Una foto

PELOTAS FUERA

Una foto en el grupo familiar de WhatsApp. El remitente es mi hermano, hombre dado a compartir imágenes de todos los platos que cocina y del más nimio detalle del día a día de sus dos hijos. Lo de los guisos le convendría ahorrárselo, pues es ley natural que siempre sea el hermano mayor, o sea yo, quien mejor se las apañe entre fogones (¡te la debía!). Lo segundo, en cambio, es imprescindible para estar al tanto de las heroicidades de los pequeños Jordi y Carmen. Este álbum digital actualizado a diario parchea, que no elimina, la distancia física entre nosotros y permite que el resto de la familia tome nota, aunque sea de lejos, de las pequeñas y grandes heroicidades de los sobrinillos. Esta semana, por ejemplo, la cosa ha ido de disfraces. Pero la foto de la que quiero hablarles la recibí hace unos días. Posan ante la cámara más de un centenar de niños (¡me cansé de contarlos!). Todos disciplinadamente uniformados con la equipación del club de futbol de la localidad y perfectamente alineados para la instantánea oficial de la temporada.

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Un entrenamiento de los equipos de las categorías inferiores del Europa FC 

Àlex Garcia / Propias

Localizo entre la muchedumbre infantil a mis dos sobrinos. Me alegro de verlos ahí, sonrientes, genuinamente felices ante la cámara. En cambio, compadezco a mi hermano, y a los miles de padres y madres como él, por todos los madrugones de sábado por la mañana para llegar a tiempo a los partidos y por los centenares de kilómetros que deben recorrer para acompañar a sus retoños a los desplazamientos. Aunque bien es cierto, y justo es hacérselo notar cuando se quejan, que sarna con gusto no pica. Naturalmente estas cosas del clan Martí a usted se la traen al pairo. Y es normal que esté pensando, y con razón, cuan bajo es el nivel del columnismo que se limita a dar cuenta de las personalísimas cuitas de su autor. Pero añadiré en mi descargo que la foto de la que les hablo no solo tiene una dimensión personal. Es también un antídoto contra el pesimismo cada vez más generalizado y las trampas del cualquier tiempo pasado fue mejor en la que viven atrapados muchos adultos.

Jugábamos a futbol y nos divertíamos, así que lo sustancial no ha cambiado

Porque esta fotografía que ahora aparece en mi teléfono gracias a la diligencia de mi hermano, y que se repite año tras año en centenares de pueblos y ciudades, da cuenta de la suerte que tienen los chiquillos de crecer y formarse en el mundo de hoy. Césped, instalaciones dignas, monitores, niños de ambos sexos practicando el mismo deporte, botas y equipaciones homologables en calidad a la de los jugadores profesionales.

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¿Qué más se puede pedir? La imagen no resiste comparación alguna con las condiciones con las que nos manejamos en su día los niños del pasado que somos los que peinamos canas. Ese pretérito cada vez más lejano que recreamos románticamente en nuestras cabezas fue claramente peor. Jugábamos a futbol y nos divertíamos, así que lo sustancial no ha cambiado. Pero de vuelta a la fotografía se impone una certeza: lo único que en realidad puede echar de menos el añoradizo es su niñez. Lo demás no es más que un recuerdo edulcorado.

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