París lidió con un fuerte e inoportuno aguacero para presentar sus Juegos al mundo. La ceremonia más peculiar de la historia tuvo lo mejor en su tramo final, a partir de que llegó a los pies de la torre Eiffel, aunque hubo más agua que fuego y le faltó palpitación emocional. Solo la última parte tocó la fibra sensible.
Fue cuando Zinédine Zidane reapareció en la ceremonia para entregarle la antorcha olímpica a Rafa Nadal, que ha convertido Roland Garros en el patio de su casa durante su carrera. El manacorense, en medio entonces sí de un espectáculo de proyecciones de luz, acompañó el fuego en lancha junto a Serena Williams, Carl Lewis y Nadia Comaneci. Qué concentración de mitos y qué homenaje a Nadal de la ciudad deportiva de su vida. El balear cedió el testigo a la extenista Amélie Mauresmo y esta a Tony Parker, ya a las puertas del Louvre.
Los encargados de encender el pebetero fueron Marie-José Pérec y Teddy Riner
Tras más de tres horas y media de relato restaba el encendido del pebetero. Los encargados de hacerlo fueron la ex atleta Marie- José Pérec y el judoca Teddy Riner, que pusieron en marcha un anillo de siete metros y un caldero que se elevó dentro de un globo aerostático en los jardines de las Tullerías. Céline Dion, interpretando el Himno al amor de Edith Piaf, cerraba la velada.
Quería París una ceremonia diferente. Y lo fue. Del todo. Prometió una puesta en escena singular y hay que decir que no ha habido otra igual, por única y por ser la primera fuera de un estadio. Pero también por su enorme complejidad, por el desfile de embarcaciones por el Sena, por su combinación de elementos. Mezcla de números artísticos, musicales, históricos y simbólicos, en directo o grabados. Una ceremonia más televisiva que ninguna otra por su extensión de 6 kilómetros por el río, por la dimensión gigantesca de sus pretensiones y por su voluntad de fusión. No siempre funcionó. París y Francia sacaron a pasear sus valores más universales, los que son los principios fundamentales de su República, la libertad, la igualdad y la fraternidad. El primer valor representado con guiños a Los Miserables de Victor Hugo y al cuadro La libertad guiando al pueblo de Delacroix. La libertad rebelde pero también la del amor, escenificada bajo los acordes de la Carmen de Bizet. La igualdad vino de la mano de la artista Aya Nakamura, francesa de origen maliense y con la fraternidad se entró en el Louvre. Siempre con un portador enmascarado de la antorcha que quería rendir pleitesía a personajes como el de La máscara de hierro, el Fantasma de la ópera o Lupin , el caballero ladrón. Un personaje que se encaramaba a las terrazas, que franqueaba el Sena en tirolina y que entraba en Notre Dame, en proceso de reconstrucción tras el incendio. Antes había sido el momento de Lady Gaga, en un número cabaretero, y de ver las faldas a lo loco del cancán.
Aunque la ceremonia se había abierto con Zinédine Zidane como carta de presentación. El exfutbolista y entrenador recorría la ciudad en plan actor de película de acción para trasladar el fuego olímpico del Stade de France a los túneles del metro, donde lo entregaba a unos muchachos, que por el subterráneo lo llevaban hasta el Sena. En una ceremonia más clásica, después de esta bienvenida habría empezado el espectáculo pero en París lo que se produjo fue la salida de las embarcaciones para iniciar el recorrido desde el puente de Austerlitz. La primera, como es costumbre, Grecia. La última, la anfitriona, Francia. La cabalgata marítima se iba sucediendo a la par que París vendía su imagen, su cultura y su historia.
Hay que reconocer su riesgo, pero la ceremonia no tuvo la calidez de un estadio
Hay que reconocer el mérito del riesgo de la ceremonia, su valentía, pero también subrayar que no tuvo ni mucho menos la calidez presencial de organizarla en un estadio. Por ejemplo, en el puente de Alejandro III y bajo un mar de paraguas los espectadores apenas dejaron escuchar algunos aplausos durante las dos primeras horas de ceremonia. En este aspecto, el asunto resultó muy desangelado, sin alma, por más que se animara con la llegada de la noche, con la salida del barco francés y con la aparición después de la bandera de la Unión Europea proyectada sobre la torre Eiffel. Hay que recordar que hubo quien pagó hasta 2.000 euros por estos asientos…
Que los 7.000 deportistas de todos los países que pasearon en barco durante unos 45 minutos cada uno bajo la tormenta sufrieron un buen chaparrón es algo que ya no les quita nadie. Entre ellos los abanderados españoles, el piragüista Marcus Cooper y la regatista Tamara Echegoyen. Dos deportistas familiarizados con el agua en una noche de río y lluvia. Habrá que ver si alguno agarra un constipado que merma su rendimiento. Un rendimiento que siempre fue supremo en el caso del exnadador Michael Phelps. El deportista con más metales de los Juegos de verano tuvo su protagonismo custodiando las medallas de París junto al exbiatleta francés Martin Fourcade. Dos leyendas. Este sábado llega el turno de los protagonistas, los deportistas. Hagan juego.