Frustración y pena
Por la escuadra
El entrenador de fútbol americano Chuck Noll decía: “Si la principal satisfacción de un entrenador es ganar, no podrá evitar una vida de frustración”. El eco de esta verdad resonó en Mestalla cuando, tras empatar, Xavi habló de frustración y pena. Frustración por las ocasiones no rematadas y pena por malgastar la oportunidad de consolidar otra promesa de mejora del juego. Es un sentimiento compartido por muchos culés. Asumen la decadencia acumulativa del club con una pasividad sintomática, que, de vez en cuando, el presidente Joan Laporta combate con proclamas que conectan con la consigna que mejor define el criterio –pura improvisación, catenaccio familiar– directivo: “¡Al loro, que no estamos tan mal!”.
Xavi y Laporta proponen unidad, estabilidad, confianza y respeto por un equipo que, repiten, es el vigente campeón de liga. La fórmula busca una unidad que, para avanzar, necesita una complicidad obstinada con los actos de fe que se contradice con el deber periodístico de contar la realidad. Es cierto que, demasiadas veces, el periodismo deportivo se devalúa hasta convertirse en un factor de inflamación emocional, esclavo del espectáculo y la inmediatez. Contra este estrépito, se mantienen grandes superficies de periodismo responsable que, alternando opinión, crónica y análisis, intentan no ser devorados por la espiral de autoengaños que el club proporciona.
El resultadismo dialéctico de Xavi contradice su manera de entender el fútbol
El malentendido funciona con reciprocidad: parte del periodismo explica el Barça desde una polarización que alterna la exageración con la negación. Eso provoca reacciones como la de Xavi cuando, sin pudor alguno, le reclama al famoso entorno (deformación de un concepto que, en origen, describía más las maquinaciones de la junta en el fomento de rumores tóxicos que la influencia sobredimensionada de la opinión publicada) que abrace incondicionalmente el “¡Al loro, que no estamos tan mal!”. Hacerlo situaría al periodismo en un estado de sumisión propagandística que, por desgracia, ya alimenta el sensacionalismo sin escrúpulos.
El resultadismo de Xavi contradice su manera de entender el fútbol. Precisamente por eso sorprende que se manipule la evolución selectiva de las secuencias del juego (medias partes, medios partidos) como sucedáneo de brotes verdes. Que el club sepa defenderse de la amplificación tóxica de los que potencian reacciones primarias es una buena noticia. En la adversidad, la cohesión refuerza el orgullo de la tribu. Quizá por eso, el análisis de las razones por las cuales el rendimiento de los fichajes resulta frustrante (demasiados años invirtiendo millones en jugadores que no acaban de funcionar) obliga a evitar interpretaciones uniformes. Xavi puede estar tranquilo: la mayoría de culés (incluso si son periodistas) comparten la pena y la frustración. Pero al periodismo le toca interpretar la realidad incluso cuando, acertando o equivocándose, debe gestionar la incontinencia pseudosecreta de los que, desde el entorno (esta vez sí) del palco y del vestuario, contagian medias verdades y maledicencias caníbales. Unas maledicencias que, cuando se publican, permiten a los mismos que las han provocado escandalizarse y lamentar que la opinión pública y la opinión publicada se resistan a comulgar con según qué ruedas de molino.