Corriente continua

Corriente continua

Algo está cambiando en el Barça para que la noticia sean más los futbolistas que no juegan que los que juegan. Es una alternancia natural que el Barça siempre convierte en pulso shakespeariano entre defensores de la reforma y partidarios de la ruptura. En la práctica, la ruptura es una forma de recuperación de hábitos que se habían perdido. El equipo presiona, insiste e intenta asfixiar a un rival que, en el caso del Valladolid, opta por sentirse legítimamente intimidado. Al final el Barça necesitará tanto a las vacas sagradas (que notan el aliento de los que quieren llevarlas prematuramente al matadero) como los fichajes recientes (que parecen haber roto la maldición de las inversiones ruinosas).

Otra característica del fútbol actual: que los movimientos del mercado alimenten más la maquinaria de la actualidad que los noventa minutos de partido. Igual que en las bodas, la exuberancia del aperitivo vampiriza el hambre para el festín propiamente dicho. Los detalles extrafutbolísticos se amplifican hasta el paroxismo. Ejemplo: el ojo morado del presidente Joan Laporta dispara la creatividad recreativa de los aficionados. Es el espectáculo total y la abolición de las fronteras entre privacidad, anécdota y sustancia argumental. Si hace años, en Canal+, la sección “Lo que el ojo no ve” aportó una mirada de detalle indiscreto, ahora el ojo (morado o no) es omnipotente. De manera que la mirada se expande hasta cubrir los 360 grados de todas las dimensiones posibles, equiparando anécdotas y categorías.

El Barça contagia determinación, ganas de jugar, de ganar y de ilusionar

¿Y el Barça? Contagia determinación, ganas de jugar, ganar e ilusionar. La corriente es continua y huye como de la peste de la corriente alterna, que podría invocar los peores fantasmas de la época, intermitentemente decepcionante, del juego flácido. Asfixiado, el Valladolid hace lo que puede para defenderse del alud atacante de un Barça que interpreta la idea de competitividad innegociable como una hipótesis de trabajo verosímil.

El primer gol de Lewandowski es un homenaje a los toques de artes marciales que practicaba Ibrahimovic. Pero la diferencia es que el polaco juega con una inteligencia que aporta racionalidad y madurez al juego. Una inteligencia que no deja de hacer pedagogía entre los jóvenes. Observar a Lewandowski es un espectáculo paralelo al juego colectivo, como un desdoblamiento de pantalla (Gaspar Noe en Vórtex ) que amplía la percepción del punto de vista.

Pedri celebra el gol que marcó al Valladolid

Pedri celebra el gol que marcó al Valladolid

Xavier Cervera

El polaco busca constantemente su espacio y casi siempre lo encuentra. No se desanima si nadie se da cuenta de que se ha desmarcado y corrige los movimientos de sus compañeros sin dejar de intimidar a los rivales. Y, como propina, rompe la tradición del furor narcisista de algunos de los grandes depredadores del área y se gana la autoridad a través del ejemplo y el compromiso, nunca de la gestualidad rabiosa y demagógicamente temperamental.

¿El segundo gol? Otro futbolista apelaría a la picaresca del pie de Dios o a la idolatría del carisma. Pero Lewandowski es el primero en expresar, desde la estupefacción y la modestia, la perplejidad de constatar que el fútbol tiene consecuencias felizmente imprevisibles y deja margen a que un gesto técnico abra todo un abanico de posibilidades. Me sumo a las hipótesis sobre el ojo morado de Laporta: se friega los ojos con tanta fuerza para comprobar que empiezan a pasar cosas esperanzadoras para el Barça que llega a autolesionarse.

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