Entrados en la fase decisiva de la temporada, al Barça de Flick, que así debemos llamarle porque el sello del entrenador alemán es incuestionable, ya no le quedan fieles barcelonistas por convencer. La pájara de la Liga es historia y será recordada como una anécdota propia de los equipos en construcción. Hoy, el conjunto blaugrana está integrado por un grupo largo de futbolistas fiables que ha asimilado la idea de su líder como propia. Los aficionados atónitos (para que me entiendan: ¿pero este es el mismo Raphinha que antes?, y otras preguntas en las que se reconozcan) han pasado de la sorpresa a la felicidad, al carpe diem al que los invita el Barça partido tras partido. Cinco goles al Valencia en Mestalla (Copa) y cuatro al Sevilla en el Pizjuán con un jugador menos (Liga) son la nueva normalidad. Ya se puede decir sin temor preventivo que este equipo aspira a todo, y esa aspiración, a estas alturas de la temporada, es un éxito viniendo de donde se venía.
Es probable que Flick no lo sepa (ese es uno de sus encantos, desconocemos quién es y cómo piensa, como nos pasaba con Frank Rijkaard), pero lo que está logrando ha resquebrajado una barrera dura como el granito, la que separa a los seguidores culés entre los que se conforman con ganar (pocos, pero existen) y los que consideran que el estilo es tan sagrado que ganar sin desplegarlo es más triste que perder mostrándolo (todavía quedan, pero la práctica del onanismo mental con fines fundamentalistas les ha llevado en ocasiones al delirio y a la caricatura).
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Flick abrazando a Raphinha, autor del tercer gol barcelonista
Pues bien, convencida la mayoría que vive en medio de los dos extremos (los que prefieren ganar jugando bien, esa es la esencia que abraza el Barça más popular), el milagro es que todos los mundos han sido abducidos por la causa, sea a través de la victoria, sea a través de un juego que, más allá de los tirabuzones retóricos de hoy en día, entra directo por los ojos. El Barça de Flick sale a ganar, no desfallece ante los contratiempos (¿gol en contra?, marcamos otro; ¿expulsión de Fermín?, más concentración si cabe y utilicemos el balón para ganar tiempo e incluso atacar), es razonablemente vertical (que nadie se asuste) y ejecuta movimientos a la velocidad que distingue a los equipos diferentes de los comunes: todo va muy rápido. El Barça juega tan bien que ha eliminado la disidencia en su propias filas.
El toque de Lamine
Hablando de atracciones incondicionales, hay que hablar de Lamine Yamal. No fue el suyo un partido especialmente inspirado, pero dejó un detalle técnico para el recuerdo del que hay que hablar. Básicamente porque nadie más lo había pensado antes. Raphinha abrió de banda a banda la pelota con un pase largo que ganó muchísima altura. El canterano de 17 años (¿qué caray hacíamos todos a esa edad?) dejó suspendido en el aire su pie izquierdo para que el balón quedara amortiguado y, al mismo tiempo, y eso es lo raro, tomara la dirección de Koundé, que rondaba por ahí a su espalda. Con un solo toque convirtió una pelota difícil en un control con pase de gol incluido. En el fútbol, resulta casi imposible aportar novedades porque lleva más de un siglo jugándose. Yo no sé ustedes, pero esa acción no la vi antes.