La presentación fue la siguiente: Sonó el himno de La Marsellesa en el estadio de Lusail. Allí estaba el privilegiado Kylian Mbappé. Aquel niño que se crió en el humilde Bondy de la periferia parisina y que desde siempre demostró ser un superdotado con el balón, sonreía visiblemente relajado mientras tarareaba el himno de su país. Total, a sus 23 años él y las turbinas que tiene por piernas ya tenían el trono que Messi, con 35, llevaba buscando toda la vida. Parecía confiado en tener la posibilidad de sumar su segunda corona. Pero no. La Argentina de Messi se encargó de borrarle la sonrisa. Jamás marcar un hat-trick y acertar en la tanda de penaltis sirvió para tan poco. Y Mbappé, que cumplirá 24 años mañana martes, tendrá que seguir persiguiendo a Pelé, que cuando tenía su edad ya tenía dos de los tres Mundiales que ganó con Brasil.
Probablemente Kylian pagó caro empezar el partido sin ser Mbappé. Conservador y sin chispa por una banda izquierda descafeinada en su única intervención en la primera parte apenas plasmó un intento de pared con Rabiot, que terminó con el Dibu Martínez saliendo a los pies del crack del PSG. Y Francia, a pesar de contar con jugadores como Griezmann, pagó con creces la escasa presencia de su crack. Cada vez menos sonriente. Cada vez más frustrado. Cinco minutos antes del descanso Deschamps sacó su pizarra y con ella a Dembélé. El penalti le pasó factura al delantero barcelonista. Y Mbappé abandonó la banda izquierda para situarse en punta. Tratando de recuperar esa libertad que Argentina le había negado. No lo logró y se marchó rápidamente a vestuarios cabizbajo. La sonrisa ya era un lejano recuerdo.
Las cosas no mejoraron en el inicio del segundo tiempo. Kylian seguía sin ser Mbappé. Muestra de ello fue la patada que le propinó por detrás a Enzo Fernández. Una patada que transpiraba frustración por los cuatro costados. El bueno del colegiado Marciniak le perdonó la tarjeta. El vaivén de sus emociones, todas negativas, se tradujeron en un fuerte disparo demasiado arriba en su primera acción de cierto peligro. Un grito de rabia emergió de su interior.
Máximo anotador del Mundial con 8 goles en 7 partidos, Mbappé tuvo que conformarse con la Bota de Oro
Y todo cambió. El viento empezó a soplar a su favor. Y Kylian se reseteó para empezar a ser Mbappé durante diez intensos minutos que bien sirvieron para que Francia forzara una soñada prórroga. Un penalti de Otamendi al Kolo Muani abrió la veda. No falló el crack francés, que con rabia engaño al Dibu Martínez para marcar el primer gol de los bleus. Jamás un gol fue tan vitamínico.
Mbappé recogió el balón, resopló y recuperó la sonrisa que lucía entonando La Marsellesa y en dos minutos finalizó la excelente jugada colectiva de Francia. Enganchó una volea que le permitió sortear al Dibu Martínez para empatar el partido y forzar la prórroga. Sonrió, desafiante. El colegiado pitó el final. Y mientras Deschamps daba instrucciones a sus jugadores, los fisioterapeutas de Francia masajeaban al crack francés. Mentalizándose de que debía reescribir el final. Convencido de que con sus piernas al fin transformadas en turbinas podía encontrar el camino.
No se equivocó por poco. El guion todavía le reservaba un último y sorprendente giro. Tras el segundo gol de Messi, el tercero de la albiceleste, Mbappé encontró en Montiel a su mejor aliado. El argentino sacó a pasear un inocente pero letal codo. Marciniak pitó penalti y Mbappé volvió a engañar al Dibu anotando el tercero con un estudiado derechazo. Su octavo gol en los siete partidos de esta Copa del Mundo. Dos dobletes y el hat-trick de ayer. Tan solo el inglés Geoff Hurst había logrado marcar tres goles en una final. Y ya hace mucho. Fue en 1966 contra Alemania.
La diferencia es que Hurst ganó con Inglaterra aquel Mundial. Y Mbappé, que además acertó en el primer tiro de la tanda de penaltis, recogió resignado primero la Bota de Oro del Mundial y después la medalla de los segundos. De reojo observó la Copa del Mundo. A diferencia de Messi, él sí tendrá más opciones de volver a levantarla.