Un partido en invierno en Alemania, además de para ver a futbolistas jugar con manga corta y guantes, combinación a la que es difícil acostumbrarse, suele servir para chequear el estado real de los equipos titubeantes, en especial si son sureños y con inclinación a la desmoralización como aquel del que hablamos aquí regularmente. El Barça llegaba a Dortmund agobiado por un “sí pero no” ambiental que a veces es la antesala de peores noticias, pero supo entender que el partido era en realidad una fenomenal oportunidad para corregirse y rehacerse.
Corría el riesgo el equipo de Flick de encasillarse a sí mismo en una sola manera de jugar, muy exitosa en el primer tramo de temporada pero defectuosa en los últimos partidos.
El Barça llegaba a Dortmund agobiado por un “sí pero no” ambiental que requería de respuesta
La verticalidad como opción es buena cuando se ejecuta con acierto y se administra pero deviene precipitada y contraproducente cuando la búsqueda constante de atajos provoca prisa y arrincona otras maneras más pausadas de atacar o incluso de defender. Esos matices tan necesarios fueron introducidos en el Barça en Dortmund y ayudaron a ralentizar, aunque fuera solo a ratos, un partido de naturaleza nerviosa predestinado a la locura.
El espectáculo fue trepidante pero se vio a un Barça, sobre todo en la primera parte, renunciar al pase de ruptura como única vía para atacar. Aunque la contención desesperó a Raphinha, que tiró unos 10.000 desmarques sin que le hicieran caso, la fórmula sirvió para reducir las pérdidas de balón y amortiguar de este modo la salida en tromba del Dortmund, primera de las victorias de la noche. Una salida miedosa en escenarios de esta magnitud suele provocar heridas irreparables. El Dortmund, que para quien no lo recuerde es el vigente subcampeón de Europa, no perdía en su ruidoso estadio en la Champions hacía tres años.
Flick hace bien aprovechando la versatilidad de sus jugadores, más que nada porque tiene a unos cuantos a quienes no hace falta enseñar en qué consiste bajarle las revoluciones al juego. Pedri aparte, que es canario y le viene de fábrica, la Masia los saca a la luz así. Vean si no a Casadó y, en especial, a Lamine Yamal, un fenómeno adolescente con un talento innato por identificar qué requiere cada jugada. La criatura tiene el gol en la cabeza pero, si descarta hacerlo él, se imagina sin aparentes problemas qué pase es el más idóneo para que la combinación acabe en el fondo de la red. Su entrega a Ferran Torres en el 2-3 definitivo describe a un deportista diferente, que bajo presión es el más clarividente. No solo vio el desmarque del valenciano cuando las mentes suelen ofuscarse vencidas por el estrés, sino que le imprimió la velocidad exacta para favorecer a su compañero a la hora de realizar el remate definitivo. No es casualidad que Koundé mejore a su lado. El francés, buen defensor cuando no se distrae, sabe que el lateral de enfrente vive pendiente de Lamine Yamal (más le vale), así que puede sacar ventaja de los movimientos de su compañero y de la gente que arrastra a su paso. En realidad, para resumirlo rápido, todo mejora barnizado por Lamine Yamal. Que se lo digan sino a Ferran Torres, héroe inesperado de la noche.
Le preguntó Ricardo Sierra (Movistar) al chaval al terminar el partido si esos pases kilométricos que hace con el exterior de su pie izquierdo los entrena. “Me salen solos”, le contestó. Con la joya de la corona de tu parte es más fácil acabar con la sensación aquella del Barça “sí pero no”.