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Partido de Copa

FUERA DE JUEGO

Me encuentro en medio de una mudanza. Otra más. En esta ocasión, no son muchas cosas. Se trata de un pequeño despacho que tenía alquilado desde hace años. Contacto con un amigo que me da el contacto de un conocido con furgoneta y licencia. Solo somos él y yo, pero en dos o tres horas liquidaremos el trabajo. Se llama José. A partir de una edad, si te relacionas con tus compañeros de generación, tienes a José por todos lados. Nunca he conocido a un mal tipo con ese nombre. Hay que tener suerte con los José.

No nos conocemos y hablamos poco. Te vas mirando para saber si te puedes fiar, si el uno admite la charla del otro, si te importa lo que piensa o haya vivido. Puro spaguetti western o como dos púgiles que no se quieren hacer daño, pero sí saberse las distancias, y poco a poco vas soltando el brazo. Hablas del dolor de riñones, del tráfico, de cómo te ha ido la vida, señalando las cicatrices sin dar nombres y apellidos. Hasta que acudes al arma secreta. Acudes al fútbol. Y puestos a hablar de fútbol, teniendo fresco el partido del Barça y el Atlético, hablas del partido de Copa porque ha sido divertido y con un resultado ajustado a la generosidad de los dos equipos. Hablas del fútbol que te gusta, el que se parece tanto al que jugabas de chaval, al que esperabas ver en televisión o en la propia cancha.

Al llegar a casa encontraba un papel con el resultado del partido y quienes habían marcado los goles

Dejo a Freud en el banquillo, pero lo cierto es que me acuerdo de mi padre. De hecho, siempre que veo el Barça por televisión me viene a la memoria. Pienso en lo que hubiese disfrutado o sufrido con ese partido, lo que pensaría del entrenador o de Casadó o Cubarsí.

Pau Cubarsi celebra un gols del FC Barcelona en el último partido de Copa

David Ramos / Getty

Nuestra relación podía haber sido profunda en temas y matices, opiniones políticas y arrebatos sociales, pero a lo largo de toda mi vida mi padre y yo solo hablamos de fútbol, más concreto del Barça. Ese era un territorio en el que él se encontraba cómodo. No le gustaban las confidencias ni los discursos altisonantes. No quería saber los secretos de nadie para no enfrentarse a los suyos. Pero quiero pensar que hablando del Barça hablaba del mundo. Las gestas y las derrotas, las maneras de asimilar las injusticias, pero no olvidarlas, del Barça que él vivió y yo no. El resurgir pop holandés como el final de lo oscuro, de la aceptación de la grisura. Todo lo que vino después.

Comentábamos los partidos, cantábamos goles y también el fin de los tiempos. Nos abrazábamos todos los abrazos que nos faltaban el resto del día. Cuando yo salía por la noche, en una época en la que no había móviles, al llegar a casa me encontraba un papel con el resultado del partido y quienes habían marcado los goles. A su manera, era su manera de decirme que me quería, que estaba orgulloso de nuestro vínculo.

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No llegamos a tanto José y yo, pero después del fútbol, saco dos cervezas y nos alejamos del partido para hablar de la vida. Hablando del fútbol puedes saber quién es el otro. Al acabar me pide los datos para la factura y seguimos hablando de los hijos, con el orgullo con el que se habla de la cantera. Ellos nos viven de otra manera. Mejor. Con abrazos y una tonelada de palabras, con psicólogos y asesoramiento emocional. Hacerlo a través del fútbol era deficiente, de acuerdo, pero qué quieren que les diga: una máscara siempre es una máscara y sí, Freud ya calienta en la banda.