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Partidos históricos (o no)

Por la escuadra

Domingo por la tarde con frío en el estadio, según me cuentan por teléfono mis corresponsales, con los que no puedo hablar a causa de la estridencia –hay cosas que, en vez de mejorar, empeoran– de la megafonía. Delante de la tele, tengo la esperanza de que la realización enfoque al/la culpable de semejantes berridos, pero solo consigo ver cómo, con un dinamismo impropio de la condición de publicidad estática, una plataforma ucraniana de intercambio de criptomonedas se anuncia con gran despliegue visual.

Primera parte. Dos goles de dos canteranos, de esos que, de pequeño, acabas considerando de una categoría que te autoriza a cambiar tres de sus cromos por uno de más renombre. Se llaman Casadó y Martín y, al final de la primera parte, se felicitan con una alegría que conmueve y alimenta la identidad colectiva. 46.324 espectadores. Es un aforo que merecería un juego más vistoso y que, quizá por eso, inspira a Pedri a reventar la crucecita de la portería de la Real. Poco después, el gol de Araújo oficializa la placidez de la jornada.

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La dosificación de los esfuerzos también forma parte del rendimiento

Durante el descanso, con el grupo de culés con los que comparto visión del partido, se inicia una de esas discusiones que no sé si son genuinamente culés o propias de quien sufre el síndrome de la opulencia: ¿a quién deberíamos cambiar inmediatamente para, pensando en Europa, evitar posibles lesiones? Desde un punto de vista lógico, es un debate sensato. Con 4-0 (Lewandowski acaba de marcar), la dosificación de esfuerzos forma parte del rendimiento. Pero, desde el punto de vista del espectáculo, parece que estemos más pendientes del ahorrar energía que del placer de ver jugadas como las que, tozuda y obsesivamente, intenta Lamine Yamal. El resultado permite una relajación que se transmite a las conversaciones. Ahora, alguien explica que a Neymar le gustaría volver al Barça en verano para, a precio de ganga, preparar el próximo Mundial. La discusión funciona y enseguida emergen varias reflexiones sobre el brasileño, incluso el comentario de un aficionado –el más joven– que nos recuerda que el ídolo que inspira a Lamine Yamal no es Messi, sino Neymar.

Hansi Flick, hábil en la administración de esfuerzos, devuelve el balón al campo

Alejandro García / EFE

No siempre valoramos el privilegio que representa hablar de hipótesis tan remotas y fantasiosas como esta mientras se está jugando un partido que, cuando queda media hora de juego, ganamos por 4-0 con la satisfacción de haber recuperado el liderazgo. Otro miembro de la tribu, repitiendo lo que acaba de escuchar por la radio, dice “es un partido sin historia”. Es un cliché que todos entendemos, pero que no es fiel al trabajo de preparación para encauzar el resultado sin sufrir demasiado. De la historia del fútbol con mayúsculas se ocupa, por suerte, la posteridad, que separa el grano memorable de la paja prescindible. Ejemplo: el libro, que acaba de salir, Historia del mundo en 12 partidos de fútbol, de Stefano Bizzotto (Ed. Círculo de Tiza). La mayoría de partidos son de selecciones y no hay ninguno ni del Barça, ni del Madrid. La historia, pues, es relativa. Incluso los sabios que, como Bizzotto, saben contarla, acaban defendiendo una jerarquía que, por suerte, los seguidores de clubs no debemos seguir. Nosotros alimentamos una educación sentimental propia, con muchos partidos como el de ayer, aparentemente plácidos, pero al servicio de un presente cada vez más estimulante.