El VAR y sus circunstancias

POR LA ESCUADRA

El derbi madrileño alcanzó en la segunda parte el voltaje de los buenos partidos, después de un primer tiempo mediocre, interrumpido por el penalti de Tchouaméni a Lino, un pisotón que el árbitro no vio, pero sí el intendente del VAR. Marcó Julián Álvarez y se anticipó uno de esos líos que dominan la escena periodística durante días. Pues no, el árbitro mantuvo el tipo, el encuentro regresó a la normalidad y el Madrid se desató en el segundo tiempo. Empató y requirió unas cuantas intervenciones de Oblak, además de un remate al larguero de Bellingham. En Sevilla, la expedición del Barça se frotó las manos. Tiene la perfecta oportunidad de reparar los graves desperfectos de noviembre y diciembre.

Precedido por el ataque preventivo del Madrid y sus cuatro folios en forma de cañonazo a LaLiga, la RFEF y el arbitraje, el partido tuvo una extraña deriva. El Madrid sufrió un ataque de hipotensión y dimitió en el primer tiempo. Sus estrellas hicieron mutis por el foro, ante la sorpresa del personal, que se aplanó al ritmo del equipo. Mala defensa, deficiente medio campo, inexistente delantera. No se recordaba una versión peor del Madrid en un momento tan importante del campeonato. Tampoco deslumbró el Atlético en la primera parte, pero al menos hizo los deberes. No recibió un remate entre los palos, ni antes ni después del gol. Se descuidó Tchouaméni, que no tiene alma de central, y pisó el pie de apoyo de Lino. La acción pasó inadvertida, aunque el delantero del Atlético se quedó tendido en el área. El árbitro revisó la acción con la minucia de un entomólogo y decretó penalti. Penalti de los ahora, incuestionable a la microscópica luz del fútbol actual, que agranda lo pequeño y empequeñece la grandeza. Es lo que hay. Por desgracia, no habrá vuelta a atrás.

Hace tiempo que el Real Madrid entró en un proceso de lamento y queja

Ancelotti se llevó las manos a la cabeza por la decisión. Se ha vuelto hipersensible, como todo el club. Hace tiempo que el Real Madrid entró en un proceso de lamento y queja. La institución más poderosa del mundo se siente asediada por los demás poderes del fútbol, no importa el lustroso palmarés del equipo en los últimos diez años. Casi nada le gusta, ni la Liga, ni la Liga de Campeones. Hasta el Balón de Oro le repele. Recuperó el fervor en el segundo tiempo. El Atlético, que había pasado de puntillas, sin hacer ruido y con un gol de ventaja, entró a la fuerza en faena. Pasó muy malos ratos en el segundo tiempo. Hundió su defensa, pésima solución frente a los revitalizados esprinters del Madrid. Uno a uno, comenzaron a aparecer en escena. Primero Rodrygo, luego Mbappé y, finalmente, Vinícius. Desde atrás, Bellingham ofreció una nueva demostración de despliegue.

Se resistió Oblak. No es el sensacional portero de hace cuatro o cinco años, pero todavía es alguien bajo los palos. Excepto en el remate de Mbappé que significó el empate –elegante internada de Rodrygo, tiro de Bellingham, rechace de Giménez y puntilla definitiva del astro francés–, el guardameta del Atlético detuvo en seco a los delanteros del Madrid.

Simeone comenzó a tirar de cambios. El agua llegaba al cuello del equipo y se esfumaba la posibilidad de salir del Bernabéu con los tres puntos. Finalmente, logró estabilizar la situación o, al menos, apuntar un par de contragolpes, suficiente para proclamar los problemas defensivos del Madrid. Atrás, una hora atrás, quedó el recuerdo de un penalti que después no generó demasiado ruido ambiental. Se discutirá, animará la correspondiente polémica y el partido como tal pasará a segundo o tercer plano. Lo que interesa es el VAR y sus circunstancias.

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