Hace tres semanas, Rafael Nadal se preguntaba si sería capaz de volver a competir. Lastrado por sus problemas crónicos en un pie, el balear había estado trabajando entre bambalinas, en la oscuridad, buscando soluciones. Jamás se hubiera imaginado lo que ha ocurrido. Nadie lo hubiera previsto, de hecho, pues en aquellos días solo nos hablaban de Novak Djokovic, sus problemas con la exención médica y su hipotético 21.º Grand Slam. Y sin embargo, ha ocurrido.
Siempre ocurren cosas maravillosas cuando Rafael Nadal compite. De hecho, su triunfo en esta final, ante Daniil Medvedev, se ha producido en condiciones contradictorias, tras remontarle dos sets en contra al ruso, tenista robótico e incorruptible, un tipo que ha llegado a la élite para quedarse. Hasta ahora, ningún tenista había levantado una final tan adversa en Melbourne (en la Era Open, desde 1968).
No hay adjetivos para describir el logro de Rafael Nadal, desde ya el tenista masculino con más títulos del Grand Slam (con 21; Margaret Court tiene el récord absoluto, con 24). Vamos a ver hasta dónde nos lleva esta carrera loca y única en la historia del deporte.