Rubor

Rubor

En el diccionario de la Real Academia Española definen “ bochorno” como un aire caliente y molesto que se levanta en verano, como un calor sofocante, normalmente en horas de calma, como una inflamación pasajera del rostro, como la desazón o la sofocación producida por alguna cosa que nos ofende, molesta o avergüenza. A mí, de niño, en la escuela, me pasaba a menudo. Los maestros me llamaban la atención de manera inesperada y me sonrojaba ante la sorpresa y las carcajadas de los compañeros de clase. Lo he buscado en el diccionario porque el jueves las portadas de los diarios deportivos As (“ Bochorno”) y Marca ( “Nadie escapa a este bochorno”), como un solo hombre coincidían en utilizar la misma expresión para referirse a la derrota del Real Madrid en partido de Copa del Rey contra el Alcoyano, equipo de Segunda B. El entrenador blanco, Zinédine Zidane, anticipándose a la epidemia de sofocos del día siguiente, ya dijo en rueda de prensa que era verdad que tendrían que haber ganado el partido. “Pero no ha sido así. No ha sido una vergüenza, no es nada de eso. Estas cosas pueden pasar en la carrera de un futbolista. Asumo mi responsabilidad, tenemos que seguir trabajando”. Al escucharlo por la radio, como me pasa a menudo cuando lo escucho, no pude evitar pensar que Zidane tenía toda la razón del mundo. No es ninguna vergüenza, perder, ni contra los alcoyanos ni contra nadie. Ni siquiera, por el hecho de pertenecer a un club más poderoso, no estás más obligado a obtener un resultado determinado que si perteneces al club pequeño. A lo único que te obliga el oficio de deportista es a esforzarte al máximo por obtener resultados. ¿De quién hablan, entonces, cuando dicen “ bochorno”? La vergüenza la pasamos, o la tendríamos que pasar, los aficionados y la prensa, cuando asumimos de entrada la victoria del equipo grande, porque muy a menudo resulta que pierde.

El fútbol se juega en los mismos sitios donde te juegas la categoría: en todas partes

Parece que el campeonato de la Copa del Rey se haya especializado en darnos esta misma lección, temporada tras temporada. El equipo humilde bate al todopoderoso si este no se aplica. La distancia real entre unos y otros es más corta de lo que parece, y el prestigio tan frágil y precario como la espuma de una cerveza en un vaso sucio. Por eso debería correr Ronald Koeman a curarse en salud, antes de la eliminatoria a partido único del Barça en Cornellà. “No tiene que ser ninguna excusa, –dijo– pero para mí jugar en un campo de césped artificial no es fútbol”. ¡Qué burrada! ¿Y a qué demonios juegan entonces, en este país, cada semana, miles de niños, y miles de adultos, con barriga, o sin barriga? ¿Y el Cornellà, a qué se dedica, si no? ¿De hecho, a qué redemonios estuvieron jugando, ellos mismos el jueves? ¿A la gallinita ciega? ¿Al Cluedo? ¿Al Fall Guys? El fútbol se juega en los mismos lugares donde te juegas la categoría: en todas partes.

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