más.
Totti nunca ha tenido problemas por reírse de sí mismo. Publicó hace unos años un libro de chistes sobre él en el que se ponía en duda su inteligencia. Poco le importaba. Todos los ingresos que generó fueron donados a beneficencia. Una virtud, la solidaridad, que siempre le ha acompañado. “Me gustaría hacer el discurso con una canción o una poesía, pero no puedo escribir ninguna. A lo largo de los años, he tratado de expresarme a través de mis pies, que lo han hecho todo más sencillo”, decía en sus primeras frases dando círculos por el césped, sin la certeza de que pudiera terminarlo.
Lo hizo con las palabras medidas y exactas mientras todo el estadio se venía abajo, impotente ante el drama que estaba presenciando. Ni el más insensible podía pasar por alto esa conexión única, difícil de explicar. Totti y la ciudad entera mostraron al resto del mundo el amor recíproco que les ha unido para siempre. También sus compañeros estaban afectados, conscientes de que a su lado han tenido a una leyenda difícilmente equiparable.
Todo terminó en una fiesta, como si de un título -eso que tanto escasea en el club- se tratara. Algunos equipos podrán acumular trofeos en sus vitrinas, pero sólo los giallorossi sabrán lo que significa haber tenido el honor de ver a Francesco Totti defender sus colores cada semana. Al marcharse del campo, a buen seguro que los hinchas de la Roma sintieron esa clase de melancolía que uno siente cuando llega a casa, se tumba sobre su cama y reflexiona después de haber gozado de un viaje idílico. Como en el caso de este jugador irrepetible, el recuerdo ya es eterno.