La burbuja futbolística
D
el mismo modo que durante un tiempo se habló con razón de la existencia de una burbuja inmobiliaria y sus riesgos, ahora cabría referirse a la burbuja futbolística y sus peligros, que también los tiene. En un momento de fichajes millonarios, con un mercado desbocado, en el que se mezclan los precios exorbitantes con la aparición de escándalos de todo tipo, incluso sobre la gestación de un Mundial, parece obligado reivindicar un refuerzo de las estructuras de control sobre el tráfico que mueve este deporte. Sobre todo porque a los que menos se tiene en cuenta en muchas decisiones es a los aficionados, principales destinatarios de la competición.
Me pareció en este sentido especialmente triste el espectáculo que ofrecieron en Madrid los miles de hinchas del Liverpool y del Tottenham que acudieron sin entradas a la final de la Champions. Vagaron por las calles de la capital con sus cánticos buscando un bar desde el que seguir el partido. Y en muchos casos no lograron más que asomarse desde la calle, ver alguna jugada en una lejana pantalla gigante y, eso sí, beber cerveza a mansalva. Esas escenas grotescas me resultaron muy representativas del derroche y sinsentido de un viaje de este tipo.
Vivimos en un continente que se siente asediado por la inmigración y que no puede o no sabe organizar mecanismos estables de atención y solidaridad ante el fenómeno. Miles de personas mueren cada año tratando de cruzar el Mediterráneo. Y la misma sociedad que no encuentra cómo ponerle remedio al fenómeno organiza cientos de vuelos chárter desde Londres y Liverpool a Madrid en una sola jornada para que bandas de aficionados circulen por las calles de la ciudad sede de una final con el resultado de no verla y molerse en cambio a cervezas, con el torso desnudo y recubierto de crema solar, en el mejor de los casos, o definitivamente cocido. ¿Qué sentido tiene ese viaje, y qué valor edificante ese espectáculo de cánticos desbocados y de caídos sobre la lona del asfalto en el paso anterior al coma etílico?
En paralelo, mientras la soldadesca se contenta con perturbar la serenidad nocturna de las calles, los muñidores del negocio pactan en reservados de restaurantes de lujo las condiciones de las competiciones más relevantes y su retransmisión televisiva. Con afectación, probablemente, de todo tipo de intereses, como se ha puesto de manifiesto en relación con el Mundial de Qatar y los contratos paralelos desbloqueados, una vez cerrada la negociación, esta vez en un palacio de gobierno. Ante noticias de este tipo, u otras sobre el trucaje de partidos, muchos aficionados experimentarán una gran decepción, la de sentir que juegan un mero papel de comparsas en la evolución de un deporte demasiado contaminado por intereses espurios.