Todo lo que puedes imaginar es real
Pablo Picasso
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¡Ay, los Juegos, qué inabarcables son!
Me hubiera gustado asomarme a los jardines del palacio de Versalles, viajar en el tiempo, aparecer en el siglo XVIII y contemplar a los jinetes olímpicos que sortean obstáculos tuneados, travestidos en monumentos de la ciudad.
He pensado en visitar Roland Garros, obviar la estatua de Rafael Nadal en el recinto, que ahí sigue y seguirá por los siglos de los siglos, y asomarme a la pista Suzanne Lenglen para asistir a una sesión de boxeo olímpico.
Boxeo en Roland Garros.
¿A qué mente deliciosa se le ocurrió semejante idea?
-París va sobrado -suele decir en estos días Joanjo Pallàs, mi compañero en La Vanguardia. Luego, se baja el cruasán y el café.
No podré presenciar esos episodios. No iré a Versalles ni a Roland Garros. No me da la vida.
Todos esos inexistentes recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia.
No llueve pero chispea en Trocadero, y este escenario tampoco está nada mal. El pasillo de los marchadores se tiende sobre el puente de Iena, con la torre Eiffel de fondo de pantalla. Sentado en la tribuna de prensa, le pido a David Rubio, el gigantón del diario Sport, que me retrate tecleando.
Guardaré esta foto como un tesoro.
O como un oro olímpico.
Álvaro Martín (30) y María Pérez (28) están que no se lo creen: ya tienen el oro olímpico.
El oro olímpico es el súmmum del deporte, y también es una experiencia perfecta, un hito que redondea sendas carreras perfectas. Ellos lo llaman la triple corona.
Y María Pérez, hace una semana, decía que eso es lo que andaba buscando. Nos lo contaba entonces en la zona mixta, nada más colgarse del cuello su plata en los 20 kilómetros:
-Ningún atleta español ha sido oro europeo, mundial y olímpico -decía en aquellos días-. Y Álvaro y yo podríamos conseguirlo en el relevo mixto. Y sería un hombre y una mujer, un gesto de igualdad de género.
(Y ahí eché cuentas, pues Fermín Cacho fue campeón olímpico y europeo del 1.500, pero no campeón mundial. Y Ruth Beitia, que por aquí viene llorando y abrazándose a toda la gente de la marcha, también se quedó a medio camino en la altura. Y Dani Plaza, en la marcha, lo mismo).
Hemos vivido momentos difíciles, empezando por los compañeros que son especialistas en 50 kilómetros. Esa distancia ya no existe. Y necesitamos respeto"
En este Trocadero monumental no aparece Sir Sebastian Coe, el jefe del atletismo, que tiene a la marcha atlética entre ceja y ceja. El hombre interpreta que la marcha es tediosa, que se alarga en el tiempo y exige una refundación. Bajo su mando, los 50 km marcha desaparecieron del cuadro. Y los 35 no llegarán a Los Ángeles 2028. Y ya veremos qué ocurre con los 20 km. La novedad es este maratón por relevos que nace aquí, en Trocadero, y no sabemos qué futuro tiene.
-Lo que nosotros pedimos es respeto -dice María Pérez, y ahí pincha al sabueso, a los plumillas que la estamos escuchando y cazamos el mensaje a vuelapluma.
-¿A qué se refiere?
-Hemos vivido momentos difíciles, empezando por los compañeros que son especialistas en 50 kilómetros. Esa distancia ya no existe. Y necesitamos respeto. Nos hemos enterado hace muy poco de los cambios y si en España no se lucha por la marcha se van a perder medallas -dice.
-Pedimos respeto también por las nuevas generaciones que vienen. Al final parecemos los malos, siempre quejándonos -interviene Álvaro Martín-. Pero solo nos quejamos de la forma de proceder. El año pasado se decidió esta nueva distancia, no hemos tenido mucho tiempo para prepararnos. Lo que queremos es una prueba larga, como eran los 50 kilómetros, y que en los próximos Juegos se combine con la prueba corta, como los 20.
La marcha española, el paraguas del atletismo español, cruza los dedos, pues su olimpismo vive de ella. La marcha atlética se lo ha dado todo a nuestros atletas, y los marchadores así lo reivindican.
Nos quejamos de la forma de proceder. El año pasado se decidió esta nueva distancia, no hemos tenido mucho tiempo para prepararnos"
Lo reivindican a base de títulos.
María Pérez ha pasado un año espantoso, con una lesión de cadera, la muerte de dos amigos y tres virus estomacales que casi la arruinan este miércoles (se esconde a vomitar durante la recuperación tras su primer turno, a los 21 kilómetros de prueba: “no quería que me viera nadie, y Álvaro, menos”, nos confiesa).
Y sospecho que piensa en todo ello mientras cabalga hacia el oro, ya en los dos últimos kilómetros de la prueba, cuando la figura de Glenda Morejón se ha desvanecido a sus espaldas (la ecuatoriana marcha cincuenta segundos por detrás de ella), y lanza la gorra y las gafas para que le veamos el rostro y choca palmas con los aficionados, con sus padres que han venido a verla y estiran las manos tras las vallas, y se funde al fin en un abrazo con Álvaro Martín, su compañero de aventuras en esta prueba y siempre, pues proezas como esta no se pueden olvidar.
-La verdad es que esto parece un matrimonio, pero nadie se pone celoso -proclama, siempre afilada en su lectura.