Los nómadas del rugby
Deportes sin fronteras
Inglaterra no habría llegado a la final del Mundial sin sus jugadores de origen polinesio, y muchos All Blacks son de Fiji, Tonga y Samoa
En la selección inglesa hay jugadores que se llaman Vunipola, Tuilagi y Cokanasiga; en la francesa, Raka, Vahaamahina, Fofana y Tolofua; en la galesa, Faletau; en la australiana, Tupou, Latu, Laisarani, Kerevi o Kuridrani; y entre los All Blacks figuran Laulala y Tu’ungafasi. Todos ellos tienen en común que proceden de las islas de la Polinesia, y han nacido o sido criados en Fiji, Tonga, Samoa o Nueva Caledonia.
Esos países son el gran vivero del rugby. Ya lo eran desde hace tiempo del australiano y el neozelandés, y cada vez lo son más del europeo. Tan sólo en Francia juegan más de doscientos (170 de Fiji), y otros 72 lo hacen en la primera división inglesa. Algunos, como los arriba mencionados, triunfan y consiguen ganarse bien la vida. Pero la inmensa mayoría no logran aclimatarse y al cabo de pocos años regresan fracasados a sus países, víctimas de agentes sin escrúpulos que se aprovechan de su ingenuidad, se llevan la mayor parte de sus ingresos y los dejan abandonados. Son una especie de esclavos modernos del deporte.
De un jugador de rugby de la Polinesia se espera que mande el 75% de su sueldo a la familia y al pueblo
Un número considerable de nativos de Tonga se estableció en el País de Gales, en el condado de Gwent, en la década de los noventa. Hoy sus hijos, nacidos en Gran Bretaña, juegan al rugby, tienen un enorme potencial, e ingleses y galeses se encuentran en guerra por ver quién se los lleva. Los primeros les ofrecen educación totalmente pagada en los mejores colegios privados (con un coste de hasta 50.000 euros al año); los segundos, el apego a la tierra que dio cobijo a sus familias y la estabilidad de una estructura deportiva sólida. La federación galesa organiza “campamentos para exilados” a fin de captar talentos.
Los jugadores de rugby de la Polinesia están cotizadísimos por su poderío físico. Tienen brazos y piernas musculosos, con muy poco índice de grasa y más densidad ósea que los caucásicos, y su considerable peso no les hace perder velocidad ni explosividad (un ejemplo de esas cualidades era el fallecido Jonah Lomu). Si a ello se suma su entusiasmo por el deporte y las pésimas condiciones económicas en sus países de origen, con sueldos ridículos, un salario mínimo que no llega al euro y medio por hora, y un enorme nivel de desempleo, su dispersión por el mundo es fácil de explicar.
El suicidio hace tres años en Francia de Isireli Temo, un nativo de Fiji, colocó en el primer plano la explotación de que son víctima muchos polinesios en Europa. En sus países son objeto de una enorme presión de la familia y de la comunidad para aceptar cualquier oferta que reciban (mil euros al mes es una fortuna), en el entendimiento de que tres cuartas partes de su sueldo lo enviarán a casa (se da el caso de jugadores con contratos de, por ejemplo, 250.000 euros al año que piden a la prensa que por favor digan que sólo ganan 180.000, para poder quedarse con algo). El resultado es que a la mayoría (los que no son estrellas), entre eso, los impuestos que han de pagar y la comisión de sus agentes, apenas les quedan doscientos euros al mes para vivir. En Francia, figuras como Joe Rokocoko del Racing 92 o Akapusi Qera, otro fijiano hasta hace poco del Montpellier, están al tanto para salir en ayuda de quienes están en apuros.
Hay una fiebre del oro, y los jugadores de la Polinesia son las minas, la mano de obra buena y barata. No sólo se los disputan las grandes potencias del rugby convencional, sino también del rugby a trece y del australian rules . Un club del Súper XV, la liga del hemisferio sur, puede contratar diez fijianos, samoanos o tonganos por lo que le cuesta un australiano o un neozelandés. Y a ello se suma que las reglas para que un extranjero cualifique para jugar en la selección son relativamente laxas, bastando que tenga un padre o abuelo del país en cuestión, o tres años de residencia (que pronto van a aumentar a cinco).
Si en el Mundial de rugby uno mira las caras de los jugadores japoneses cuando cantan el himno nacional se da cuenta de que hay muchos rostros no nipones. Nakajima, Helu, Moeakiola, Mafi y Valu son de Tonga, Van der Walt, Matsushima y Labsuchagne son sudafricanos, Moore es australiano, Lafaele es samoano, y Lemeki, Tui, Tupou, Leitch y Thompson son neozelandeses residentes en Japón. Bundee Aki, de origen samoano, es una pieza clave en el cuadro de Irlanda. Inglaterra no habría llegado a la final sin la contribución de Nathan Hughes, de Fiji, Ben Te’o, cuyo padre es de Samoa, Manu Tuilagi, nativo de ese mismo país, los hermanos Vunipola, procedentes de Tonga, Maro Itoje, de ascendente nigeriano, y Sam Underhill, estadounidense. ¡Así cualquiera monta un buen equipo!