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Harry Gregg: Héroe antes (y después) que portero

Deportes sin fronteras

En el desastre aéreo de Munich, Harry Gregg prescindió de su propia seguridad para sacar del avión siniestrado a varios pasajeros

FILE - This March 22, 1958 file photo shows Manchester United goalkeeper Harry Gregg. Wire. Harry Gregg, the former Manchester United goalkeeper who was described as a “hero of Munich" for rescuing two teammates as well as a baby and her pregnant mother from the burning fuselage in the 1958 air disaster that killed 23 people, has died. He was 87. Gregg died peacefully in a hospital, surrounded by family, The Harry Gregg Foundation announced Monday Feb. 17, 2020. (PA via AP, File)

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Hay pocas historias en las que al cronista se le saltan las lágrimas mientras hace las tareas de producción e investiga a su protagonista. Ciertamente no cuando se trata de las barbaridades que hacen y dicen Boris Johnson, Donald Trump y los líderes populistas de moda en el mundo, o cuando el personaje en cuestión busca sus cinco minutos de fama levantando barreras a la inmigración o alentando la xenofobia. Pero esta es una de ellas.

En cambio hay muchas historias en las que se habla de la “heroicidad” del personaje por haber parado un penalti, o se califica un gol de “heroico” por llegar en el tiempo de añadido, o se aplaude como “heroica” la actuación de un equipo que logra el empate o la victoria con un hombre menos, sobredimensionando el adjetivo. Para poner las palabras en su justa perspectiva hay que contar lo que hizo Harry Gregg, que por cierto nunca se consideró a sí mismo un héroe, sino un cobarde.

En el Mundial de Suecia de 1958 fue designado el mejor portero, por delante del mítico ruso Lev Yashin

Gregg era un norirlandés de familia protestante que había nacido veinticinco años antes y crecido en la ciudad de Coleraine (a mitad de camino entre Belfast y Derry, más cerca de esta última) cuando, aquel nefasto 6 de febrero de 1958, se estrelló al despegar del aeropuerto de Munich, después de una escala, en medio de la nieve y con la pista helada, el avión que llevaba de vuelta a casa al Manchester United después de un partido de Copa de Europa en Belgrado contra el Estrella Roja. Ocho de sus compañeros murieron (junto a otros 15 directivos y periodistas), pero algunos de los que sobrevivieron –y no sólo jugadores– se lo deben a él, sin exagerar.

“Cuando recuperé el conocimiento todo estaba tan oscuro que creí que me había muerto y estaba en el infierno”, reconoció muchos años después, 45, cuando se sintió capaz de contar su experiencia. Pero en el infierno no hay ángeles, y Gregg fue el ángel de la guarda de Vera Lukic (la mujer del agregado cultural yugoslavo en Londres) y su hija pequeña, de Bobby Charlton, Dennis Viollet, Ray Wood (con quien competía por el arco del United) y Jackie Blanchflower. Tras salir del aparato siniestrado en medio de un olor aterrador a combustible por una raja que encontró en el fuselaje, el copilotó le gritó que corriera y se fuera de allí, antes de que se produjera una explosión. Pero nuestro héroe oyó un llanto infantil, acudió a su rescate, y después sacó a rastras a la madre embarazada de la criatura, que tenía las dos piernas rotas, y ayudó a compañeros que estaban sangrando, inconscientes o maltrechos. La culpabilidad del superviviente lo persiguió hasta el final.

Harry Gregg, en una imagen del 1958

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Harry Gregg, que acaba de morir a los 87 años, fue un buen guardameta (25 veces internacional con Irlanda del Norte y 247 partidos defendiendo el arco del Manchester United), pero su currículum deportivo nunca pudo competir con aquel gesto. Tuvo su momento de gloria en el Mundial de Suecia de 1958 –del que fue votado mejor portero por delante del legendario ruso Lev Yashin–, sobre todo en un partido de la fase de grupos contra la campeona Alemania Occidental, que jugó lesionado, y gracias a sus heroicas intervenciones (la tentación de usar mal el adjetivo es irresistible) se saldó con un 2-2. Su selección caería en cuartos ante Francia.

Tras breves experiencias en el Linfield y el Coleraine norirlandeses, su compatriota Peter Doherty lo fichó para el Doncaster Rovers inglés, donde se reveló como un portero ágil y valiente, muy bueno a la hora de atajar los centros y en cierto modo pionero en dar circulación al balón con la mano desde su propia área. Fichado por el United pocos meses antes de la tragedia de Munich para que compitiera con Ray Wood, nunca ganó ningún título. Pat Jennings acabó arrebatándole el arco de Irlanda del Norte, perdió 2-0 ante el Bolton la final de la Copa del 58 (poco después del accidente) y no jugó por lesión suficientes partidos para recibir la medalla de campeón por las ligas del 65 y 67. Acabó su carrera deportiva como técnico, con más pena que gloria.

Tras ser despedido por Roy Atkinson como entrenador de porteros del United, compró un hotel en el Ulster y se dedicó a gestionarlo. Su vida siempre estuvo marcada por la tragedia, y su primera mujer murió de cáncer con sólo 26 años (durante mucho tiempo se sintió un “cobarde” por no haber sabido consolarla y ayudarla más). Pero se recuperó, lo mismo que de Munich, y de las críticas por denunciar en su biografía la venta de partidos y el uso de anfetaminas. Fue un superviviente, con el ADN de los diablos rojos. Esos diablos que creyó haber encontrado aquella fatídica tarde muniquesa, pero a los que libró el ángel que llevaba dentro.